domingo, 22 de diciembre de 2019

LA MAGIA DE LA PALABRA


Navidad es tiempo propicio para el concierto de las letras, para que aflore la magia de la palabra. Y la magia capaz de convertirla en lienzo, capaz de volverla melodía, capaz de transformarla en cine, y en toda manifestación capaz de estimular en forma exquisita los sentidos. Porque esa facultad de la expresión que tiene el hombre, que por corriente e innata no suele ser reconocida, es un don admirable en seres superiores, que la convierten en creación magnífica.

En ellos la palabra se compenetra con el arte, se vuelve pincel, se vuelve pluma; se vuelve canto, se vuelve melodía. Se funde con la razón y se torna en saber, se amalgama con el buen gusto y deviene en solemnidad y elocuencia.

La palabra es el vehículo del pensamiento y de los sentimientos. Expone las razones de la mente humana, los móviles del corazón y trasciende a las alturas del espíritu. Fría, pero racional, tiene la fuerza de la convicción; apasionada y vehemente tiene la pujanza de la seducción; amorosa y tierna tiene el ímpetu del afecto; impecable y bienhechora transmite el aliento del espíritu.

En el tiempo regocijado de la Navidad aflora la palabra para sembrar fraternidad en los buenos corazones, para cantar a la ternura que el Niño de Belén inspira, para hacer un alto en la confrontación y dar un respiro al espíritu arrinconado por los afanes materiales. Se encumbra al Cielo para convertirse en oración que demanda bendiciones.

Esa es la palabra en su esplendor, en su expresión más bella, porque también puede ser el instrumento de todo lo brumoso. Tristemente el hombre necio y vulgar rebaja su estatura, llevándola de la suntuosidad a la bajeza. Pero no es realmente la palabra la que se degrada. Como cantera dispuesta a la erección de la obra que anima al constructor, le ofrece material común o inmejorable, y es la estética de la obra el resultado de un creador mediocre o refinado.

La palabra seguirá siendo el reflejo del hombre que la usa, luego que siempre existan hombres exquisitos, y en un mundo sombrío, de tonos desabridos, se siga escuchando el eco de palabras sublimes que revivan la ilusión a una humanidad que percibo en franca decadencia.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.

domingo, 9 de junio de 2019

LA CORTE CONSTITUCIONAL COLOMBIANA: ENTRE EL DEBER DE LA RESPONSABILIDAD Y LA DEFENSA PERMISIVA DE LA LIBERTAD


Para ser magistrado se necesita más que los votos que aseguren una elección. Se necesita idoneidad. Un magistrado por la responsabilidad de sus fallos debe estar en la cúspide del entendimiento, de la honestidad, del sano juicio y la sabiduría. Cuando las decisiones judiciales son resultado de la defensa ciega de un principio malentendido, se conjetura que el fiel de la balanza está sesgado y que la venda que cubre los ojos de la justicia no simboliza su imparcialidad sino la ceguera del entendimiento.
El magistrado debe cuidar el bienestar de la sociedad como los médicos cuidamos la salud de nuestros pacientes. Ellos y nosotros debemos ser previsivos: advertir las dolencias por venir y evitar que nuestras conductas causen daño a quienes deben ser objeto de nuestro cuidado. ¿Si responde un médico por un medicamento mal formulado, no debe responder un magistrado por un fallo que afecte el sano desarrollo de la sociedad?
Pues el fallo que permite el consumo de alcohol y drogas en espacio público, en defensa del libre desarrollo de la personalidad, uno de los tantos desaciertos de la Corte Constitucional, ha de tener repercusión en el futuro de la sociedad. En defensa de un malentendido derecho a la libertad, los siete magistrados que lo votaron favorablemente, por desconocimiento del principio de precaución serán en el futuro los responsables del mal rumbo que tomen los pasos de nuestros infantes.
Para nuestros niños será natural, gracias al fallo, ver el espacio público invadido por adictos, y desapercibidamente podrán adquirir comportamientos indeseables -consumir alcohol y drogas no son conductas deseables, sino tragedias, para el consumidor y su familia- cuando la edad les permita replicar el ejemplo de los consumidores. Habrá obrado, entonces, la costumbre en favor del vicio. Como hubiera obrado a favor de la virtud. Simple conocimiento de la mente humana: el hábito forma hombres de bien o criminales. Todo depende de lo que convirtamos en rutina. El país se degrada porque la costumbre de la corrupción nos habituó a convivir con ella, hoy se acepta y es patrón de comportamiento social.
Poco saben los magistrados de los dilemas éticos. Se debe defender el libre desarrollo de la personalidad, pero no necesariamente cuando ese principio riñe con la beneficencia. El libre desarrollo de la personalidad no es un absoluto que pueda suprimir otros principios y valores. Las cortes no fueron concebidas para defender con obstinación unos determinados principios sino para evaluar la conveniencia y las consecuencias de su aplicación. Cada fallo debe ser el resultado de un profundo examen que vaya más allá de la mediática publicidad de sus decisiones.
Muchos colombianos celebran la fortuna de contar con una corte tan “liberal”, quién sabe si mañana sean las víctimas del libertinaje consecuente.
Otro sería el futuro de la humanidad -porque el fenómeno es mundial- si a los jueces se les enseñará a tomar decisiones con el miramiento metodológico de quienes trabajamos con la ética. Bien se ha dicho que el derecho es una ética de mínimos, pero en el sentido de que no puede imponer las encumbras exigencias de la ética, no en el de que sus fallos sean paupérrimos.

Luis María Murillo Sarmiento MD.