miércoles, 27 de junio de 2012

LA REFORMA DE LA JUSTICIA, COMO EN “EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR” QUEDÓ AL DESNUDO*


Por fin todos, como en “El traje nuevo del emperador”,  nos hemos dado cuenta de la vergonzosa desnudez de la reforma de la justicia. Como en el cuento de Andersen, el suntuoso traje no existía. La realidad no fue la que hacían ver los embaucadores, ni la que imaginaron los candorosos embaucados.

Tanta energía derrochada para nada. El 9 de agosto del 2010, primer día hábil de su mandato, Santos se reunió con 78 magistrados de las altas cortes para conciliar un proyecto de reforma que por el enfrentamiento entre Uribe y los magistrados, particularmente de la Corte Suprema de Justicia, no pudo adelantarse a pesar de ser tarea de ese gobierno desde sus albores.

Vista al desnudo, la reforma aprobada en estos días no es más que un instrumento de beneficios indebidos.

Desde la susceptibilidad de los magistrados por la revisión de su régimen y sus funciones, hasta el zarpazo final de los parlamentarios en la conciliación de los textos del acto legislativo, la reforma fue siempre un escenario de tensión por la pérdida o por la adquisición de nuevos privilegios. La impunidad y la congestión judicial, verdaderos motivos para reformar la justicia, fueron en el debate poco trascendentes. La concesión de facultades jurisdiccionales temporales a particulares, abogados y notarios para resolverlas, es un recurso paliativo de un sistema judicial incapaz, que en vez de solucionar delega.

El suceso solo ratifica que la majestad de la justicia es un infundio, como embeleco la mentada honorabilidad de los ‘padres de la patria’. Y de hace tiempo: por ineficaz y tendenciosa la primera, por sórdida e indecorosa la segunda.

Qué intriguen los políticos no es noticia nueva, pero que los magistrados cabildeen sorprende. ¿Qué imagen nos dan de su decoro si es cierto el cabildeo en busca de la prolongación de su período y del aumento de la edad de su retiro? Definitivamente el apego al poder embriaga hasta a las altas cortes.

Me convenzo una vez más de la inutilidad de la Constitución de 1991. Entonces por disoluto revocamos el Congreso, pero bajo la sombra de esa constitución ‘perfecta’ nuevas vergüenzas parlamentarias padecimos: las del proceso 8000 –vínculo de políticos con el Cartel de Cali-. Bajo la protección de esa nueva carta otro congreso resultó, en proporciones alarmantes, representando a los narcoparamilitares. Ahora, otro “congreso admirable”, que de tal alcanzó a calificar el ministro Vargas Lleras, protagoniza un acto de indelicadeza inexcusable, legislando en beneficio de exparlamentarios subjúdice y en su propio beneficio.

Es nuestra eterna ingenuidad que cambia las sábanas para tratar la enfermedad. Es un hecho: la proclividad al dolo no desaparece cambiando las constituciones, sólo cambiando la gente y sus conductas. Los males de ayer son los de hoy, y hasta peores, porque paulatinamente se han venido degradando las costumbres.

¿Retrocede la justicia con la reforma ya aprobada? Sin lugar a dudas. La sola mancha en la conciliación es suficiente para descalificarla. Por lo demás, nunca el proyecto se centró en la resolución de los reales males, nunca fue bueno; por eso críticos imparciales -no aquéllos que temiendo perder sus privilegios protestaron- señalaron su inocuidad y sus vergüenzas. ¿Por qué, entonces, declararnos ahora sorprendidos? Así somos los colombianos, sin remedio histriónicos. Se han desgarrado las vestiduras hasta quienes lo permitieron y alentaron

¡La reforma de la justicia debe hundirse íntegramente!

Luis María Murillo Sarmiento MD

* El 20 de junio del 2012, tras haber sido aprobada en Cámara y Senado la reforma a la justicia colombiana, un grupo de parlamentarios encargado de la conciliación de los textos aceptados introdujo cambios no requeridos y abusivos que convirtieron el acto legislativo en una descarada norma a su favor. El Consejo de Estado lo calificó de acto vulgar y vergonzoso, el presidente Santos la objetó, el ministro de Justicia, Juan Carlos Esguerra, renunció, la ciudadanía empezó la recolección de firmas para un referendo en su contra y demandó a los parlamentarios ante la Corte Suprema de Justicia.
La conciliación de la reforma, entre otras perlas, moderó la pérdida de investidura, al punto de no perderse la curul definitivamente. Exigió, además,  una mayoría calificada en  el Consejo de Estado para hacerla más difícil. Se quitaron también los congresistas la prohibición de financiarse ellos mismos sus campañas, y consagraron que las acusaciones en su contra deben ser con documento de identidad y en nombre propios, no anónimas como se permite contra otros servidores. Y a exfuncionarios y excongresistas detenidos los dejo en un limbo favorable para abrirles las puertas de la cárcel.  

jueves, 14 de junio de 2012

LA ACTITUD FRENTE A LOS CRIMINALES*


No concibo que los criminales anden a sus anchas y la justicia sea frágil ante ellos; que hombres de bien sean sometidos por la escoria de la sociedad.

Veo la historia de Pablo Escobar, y otros que se le asemejan, y no entiendo como la sociedad los dejó llegar tan lejos. Si les hubiera dado muerte a tiempo -de todas maneras iban a terminar sin vida- no habría padecido el país tantos dolores. Y no es que se los ejecuta por maldad, es por necesidad, porque no puede la sociedad vivir amedrentada por el temor a sus atrocidades.

No acepto que el criminal tenga derechos, ingenua presunción del ejercicio teórico del derecho y de la ética: con debilidad no se enfrenta a los bandidos.

Ante tanta debilidad y negligencia del Estado, en que la impunidad campea, entiendo el valor de la justicia por la propia mano. Y no es un sobresalto instintivo precipitado por la conmoción de un suceso criminal. No, es un razonamiento que siempre me lleva a las mismas conclusiones: si la sociedad quiere sobrevivir y recobrar la calma tiene que obrar con severidad con sus malos elementos. Tiene que deshacerse de ellos.

Bien lo hacen las autoridades en nombre de quienes representan, bien lo hace la sociedad directamente.

¿Y un médico, me preguntan, hablando de exterminio? Penosamente sí. Una cosa es mi posición frente al paciente, que disminuido por sus dolencias demanda humanidad, y otra la postura frente a los autores de conductas viles, seres no débiles, sino altaneros, que no precisan la sensibilidad del médico, sino la firmeza de un custodio, el arrojo de un ciudadano dispuesto a la batalla en defensa de los principios que defiende.

Y si en la conducta humanitaria del médico cabe la cirugía radical para extirpar un cáncer, con mayor razón se justifican las cirugías extremas en la sociedad para extirpar sus lacras. Cuando el criminal no tiene remedio -redención- debe extirparse. Y en países como Colombia y México los criminales no tienen redención.

Aunque lo pienso sin apasionamiento, y creo ciertas todas mis deducciones, no deja de inquietarme la severidad de las acciones. Es entonces cuando quisiera escuchar a Dios corroborándome que es lícito y debido el ajusticiamiento de los causantes de graves e innegables daños, no como castigo -que mucho se parece a la venganza-, sino como erradicación de un mal intolerable.

Luis María Murillo Sarmiento MD

* Este texto que pertenece  a uno de los capítulos de mi próxima novela, lo he puesto en boca de uno de los protagonistas, pero palpita tanto el pensamiento del autor en su líneas, que he querido difundirlo con nombre propio y sin evadir la autoría.