viernes, 30 de octubre de 2009

DESHUMANIZACIÓN EN LA SALUD (CONSIDERACIONES DE UN PROTAGONISTA) - ¿QUÉ ES DIGNIDAD?

Los movimientos intelectuales, filosóficos y artísticos, como el humanismo griego (siglo V aC) o el humanismo del renacimiento (siglos XIV-XVI) al destacar al hombre y sus valores enaltecieron la dignidad humana. También la han destacado el humanismo cristiano –espiritual- como el humanismo materialista desde sus propias ópticas. Altruismo, como filantropía nacen de ella y convergen en ella. La dignidad es, pues, la esencia de la humanidad que demando en este texto. ¿Pero qué es la dignidad humana?

La dignidad, ateniéndonos a criterios de plena aceptación, es un bien absoluto. Con lo que se quiere expresar que es independiente de toda circunstancia. Ni el sexo, ni la edad, ni el credo, ni la raza, ni el estado de salud, ni el abolengo, ni la posición social, ni ninguna otra condición la subordinan. Es un valor fundamental inherente al ser humano, que no se otorga, sino que se debe reconocer indefectiblemente: deja de ser opcional, debe admitirse. Y como valor fundamental, es pilar de múltiples principios, que se traducen en el respeto por el ser humano y que deben, sin condicionamiento alguno, a todos cobijarnos.

Aunque incorporada -la dignidad- a todo tipo de leyes y tratados que hacen obligatoria su observancia, considero que debe ser su fundamentación filosófica y moral la que inspire su respeto, la que mueva la conciencia de los hombres.

“La superioridad del ser humano sobre los que carecen de razón es lo que se llama la dignidad de la persona humana” afirma Oscar Garay. Criterio ya expuesto en el siglo XVIII por Immanuel Kant, filósofo alemán. Planteó Kant el valor relativo del ser irracional, frente al valor objetivo de los seres humanos. Reconoció a las personas como fines en sí mismos y sentó el impedimento moral –al no ser cosas-de usarlas como medio y de utilizarlas para nuestros fines. Concluyó por lo tanto que el ser humano no tiene precio: tiene dignidad. Los seres humanos no son en consecuencia negociables, son, como dice el pediatra y máster en bioética Joan Vidal-Bota, únicos e irreemplazables

Dada por sentada la dignidad, sobre ella se erigen todos los derechos: a la vida, a la libertad, a la expresión, a la propiedad, al credo y todos los que las leyes, tratados y declaraciones universales a los seres humanos le conceden. A todos –lo resalto- en razón de que la dignidad es compartida por todos por igual, como un derecho natural por el sólo hecho de ser de nuestra especie.

Pero ese reconocimiento tiene, a mi parecer, implícitas ciertas condiciones. Por ser digno al ser humano se le trata con humanidad, pero por ser digno se espera que actúe humanamente. No se espera humanidad de otra especie hacia la humana, pero sí de ésta hacia las otras.

¿Pero qué ocurre cuando el ser humano abandona su condición racional y actúa de forma feroz contra sus semejantes? ¿Su dignidad-supuesta un absoluto- se resiente? ¿Se menoscaba ese valor fundamental? Seguramente. Pero el asunto, contradictorio y polémico, no tiene relevancia cuando la atención sanitaria es el tema central de lo que expongo. En salud el trato humanitario es un axioma. La cuestión es trascendente en lo penal y en la conducta hacia los delincuentes. Sostengo entonces que la dignidad no es un bien ilimitado y que sí demanda una responsabilidad mínima del titular de ese derecho, porque ser digno es ser, también, merecedor de algo. Sin tanta disquisición la sabiduría popular sostiene que hay respetar para que lo respeten.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO M.D.

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jueves, 8 de octubre de 2009

DESHUMANIZACIÓN EN LA SALUD, CONSIDERACIONES DE UN PROTAGONISTA - HUMANIDAD, HUMANISMO Y DESHUMANIZACIÓN

El sentido humano del comportamiento tiene un fundamento racional, pero también afectivo. Puede proceder de diversas corrientes filosóficas, pero también de la sensibilidad per se. Es tan universal que tiene raíces en el humanismo -movimiento antropocéntrico-, como en las filosofías teocéntricas. El hombre, bien como centro, bien como satélite, en las diferentes doctrinas, suele ser objeto de compasión. Razonado y convertido en doctrina, como expresión menos reflexiva, o como manifestación personal, el sentimiento humanitario corre paralelo a la historia del hombre, porque la humanidad es una característica de nuestra especie. No se espera caridad de un animal irracional. La preocupación por el débil, por el afligido, por el enfermo es universal. Con toda razón ese sentimiento está presente en el surgimiento de las ciencias médicas.

Las filosofías antropocéntricas con su discurso sobre la dignidad humana, y las doctrinas teocéntricas con la prédica del amor hacia los semejantes como precepto divino, tuvieron papel preponderante en el alivio de los males terrenales. Muchos siglos antes de Cristo los templos fueron albergue de enfermos y desamparados. Y ni qué decir de la edad media en que las órdenes religiosas se dieron al cuidado del enfermo y a la creación de hospicios y hospitales. Ni la interpretación del sufrimiento como manifestación de pecado contuvo la piedad por los dolientes.

Llama en cambio la atención que la maquinización y la producción a gran escala, a diferencia de los movimientos intelectuales, filosóficos y religiosos, suele alejar al hombre del sentimiento humanitario. Ejemplo de ello pueden ser la revolución industrial –de inobjetables beneficios- y, en nuestros días, la obsesión por la productividad sin tregua que se cuela en todas las labores. Las ansias de poder y de dinero suelen cegar al hombre y su deslumbramiento puede atropellar muchos valores. Pero ni la producción, ni la economía, ni la ciencia, ni la tecnología encarnan las adversidades de la humanidad: por el contrario, en ellas funda el mundo su progreso. La ruptura entre ellas resulta por tanto inaceptable, porque en ningún momento son contradictorias. Sólo basta que la ciencia y la tecnología discurran por cauces morales aceptables. Ese es el papel que le encomendamos a la ética, y más recientemente a la bioética.

Pero la falta de humanidad puede transitar caminos todavía más temerosos. Su detrimento conlleva un endurecimiento que no conoce límite, un desdén de la beneficencia y un desprecio por el principio de no maleficencia, que concluye en los comportamientos más perversos que hacen posible los descuartizamientos y masacres que parecían inconcebibles, pero que hoy son tan frecuentes como el pan del día. Lejos estoy de imaginar la salud de tal manera envilecida, pero si degradada por un entorno en que la afrenta a la dignidad de la persona se ha vuelto cotidiana.

La tendencia deshumanizante vuelve al hombre al escenario natural de las especies, a la selección en que el más fuerte –y en este caso el más perverso- sobrevive, mientras se extinguen el bueno, como el débil. Una premonición apocalíptica que suprime de la Tierra definitivamente la compasión y la piedad.

La humanidad, como conjunto de obligaciones que se intuyen, es un deber moral más que legal, pero de obligatorio cumplimiento. Es un deber prima facie que debemos observar para hacer grato el paso por el mundo.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO M.D.

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