lunes, 14 de julio de 2008

LA IGUALDAD DE LA MUJER Y LOS ATAVISMOS RELIGIOSOS

Que la mujer pueda acceder a las más altas dignidades no debiera ser noticia en el mundo occidental, sin embargo los medios de comunicación han destacado el que el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra haya aprobado el principio por el que ellas pueden ser obispos. Justa determinación que se adecúa a las corrientes dominantes, que con toda razón proclaman la igualdad entre los sexos. Desde 1994 pueden en aquella comunidad las mujeres acceder al sacerdocio.

Pero más que esa, es el riesgo de escisión de la Iglesia Anglicana y la reacción del Vaticano la verdadera primicia informativa. El Vaticano encuentra en tal decisión un serio obstáculo para la reconciliación con esa iglesia. Anuncio propio del oscurantismo medioeval –defensa de ideas irracionales y retrógradas- que es a pesar de todo una noticia fresca.

No encuentra uno motivos valederos para que la mujer sea discriminada por las religiones. Porque realmente todas de alguna manera las segregan. Podrán existir rabinas en el judaísmo y pastoras en el protestantismo, pero existen con la fuerte oposición de las alas radicales (ortodoxas). Ni para qué hablar de la mujer sometido en el Islam y no, al parecer, porque el Corán les arrebate sus derechos. La discriminación surge en la mitología judeo-cristiana desde la misma creación de Eva, forzada a nacer de una costilla. Suceso menor al de la creación de Adán, hecho a imagen y semejanza del Dios que lo formaba. Tal vez por ello no prevaleció Lilit (primera mujer de Adán en las leyendas del folclore judío) creada de igual forma que Adán y en acto simultáneo. Lilit apenas es mencionada por Isaías en el Antiguo Testamento, y como bestia. Y Eva tiene el destino que todos conocemos: la perdición del hombre y de la especie. Hecho que nada tiene de real, pero en el que sustenta el aborrecimiento de la más encantadora de todas las criaturas, aquélla por la que el que hombre pierde el paraíso. Así llegan sometidas todas las evas hasta las tinieblas medioevales sin saber siquiera si realmente tienen condición humana. Cierto o no que en un dudoso concilio del siglo VI fuera motivo de debate la existencia de alma en la mujer, lo incuestionable es la inaudita inferioridad de la mujer en aquel tiempo.

Las mujeres en occidente ya han conquistado la mayoría de sus derechos. No hay mente racional que no los reconozca. Por eso admira que en la defensa apenas de una tradición intrascendente –no será si nunca ha sido- la iglesia se los niegue, Que no hubo entre los apóstoles de Jesús mujeres está por demostrarse, de haber sido así, tampoco sería una razón justificable.

Sana y justa es la igualdad de la mujer y el hombre. Tan malo es el feminismo desbocado como el machismo clerical que soporta mi protesta. El hombre que tanto la disfruta no puede por otro interés aborrecerla. En buena hora la mujer está conquistando el puesto que por méritos le corresponde. Atrás van quedando los tiempos en que al macho se le entregaban en pos de su sustento. La educación y el trabajo son las herramientas con las que deben apuntalar su independencia. Sobran las ‘leyes-atajo’ que la privilegian por cuestión de sexo, sanas son en cambio las normas racionales que les reconocen su capacidad y su talento. Mientras la ley les confiera oportunidades sólo por ser mujeres, tácitamente las seguirá teniendo por inválidas; en realidad las seguirá discriminando.

Y concluyendo el tema, pienso que los movimientos reformistas terminarán por imponerse. Son un alud incontenible, que no resistirán los fundamentalismos que de por sí suelen carecer de argumentos sólidos que los sostengan.


Luis María Murillo Sarmiento M.D.

domingo, 6 de julio de 2008

UNA MIRADA A LOS ERRORES MÉDICOS

Los 3200 millones de pesos a que ha sido condenada la nación por el Consejo de Estado por fallas médicas en los últimos años, sobresaltan a un gremio cuya vocación siempre ha sido humanitaria.

La medicina en buenas manos es una actividad segura pero no infalible. Dispone razonablemente los medios para el desenlace feliz, pero no puede en un caso en particular garantizar un resultado. Aunque la mayoría de las complicaciones se pueden prevenir, algunas son inevitables. No todo acto médico fallido o que produce un daño es indefectiblemente producto de la negligencia. Circunstancias que rebasan la diligencia y la pericia, y ajenas al ejercicio del médico, son con frecuencia la causa de un resultado infortunado: La idiosincrasia del paciente, los efectos secundarios o colaterales –consecuencias adversas esperables de un tratamiento médico o quirúrgico- y los errores asistenciales o administrativos, sólo para mencionar algunos. Por ello conviene mirar con lupa los errores que promueven las demandas. Y al hacerlo, encuentra tranquilidad de conciencia el cuerpo médico. Sabe que no fue por su culpa que un paciente cayó de una camilla, que en la farmacia confundieron el medicamento formulado o que un hospital negó la atención a un paciente grave.

Pero ese sosiego no es consuelo, porque el profesional de la medicina tiene un deber moral con sus pacientes, que lo obliga a alzar su voz cuando falla el sistema al atenderlos. Mucho va del error asistencial al error médico –el que se da por negligencia, imprudencia o impericia-. Las faltas médicas por fortuna no son tantas, pero los errores del sistema son nutridos, y peca el médico si guarda silencio ante las faltas.

Que ningún tratamiento sea infalible, se acepta inevitablemente. Como se admite que la vida y la salud humana tienen un límite más allá del cual nada consiguen la ciencia ni el fervor del médico. Pero no puede aceptarse que el medio en que se desarrolla la asistencia se vuelva riesgoso por motivos que no son irresistibles. Y percibimos los médicos un ambiente pernicioso: mercantilista, obstinado en la productividad, y obnubilado con indicadores que se preocupan más que de la calidad, de la cantidad de los actos realizados –al fin y al cabo es eso lo que se factura-. Que con la mente puesta en el comercio insiste en convertir en cliente al que por devoción y tradición es el paciente. Terminología que apenas cala en los negociantes de la medicina.

Ese ambiente es el propicio para el error y no debe ocultarse. Es preciso, por ejemplo, manifestar indignación por los tiempos irrisorios de consulta –más pacientes por hora para que la productividad aumente- que por obra de la burocracia se van en llenar formularios ociosos -tramitomanía exorbitante que podría simplificarse- y que restan al acto médico minutos preciosos que hacen la diferencia entre el yerro y el acierto. ¡La relación humana ya prácticamente desapareció de la consulta!
Igual ocurre en las urgencias, en las que el recurso humano insuficiente se compensa con cargas laborales excesivas, con turnos agotadores que son la génesis de muchos de los errores médicos.

Ni qué decir –juzgue el lector- de las intervenciones y los tratamientos negados por las empresas de salud, de los medicamentos restringidos, y del personal en formación convertido en responsable de la labor asistencial. Amén de los odiosos modelos de contratación que aunados a otras adversidades laborales redundan en un personal desmotivado.

Definitivamente los sueños idealistas del trabajador de la salud recién graduado están muriendo ante una realidad adversa y aplastante. Es hora de que las autoridades de la salud en Colombia tomen medidas. Médicos y pacientes demandamos que se corrija el rumbo.


Luis María Murillo Sarmiento M.D.

miércoles, 2 de julio de 2008

UNA NOTICIA FELIZ, INGRID BIENVENIDA A LA LIBERTAD

Hoy la emoción eclipsa las palabras. Es inmensa la felicidad que a todos los colombianos nos embriaga por el feliz rescate de Ingrid Betancourt, los tres norteamericanos y los once uniformados secuestrados. La operación impecable de las Fuerzas Armadas de Colombia renueva la confianza en nuestra fuerza pública y la política de seguridad democrática del presidente Uribe. ¡Bienvenidos a la libertad!

Luis María Murillo Sarmiento