miércoles, 19 de diciembre de 2007

EL INFAME CAUTIVERIO DE INGRID BETANCOURT


El secuestro de Ingrid fue como la muerte de Santiago Nassar: anunciado. Un mal final advertimos los colombianos cuando una estrategia electoral arriesgada hizo marchar a la entonces candidata presidencial al encuentro con las Farc. No lo podíamos imaginar de otra manera: las Farc siempre han representado dolor para Colombia.

El empecinado viaje de Ingrid a los dominios del grupo subversivo fue la más candorosa entrega de una víctima a sus secuestradores. A cambio de la paz encontró la pesadilla de un cautiverio abominable. Hasta hoy el clamor de tantas voces por su libertad no ha servido para nada. ¡Pobres idealistas los que en la distancia esperan de la guerrilla un gesto generoso! ¡Pobres soñadores los que desde otras latitudes se emocionan con el discurso de sus buenas intenciones!

Sin vivir en Colombia, y sin sentir su violencia, cualquier afirmación es una especulación sin fundamento. ¡Las Farc no son nuestros salvadores, son nuestros verdugos! De ahí la popularidad del presidente Uribe, ignorada en otras latitudes. Su prestigio en esta patria no es gratuito. Es el respaldo de los nacionales que temen los horrores de una guerrilla cruel y sanguinaria. Las críticas de la oposición son a su talante neoliberal, y a su estilo provocador y frentero, nunca a la seguridad que va consolidado en un país en el que transitar por cualquier carretera era vedado, so pena de caer secuestrado en un puesto guerrillero; donde la autoridad se replegó de muchos municipios y la población tuvo que someterse a los vejámenes de los bandidos; donde ganaderos, agricultores, comerciantes y empresarios tuvieron que pagar cuantiosas extorsiones o pagar su desacata con la vida o con el despojo de sus bienes.

Altivos, tímidos o acobardados, todos los colombianos censuramos las prácticas del grupo terrorista. Aún desde la izquierda se alzan las voces que repudian sus míseras acciones. Porque la izquierda democrática colombiana, que ha alcanzado conquistas electorales resonantes, sabe que en el país los cambios son posibles por el camino de las urnas, por eso rechaza el innecesario camino de las armas, además sabe, por evidente, que el discurso social de la guerrilla es una invención que esconde sus verdaderos y criminales intereses, intereses que la convirtieron en otro cartel del narcotráfico.

Vistas así las cosas preocupa el resultado del que se ha dado en llamar intercambio humanitario. No debiera ser un ser humano una mercancía que se negocia. No debieran personas inocentes estar privadas de su libertad –y en qué condiciones- por capricho de unos delincuentes. No deberían quedar en libertad unos criminales por la extorsión de su cuadrilla. No debiera tranzar la autoridad con malhechores. ¿Y si se quebranta el principio de autoridad -como piden las voces más humanitarias- quedarán de veras en libertad los secuestrados? ¿Y si salen de prisión los guerrilleros, se reincorporarán pacíficamente a la sociedad? ¿Seguirán probablemente delinquiendo? ¿Y si hoy se claudica ante las exigencias de los secuestradores no se estará enviando a los plagiarios el mensaje de que ese delito es efectivo? Si así es, estaríamos pagando el rescate de los secuestrados de hoy con el cautiverio de las futuras víctimas de la guerrilla.

Análisis frío, éste que planteo, que en su angustia no pueden ni deben hacer los familiares de los secuestrados: no entiende razones un corazón adolorido. A sus ojos parece inclemente la actitud de un presidente enérgico, humanitaria en cambio, la de la guerrilla que los secuestró, y que ofrece liberarlos si el gobierno se doblega. ¡Qué mal recuerdo tiene el país de la zona de despeje del Caguán! Lo más parecido a lo que hoy las Farc exigen.

Desconsoladas las familias de los secuestrados claman contra la autoridad, incapaces de hacerlo contra los plagiarios, nada pueden decir contra ellas que se traduzca en represalia contra los cautivos. Por ello el profesor Moncayo marchó cientos de kilómetros hasta la sede del gobierno y no a la selva –más cercana- en la que se esconden los que secuestraron a su hijo.

El colombiano es temeroso en sus protestas; protesta tácitamente, condena en abstracto, dice “no a la violencia”, sin señalar a nadie. Más masiva y unánime, más exigente y menos suplicante debiera ser la actitud para demandar la libertad de los raptados. Decirle de frente a las Farc cuanto las repudiamos.

¡Que el cielo escuche nuestro ruego y pronto vuelvan a su hogar los secuestrados!

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