domingo, 23 de diciembre de 2007

UN NO ROTUNDO AL VOTO OBLIGATORIO

Peter Singer, profesor de bioética de la universidad de Princeston ha propuesto el voto obligatorio como remedio a la abstención electoral. Jamás la consideraré una opción válida para una democracia. Realmente ninguna solución que atente contra la libertad, el más sagrado de todos los derechos, debería tener cabida. No se refrenda la democracia por el raudal de votos sino por el respeto de los abstencionistas al mandato de las urnas. Elegir debe ser un acto libre desde la misma intención de depositar el voto. Votar bajo coacción es un agravio, una imposición con perfil totalitario; un despropósito para combatir con otro despropósito: dilapidando el voto, haciéndolo inválido para que a nadie favorezca, a fin de que coincida con la auténtica intención del elector dispuesto a no participar en los comicios.


Llama la atención que quienes discuten y proponen la medida nunca llegan a analizar la hondura filosófica de quienes la objetamos. No es el esfuerzo, ínfimo que demanda, incluso inexistente cuando cobija a quienes cumplidamente vamos a las urnas, es la impresión de sentirse aplastado por la fuerza descomunal del Estado que siempre será superior a la del hombre. En mi caso el efecto sería contrario al esperado. Haría el absurdo tránsito de elector responsable a elector negligente.

En 1996, cuando se estuvo tramitando en el Congreso de Colombia un proyecto para convertir en ley el voto obligatorio*, compartí con mis lectores estas reflexiones que me publicó el periódico El Espectador el 9 de noviembre.

“La democracia a la fuerza es un exabrupto que no tolera la razón, y adversa ha de ser en consecuencia la reacción al voto obligatorio que se tramita en el Congreso. Proyecto que solamente cabe en la mente de políticos sedientos de poder y pletóricos de ambiciones personales.

No es auténtica sin libertad la democracia, como tampoco es calificable por el caudal de votos; lo es por el respeto universal a la determinación que por mayoría adoptan los votantes, porque hasta quienes se abstienen de votar la acatan.

Y paradójicamente no es mejor la decisión cuando todos participan, porque es de elemental conocimiento que las personas intelectualmente más preparadas para decidir constituyen apenas el vértice de la pirámide, y que es en cambio la muchedumbre manipulable y sin ilustración la que elige finalmente: insalvable imperfección de la democracia.

¿Será que el proyecto contempla que el candidato ganador deba tener la mayoría de votos contabilizando los blancos y los nulos? Si éstos como se espera se nutren de la franja abstencionista, nunca un candidato podrá ser elegido. Y se entenderá sin duda que el abstencionista más que un ser indiferente, es un ciudadano profundamente defraudado, que moralmente no puede ser atropellado con la obligación del voto; castigo que le imponen los causantes mismos de su apatía.

El sufragio obligatorio esclaviza a quienes anteponemos a la vida, el derecho a la libertad; a quienes no aceptamos más dictados que los de la razón; a quienes sentimos innato al hombre el derecho a pensar y a disentir; a quienes consideramos el voto un derecho y no un deber.

El asiduo elector que estas líneas escribe promete si el monstruoso proyecto se hace ley, votar en blanco cuantas veces se coarte su libre decisión de ir a las urnas.
Lo más cautivante de la libertad no es disfrutar sus beneficios, sino saber que existe.”


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO

* El proyecto de ley nunca se aprobó. Hoy en Colombia existen estímulos de diversa índole para quienes votan.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

EL INFAME CAUTIVERIO DE INGRID BETANCOURT


El secuestro de Ingrid fue como la muerte de Santiago Nassar: anunciado. Un mal final advertimos los colombianos cuando una estrategia electoral arriesgada hizo marchar a la entonces candidata presidencial al encuentro con las Farc. No lo podíamos imaginar de otra manera: las Farc siempre han representado dolor para Colombia.

El empecinado viaje de Ingrid a los dominios del grupo subversivo fue la más candorosa entrega de una víctima a sus secuestradores. A cambio de la paz encontró la pesadilla de un cautiverio abominable. Hasta hoy el clamor de tantas voces por su libertad no ha servido para nada. ¡Pobres idealistas los que en la distancia esperan de la guerrilla un gesto generoso! ¡Pobres soñadores los que desde otras latitudes se emocionan con el discurso de sus buenas intenciones!

Sin vivir en Colombia, y sin sentir su violencia, cualquier afirmación es una especulación sin fundamento. ¡Las Farc no son nuestros salvadores, son nuestros verdugos! De ahí la popularidad del presidente Uribe, ignorada en otras latitudes. Su prestigio en esta patria no es gratuito. Es el respaldo de los nacionales que temen los horrores de una guerrilla cruel y sanguinaria. Las críticas de la oposición son a su talante neoliberal, y a su estilo provocador y frentero, nunca a la seguridad que va consolidado en un país en el que transitar por cualquier carretera era vedado, so pena de caer secuestrado en un puesto guerrillero; donde la autoridad se replegó de muchos municipios y la población tuvo que someterse a los vejámenes de los bandidos; donde ganaderos, agricultores, comerciantes y empresarios tuvieron que pagar cuantiosas extorsiones o pagar su desacata con la vida o con el despojo de sus bienes.

Altivos, tímidos o acobardados, todos los colombianos censuramos las prácticas del grupo terrorista. Aún desde la izquierda se alzan las voces que repudian sus míseras acciones. Porque la izquierda democrática colombiana, que ha alcanzado conquistas electorales resonantes, sabe que en el país los cambios son posibles por el camino de las urnas, por eso rechaza el innecesario camino de las armas, además sabe, por evidente, que el discurso social de la guerrilla es una invención que esconde sus verdaderos y criminales intereses, intereses que la convirtieron en otro cartel del narcotráfico.

Vistas así las cosas preocupa el resultado del que se ha dado en llamar intercambio humanitario. No debiera ser un ser humano una mercancía que se negocia. No debieran personas inocentes estar privadas de su libertad –y en qué condiciones- por capricho de unos delincuentes. No deberían quedar en libertad unos criminales por la extorsión de su cuadrilla. No debiera tranzar la autoridad con malhechores. ¿Y si se quebranta el principio de autoridad -como piden las voces más humanitarias- quedarán de veras en libertad los secuestrados? ¿Y si salen de prisión los guerrilleros, se reincorporarán pacíficamente a la sociedad? ¿Seguirán probablemente delinquiendo? ¿Y si hoy se claudica ante las exigencias de los secuestradores no se estará enviando a los plagiarios el mensaje de que ese delito es efectivo? Si así es, estaríamos pagando el rescate de los secuestrados de hoy con el cautiverio de las futuras víctimas de la guerrilla.

Análisis frío, éste que planteo, que en su angustia no pueden ni deben hacer los familiares de los secuestrados: no entiende razones un corazón adolorido. A sus ojos parece inclemente la actitud de un presidente enérgico, humanitaria en cambio, la de la guerrilla que los secuestró, y que ofrece liberarlos si el gobierno se doblega. ¡Qué mal recuerdo tiene el país de la zona de despeje del Caguán! Lo más parecido a lo que hoy las Farc exigen.

Desconsoladas las familias de los secuestrados claman contra la autoridad, incapaces de hacerlo contra los plagiarios, nada pueden decir contra ellas que se traduzca en represalia contra los cautivos. Por ello el profesor Moncayo marchó cientos de kilómetros hasta la sede del gobierno y no a la selva –más cercana- en la que se esconden los que secuestraron a su hijo.

El colombiano es temeroso en sus protestas; protesta tácitamente, condena en abstracto, dice “no a la violencia”, sin señalar a nadie. Más masiva y unánime, más exigente y menos suplicante debiera ser la actitud para demandar la libertad de los raptados. Decirle de frente a las Farc cuanto las repudiamos.

¡Que el cielo escuche nuestro ruego y pronto vuelvan a su hogar los secuestrados!

viernes, 14 de diciembre de 2007

LAS VICISITUDES DEL QUEHACER MÉDICO


Los reiterados juicios sobre la responsabilidad médica en la asistencia pública con frecuencia conducen a afirmaciones ligeras que fundadas presumiblemente más en el desconocimiento que en la mala intención, van socavando en forma imperceptible la relación médico paciente y destruyendo la armonía que debe existir entre el cuerpo médico y la comunidad.

Lejos de ser un quehacer infalible, la medicina a pesar de su prodigioso desarrollo tiene fracasos y genera complicaciones que son desafortunadamente explotadas por el sensacionalismo periodístico, en ocasiones por el ánimo demagógico de las autoridades y no pocas veces por quienes pretenden obtener del médico beneficios materiales.

Entristece y desmotiva al médico honesto, prudente y responsable que el ejercicio de un apostolado pueda transmutarse en una labor riesgosa que conculca sus derechos. Que desproveído de las garantías consagradas para sus pacientes, se vea abocado a la adquisición de enfermedades que no pocas veces conducen a la muerte, o que se vea afrontando como criminal los estrados judiciales por servir abnegadamente a instituciones que como muchas de las del estado caracen de los recursos para ofrecer una asistencia médica segura.

No debe perder la comunidad la confianza en quienes deposita el cuidado del preciado don de la existencia, tampoco aquéllos deben defraudarla, ni debe el estado abandonar al médico a una atención con míseros recursos, que le niega los medios para aplicar su ciencia y lo aboca a una práctica censurada por sus propias leyes.

La labor silenciosa tantas veces angustiante y siempre humanitaria es la que en mente debe prevalecer del médico, profundo conocedor de los problemas sociales de su entorno, pero absurdamente alejado de las decisiones gubernamentales que rigen la salud.
LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

miércoles, 5 de diciembre de 2007

DEL AMOR, DE LA RAZÓN Y LOS SENTIDOS

Eclipsa el deber al ser irremediablemente, y tras su sombra, aletargados yacen los sentidos, adormecida la razón y los sentimientos olvidados.

Pero el ser tantas veces subyugado, tiene instantes de felices rebeldías; momentos que para el filósofo y para el poeta, deben ser eternos, como para todo aquél que logre dejar sin rienda su genio creativo y reflexivo. Sano placer que no debe dejarse arrebatar el hombre; delectación de un paisaje, goce de un tono melodioso, placer de una caricia que exalta los sentidos, dicha de un corazón que del amor se embriaga, elación de un pensamiento que afirma la razón.

Esos estímulos cotidianamente relegados, que constituyen la maravillosa esencia de la vida, he querido recordar en las siguientes páginas, creación espontánea del afecto a la que dócil se entregó mi pluma.

Espero que mis momentos de reflexión los reciba el lector con gesto generoso.


LUIS MARÍA MURILLO S.