domingo, 2 de diciembre de 2012

EL SEXO SÍ ES GROTESCO, LLAMEMOS A LAS COSAS POR SU NOMBRE

Ha dicho el senador conservador Roberto Gerlein Echevarría a raíz de un debate en el Congreso sobre matrimonio entre homosexuales que “merece repulsión el catre compartido por varones”. Y lo ha tildado de sexo asqueroso, excremental y sucio.

No sé si plantear el tema desluzca mis columnas, pero la razón me obliga a abordar una controversia colmada de argumentaciones necias y reacciones timoratas. Claro que la reacción del senador suena ofensiva, pero las imágenes que suscitan en la imaginación tales uniones no son menos desagradables. Y asquearse también es un derecho.

Con todo y haberse excedido en su declaración, Roberto Gerlein no se equivoca: el sexo es grotesco, y sin importar el género de quienes lo practican. Otra cosa es que por su profusión de excitación y de placer se le perdone todo. Y que hasta se lo encumbre como expresión sublime del amor para pasar el rubor que de otra forma a muchos causaría. Porque sexo y amor no son una unidad como se piensa, material el uno, espiritual el otro, pueden ir inclusive en contravía, y además, porque el que llamamos amor en las parejas de todo está impregnado menos de las virtudes de ese sentimiento. El enamoramiento, que es una condición sicótica, es a diferencia del verdadero amor, interesado, egoísta, esclavista y destructivo. Si no es mío, que no sea de nadie, o lo prefiero a muerto, repiten los amantes.

Mucho va de un semblante angelical al aspecto de unos genitales, mucho de la caricia delicada a la frenética agitación de un coito. ¿Habrá quien desprevenidamente descubra ternura en un acto que en apariencia más tiene de violento? Solo el arte y la literatura lo engalanan, al fin al cabo en eso reside su virtud, en trasformar el mundo.  ¿Qué no es bello cuando lo toca la pluma encantada del poeta?

Llamemos a las cosas por su nombre, dejémonos de tantos eufemismos. Reconozcamos que nos fascina el placer que proporciona el sexo, así, llanamente, sin maquillaje alguno, sin adornarlo de las virtudes que no tiene. Que es ordinario pero lo reclamamos como derecho inalienable, que es grotesco y sucio pero nos apasiona. Tan grotesco que sólo lo hace estético la belleza de sus protagonistas, por eso se tolera más el sexo lésbico que “el catre compartido por varones”, que a pesar de la tolerancia resulta repulsivo. ¿Y sucio? Desde luego, no por vergonzoso -aunque se utilice para avergonzar a las personas- sino porque la higiene así lo expone: es contaminante y fuente de enfermedades trasmisibles, al punto que los médicos consideramos saludable el uso del condón.

La función sexual es simple instinto. Ni glorifica, ni envilece y es la expresión más animal del hombre.

Pasarán los siglos y no cambiará el comportamiento sexual de los humanos por más tratados de moral que se promulguen –solo una transmutación genética conseguiría el milagro-, justamente por su carácter instintivo y natural, y porque circunscrito al mundo íntimo y privado –como debe ser- no tiene quien lo cohíba y quien lo juzgue.

No me incumbe lo que hagan los homosexuales en su privacidad, ni me pongo a imaginar una intimidad que me repugna, respeto su particular naturaleza y no comparto algunas de las prerrogativas sociales que persiguen. Y aunque procuro ver con ojos desapasionados -quizás más bien por ello-, temo que su actitud provocadora e irascible como respuesta podrá engendrar violencia. Hoy todo desacuerdo con ellos se condena. Se le da carácter de delito a la homofobia, sin distinguir entre la aversión y la agresión. A las fobias y a los sentimientos no hay ley que los acalle. La verdadera violencia contra todo ser pacífico sí debe reprimirse.

Apreciando desde mi gradería el espectáculo circense que pasa por mi lado solo pienso en la falta de juicio con que se razona, en la irascibilidad con que se reacciona, en la trascendencia que se da a lo que no la tiene, en la doble moral que se practica, en la falta de carácter y en la incapacidad de llamar a las cosas por su nombre, que no en esta materia, sino en todas, personifica al hombre.

Luis María Murillo Sarmiento MD.

sábado, 27 de octubre de 2012

CIMIENTOS PARA UN MUNDO QUE TRASCIENDA


Palabras de Luis María Murillo Sarmiento al recibir el Lauro de Oro
en el XIX Récord Nacional e Internacional de Poesía
de la Fundación Algo por Colombia.
Paraninfo Academia Colombiana de la Lengua
Bogotá D.C. Octubre 23 del 2012

El destino, al que el hombre culpa de sus males, y al que la prosperidad Implora, ha sido sin demandarle nada conmigo generoso. Gracias Agustina Ospina*, gracias Silvio Vásquez**, por tanta magnanimidad conmigo. Mi gratitud es inmensa, su manifestación rebasa mis palabras.

Hoy he venido a este augusto recinto de la Academia Colombiana de la Lengua, a recibir un laurel que muchos más que yo lo merecían. Lo saben desde su eternidad serena las glorias de la literatura universal que hoy desde su pedestal en este paraninfo me acompañan. También mis personajes en reverencia se hincan ante los protagonistas -más reales que quienes los crearon- de esta ““Apoteosis de la lengua castellana”, admirable mural de Luis Alberto Acuña.

Es humilde mi pluma, solitaria y tímida. Perseverante desde los años escolares, contendiente obstinada del escalpelo que brinda mi sustento. Se ha ido apoderando de mí, sin darme cuenta, pero sin pretensión alguna. Como una chifladura que se filtra camuflada en mis epístolas, en textos salpicados de crítica y de historia, en ensayos, en poemas y novelas, que se llevan mis horas en el inefable intento de escribirlas.

Obras sencillas para una audiencia casera y reducida,  conato literario que de pronto se han visto sorprendido con un enaltecimiento que traduce más la magnanimidad de quienes los prodigan que la calidad del autor que los recibe. De ello soy consciente, y aunque mi talla diste de la gloria que debería a mi patria, prometo en la medida de mis capacidades hacer algo por la literatura y ‘Algo por Colombia’.    

Algo en un mundo que demanda más luz en sus tinieblas.

Deslumbrado por lo material veo al inquilino de estos tiempos, aferrado a lo terrenal y limitado. Sin tiempo para vivir en la lucha constante por los bienes.

Al mundo predominantemente material y utilitario, contrapongo la dicha de otro forjado en lo intangible. En la contemplación filosófica del mundo, en el goce estético, en el amor, en la entrega generosa.

Un mundo que trascienda nuestro ciclo fugaz y restringido. Que se encumbre en la búsqueda de la felicidad, que indague en el sentido de la vida, en la sublime finalidad de la existencia. Que tienda a la inalcanzable perfección sin abatirse. Que dé a la muerte trascendencia, cual si fuera un nuevo nacimiento en que la parca no burle nuestro esfuerzo.

Lo material con lo corporal termina, lo espiritual sobrevive en la memoria de quienes nos recuerdan, en la mente de quienes sin haber vivido nuestro tiempo nos conozcan, quizás, tal vez, en una inmortalidad que en otra vida nos prolongue.

El arte expresa la espiritualidad del hombre. La creación denota una conexión con el espíritu, una sensibilidad que capta el valor de lo ignorado, que interpreta el valor del sentimiento, que busca la entraña, la esencia, la sustancia; que se sumerge en la intimidad del hombre transformando una llamarada genial en una manifestación estética que despierta la benignidad de otros espíritus.

Sí, el arte se hermana con los mejores sentimientos, el arte despierta inclinaciones humanísticas, y el humanismo hace mejor al hombre: lo modera en sus excesos materiales, lo ennoblece a la par con sus valores.

El arte es el abono a la semilla: a través de las letras podemos edificar los ciudadanos del mañana. No sólo despertarles sus talentos, sino poner cimientos para una humanidad virtuosa. La semilla, prodigioso grano, es un fruto que aguarda la cosecha, igual el niño es el embrión del hombre del futuro, la semilla que reaviva la especie, el germen de las generaciones.

A ellos una tradición debemos transmitirles, una huella tenemos que mostrarles, un riesgo tenemos que advertirles… un camino tenemos que indicarles.

Antecedí tus pasos, afirmo rotundo en un poema:

… porque antes que tú,
conocí yo el sol, la luna y las estrellas,
las olas del mar, las congojas, las sombras…
la perfidia humana.

Antecesor soy de tus yerros,
precursor incluso de tus faltas;
conozco el futuro de tu vida,
porque ya lo recorrió mi planta:
mis noches son tus días,
mi omega tu alfa.

Antecesor soy de tu suerte,
atalayador de tus riegos y venturas.
Soy la vanguardia de tus pasos,
la avanzada de tu mundo inexplorado.

Antecesor soy de tu historia
-un ciclo que siempre se repite-
memoria y moraleja dispuesta a tu enseñanza.


Al encuentro con la juventud he ido, asumiendo una cruzada que Agustina Ospina y Joseph Berolo comenzaron. Una expedición por claustros escolares y salones, en compañía de bardos y declamadores que proclaman lo bueno, lo útil, lo justo y lo bello, y lo siembren en el corazón de los infantes.
Una tarea no exenta de bemoles.

Trifulca, algarabía, desorden enmarcan el encuentro de las generaciones. Criaturas que no atienden, poetas que lanzan estérilmente al aire sus poemas, profesores que demandan silencio y  anuncian puniciones. Como al comienzo de los tiempos todo es caos. Allende, como en el devenir del universo, el producto será maravilloso.

El saludo, la inquietud y la pregunta surgen con el tiempo. Aprende a trabajar el escritor con el relajo, a inmiscuirse en el corrillo como uno más de los perturbadores. La gritería, a sus espaldas, de pronto se silencia, aún aturde, pero el preceptor embebido en esa tertulia improvisada no la escucha. De corrillo en corrillo el ejercicio se prolonga. La simpatía germina, no hay fisuras, ya se estiman el escritor y el estudiante. Ahora escuchan, ahora analizan y debaten. Ahora hilvanan los muchachos en un papel sus frases: oraciones erráticas algunas, de quienes no esperan más que cumplir con la tarea; otras profundas, otras agudas, cargadas de emoción e ingenio. Algunas develan la intimidad o dejan al descubierto los problemas: catarsis infantil.

El alma en unos versos se revela. Al compás de un poema declamado brota inesperada una lágrima furtiva. “Se me aguaron los ojos”, proclama una estudiante. Y otra, como de la chistera de un mago saca de su maleta sus recónditas y tímidas cuartillas. Ha encontrado en la tertulia el ambiente cómplice alentador para su don secreto.

Brotarán, seguramente, de este jardín de vocaciones escondidas escritores y poetas, espíritus que cultiven el arte y lo engrandezcan, pero ante todo tendrá que florecer  el germen de bondad si ha sido buena nuestra empresa. Que no se den necesariamente malabares con la pluma, pero sí, para siempre, de por vida, expresiones de humanidad y de ternura.  

Abonemos el campo, cuidemos la semilla, que a nuestra sombra el árbol crezca recto, proyectando sus brazos a los cielos. A ese reino que aguarda nuestro espíritu al final de todas las faenas. 

* Presidente Fundación Literaria Algo por Colombia
** Vicepresidente de la misma fundación.

miércoles, 27 de junio de 2012

LA REFORMA DE LA JUSTICIA, COMO EN “EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR” QUEDÓ AL DESNUDO*


Por fin todos, como en “El traje nuevo del emperador”,  nos hemos dado cuenta de la vergonzosa desnudez de la reforma de la justicia. Como en el cuento de Andersen, el suntuoso traje no existía. La realidad no fue la que hacían ver los embaucadores, ni la que imaginaron los candorosos embaucados.

Tanta energía derrochada para nada. El 9 de agosto del 2010, primer día hábil de su mandato, Santos se reunió con 78 magistrados de las altas cortes para conciliar un proyecto de reforma que por el enfrentamiento entre Uribe y los magistrados, particularmente de la Corte Suprema de Justicia, no pudo adelantarse a pesar de ser tarea de ese gobierno desde sus albores.

Vista al desnudo, la reforma aprobada en estos días no es más que un instrumento de beneficios indebidos.

Desde la susceptibilidad de los magistrados por la revisión de su régimen y sus funciones, hasta el zarpazo final de los parlamentarios en la conciliación de los textos del acto legislativo, la reforma fue siempre un escenario de tensión por la pérdida o por la adquisición de nuevos privilegios. La impunidad y la congestión judicial, verdaderos motivos para reformar la justicia, fueron en el debate poco trascendentes. La concesión de facultades jurisdiccionales temporales a particulares, abogados y notarios para resolverlas, es un recurso paliativo de un sistema judicial incapaz, que en vez de solucionar delega.

El suceso solo ratifica que la majestad de la justicia es un infundio, como embeleco la mentada honorabilidad de los ‘padres de la patria’. Y de hace tiempo: por ineficaz y tendenciosa la primera, por sórdida e indecorosa la segunda.

Qué intriguen los políticos no es noticia nueva, pero que los magistrados cabildeen sorprende. ¿Qué imagen nos dan de su decoro si es cierto el cabildeo en busca de la prolongación de su período y del aumento de la edad de su retiro? Definitivamente el apego al poder embriaga hasta a las altas cortes.

Me convenzo una vez más de la inutilidad de la Constitución de 1991. Entonces por disoluto revocamos el Congreso, pero bajo la sombra de esa constitución ‘perfecta’ nuevas vergüenzas parlamentarias padecimos: las del proceso 8000 –vínculo de políticos con el Cartel de Cali-. Bajo la protección de esa nueva carta otro congreso resultó, en proporciones alarmantes, representando a los narcoparamilitares. Ahora, otro “congreso admirable”, que de tal alcanzó a calificar el ministro Vargas Lleras, protagoniza un acto de indelicadeza inexcusable, legislando en beneficio de exparlamentarios subjúdice y en su propio beneficio.

Es nuestra eterna ingenuidad que cambia las sábanas para tratar la enfermedad. Es un hecho: la proclividad al dolo no desaparece cambiando las constituciones, sólo cambiando la gente y sus conductas. Los males de ayer son los de hoy, y hasta peores, porque paulatinamente se han venido degradando las costumbres.

¿Retrocede la justicia con la reforma ya aprobada? Sin lugar a dudas. La sola mancha en la conciliación es suficiente para descalificarla. Por lo demás, nunca el proyecto se centró en la resolución de los reales males, nunca fue bueno; por eso críticos imparciales -no aquéllos que temiendo perder sus privilegios protestaron- señalaron su inocuidad y sus vergüenzas. ¿Por qué, entonces, declararnos ahora sorprendidos? Así somos los colombianos, sin remedio histriónicos. Se han desgarrado las vestiduras hasta quienes lo permitieron y alentaron

¡La reforma de la justicia debe hundirse íntegramente!

Luis María Murillo Sarmiento MD

* El 20 de junio del 2012, tras haber sido aprobada en Cámara y Senado la reforma a la justicia colombiana, un grupo de parlamentarios encargado de la conciliación de los textos aceptados introdujo cambios no requeridos y abusivos que convirtieron el acto legislativo en una descarada norma a su favor. El Consejo de Estado lo calificó de acto vulgar y vergonzoso, el presidente Santos la objetó, el ministro de Justicia, Juan Carlos Esguerra, renunció, la ciudadanía empezó la recolección de firmas para un referendo en su contra y demandó a los parlamentarios ante la Corte Suprema de Justicia.
La conciliación de la reforma, entre otras perlas, moderó la pérdida de investidura, al punto de no perderse la curul definitivamente. Exigió, además,  una mayoría calificada en  el Consejo de Estado para hacerla más difícil. Se quitaron también los congresistas la prohibición de financiarse ellos mismos sus campañas, y consagraron que las acusaciones en su contra deben ser con documento de identidad y en nombre propios, no anónimas como se permite contra otros servidores. Y a exfuncionarios y excongresistas detenidos los dejo en un limbo favorable para abrirles las puertas de la cárcel.  

jueves, 14 de junio de 2012

LA ACTITUD FRENTE A LOS CRIMINALES*


No concibo que los criminales anden a sus anchas y la justicia sea frágil ante ellos; que hombres de bien sean sometidos por la escoria de la sociedad.

Veo la historia de Pablo Escobar, y otros que se le asemejan, y no entiendo como la sociedad los dejó llegar tan lejos. Si les hubiera dado muerte a tiempo -de todas maneras iban a terminar sin vida- no habría padecido el país tantos dolores. Y no es que se los ejecuta por maldad, es por necesidad, porque no puede la sociedad vivir amedrentada por el temor a sus atrocidades.

No acepto que el criminal tenga derechos, ingenua presunción del ejercicio teórico del derecho y de la ética: con debilidad no se enfrenta a los bandidos.

Ante tanta debilidad y negligencia del Estado, en que la impunidad campea, entiendo el valor de la justicia por la propia mano. Y no es un sobresalto instintivo precipitado por la conmoción de un suceso criminal. No, es un razonamiento que siempre me lleva a las mismas conclusiones: si la sociedad quiere sobrevivir y recobrar la calma tiene que obrar con severidad con sus malos elementos. Tiene que deshacerse de ellos.

Bien lo hacen las autoridades en nombre de quienes representan, bien lo hace la sociedad directamente.

¿Y un médico, me preguntan, hablando de exterminio? Penosamente sí. Una cosa es mi posición frente al paciente, que disminuido por sus dolencias demanda humanidad, y otra la postura frente a los autores de conductas viles, seres no débiles, sino altaneros, que no precisan la sensibilidad del médico, sino la firmeza de un custodio, el arrojo de un ciudadano dispuesto a la batalla en defensa de los principios que defiende.

Y si en la conducta humanitaria del médico cabe la cirugía radical para extirpar un cáncer, con mayor razón se justifican las cirugías extremas en la sociedad para extirpar sus lacras. Cuando el criminal no tiene remedio -redención- debe extirparse. Y en países como Colombia y México los criminales no tienen redención.

Aunque lo pienso sin apasionamiento, y creo ciertas todas mis deducciones, no deja de inquietarme la severidad de las acciones. Es entonces cuando quisiera escuchar a Dios corroborándome que es lícito y debido el ajusticiamiento de los causantes de graves e innegables daños, no como castigo -que mucho se parece a la venganza-, sino como erradicación de un mal intolerable.

Luis María Murillo Sarmiento MD

* Este texto que pertenece  a uno de los capítulos de mi próxima novela, lo he puesto en boca de uno de los protagonistas, pero palpita tanto el pensamiento del autor en su líneas, que he querido difundirlo con nombre propio y sin evadir la autoría.

martes, 7 de febrero de 2012

LITERATURA Y ÉTICA

En el lanzamiento de una de mis obras preguntaba, sin dar respuesta, si la literatura era un fin o sólo un medio, y especulando, dejaba la respuesta al auditorio. Hoy, dispuesto a abordar el tema, creo que debo resolverla. Tal vez no parezca difícil la respuesta.

La literatura es, en mi opinión, un fin cuando es la creación en sí misma el objetivo, y un medio cuando sirve de vehículo a otros fines: cuando lleva un mensaje más allá del arte. Y es en este punto en que la distinción de la literatura como fin o como medio se enrarece. La solución conceptualmente fácil, a la cuestión planteada, en la práctica termina complicada.

Pensaría, entonces, que la literatura goza, en forma sui géneris, de la doble condición –un fin y un medio-; y que es más el escritor, que el lector o el crítico, el que resuelve en su caso particular la duda, porque mensaje siempre habrá de descubrirse.

Es el creador, a diferencia del crítico que cree saberlo todo, el que sabe si puso arte a su mensaje, o si buscó un mensaje, como quien busca algún pretexto, que sirviera de armazón para su obra. El pintor puede más fácilmente plasmar sin opinar, retratar sensaciones sin que se comprometa la razón; el escritor habitualmente -¿habrá excepciones?- narra involucrándose, produce ideas, manifiesta intenciones, defiende ideologías.

Y es que la literatura es en últimas lenguaje, y el lenguaje, comunicación. La comunicación es su función por excelencia. Sólo que cuando quien lo utiliza lo engalana y lo convierte en expresión bella y brillante, nace la literatura.
Hasta aquí la relación entre la ética y la literatura no pasa de una disquisición conceptual, quizás inocua, en la práctica, sin mucha trascendencia. Pero otro enfoque está relacionado con la función ética de la literatura, situación en la que se convierte en medio para trasmitir principios y valores, y para defender enfoques relacionados con el bien y el mal, la moral y las costumbres.

No tiene que ser esa obligación de un arte, para ello bastaría el lenguaje corriente simplemente, pero siendo esa función un deber moral del hombre, cuando la asume el escritor resulta forzosamente literaria.

Y como no hay campo humano en que la moral no esté presente, las acciones de los hombres entre alternativas morales se debaten; y la literatura que escenifica esas acciones, lleva implícita la moral en su universo. Puede aparecer como hecho fortuito, inopinado, pero también como tendencia del autor orientada a un fin edificante y formativo. Habrá, desde luego, y por desgracia, autores que hagan apología del vicio y lo perverso.

Los valores en las obras literarias pueden presentarse escuetamente, pero con más frecuencia confundidos con la trama, y particularmente en el caso de la poesía, como sentimientos, más que como argumentación y raciocinio, propios de la obras narrativas.

Más allá, de la defensa o exposición explícita de los principios, hay valores implícitos enaltecidos en los sentimientos que se expresan, o condenas a comportamientos contra los que el escritor nos predispone mediante el manejo de nuestras emociones.

El amor es valor fundamental, y me atrevo a afirmar sin temor a equivocarme que es el más extensamente abordado en la historia de la literatura.

Y resolviendo en mi caso la pregunta, el ejercicio mental y mi creación artística van a la par, para mí, sin lugar a dudas, la literatura ha sido un fin y ha sido un medio.

Luis María Murillo Sarmiento MD