miércoles, 20 de enero de 2021

EL COVID, ENTRE LA ANGUSTIA TERRENAL Y LA SERENIDAD ETERNA

Al inaugurar el pasado 31 de octubre el encuentro anual de una entidad literario que presido, la despedida a un viaje sin retorno de tantos poetas y colegas médicos arrebató mis sentimientos, más que para proclamar el infortunio, para proclamar su llegada triunfal a un mundo libre de amargura y de dolores. Y emocionado escribí para el etéreo universo de los versos Travesía:

 

Inquieto veo al mundo, en trance de partir por la pandemia.

Veo cortejos de amigos hacia el cielo, y un desfile con rumbo al infinito.

Si todos marchan, yo alegre marcharé con ellos.

Un nuevo vivir presiento que me aguarda.

La humanidad está de viaje y yo preparo el equipaje:

el futuro aguarda, la inmortalidad en otro mundo espera.

 

Y cual invocación, esa perpetuidad se convirtió en llamado, afloró el contagio y mi cuerpo claudicó ante un mal incontenible. La realidad se diluyó en un sopor irresistible en el que el instinto por supervivir carece de sentido. Perdí el dominio de mí mismo y fácil se entregó la mente a los sopores de un sueño dispuesto a exceder confines conocidos: dispuesto a dormir eternamente.

Oh, cuerpo exánime, que solo se desplaza por la fuerza ajena, cual fardo dócil a la voluntad de quien lo mueve. Pero fue la voluntad divina, en la figura de un ángel terrenal, la que de nuevo me aferró a la tierra. Ah, colega y discípula que todo esfuerzo obró hasta que mi humanidad en el lecho del hospital que ella dirigió buscó remedio.

El pronóstico es sombrío con sensación de muerte irremediable. Espíritu y materia en pique paralelo se juegan la suerte. Pero no, morir para el viajero no es una carga de horror y de tinieblas.

El cuerpo con base en desalentadores análisis predice su derrota; el alma, en cambio, se siente conducida por el cortejo celestial que siempre la acompaña. Hermosa sensación de llegar al paraíso de la mano de Dios y conducido por mis padres, la sagrada familia de Nazaret y todos los seres celestiales que siempre me han amado. No, morir no es una carga de horror y de tinieblas. La enfermedad no aterra. En la antesala de la muerte material siento que del pasado son las dichas, pero también las cargas pesadas de este mundo. Oh, liberación reconfortante y plácida.

En medio del ensueño, de repente, una inquietud asalta. ¿Y el sufrimiento de mis deudos? ¿Y el angustiado clamor de mis amigos? No, no es fácil partir sintiendo la amargura de quienes nos despiden. Y entonces el Creador me devolvió a la tierra. Hay tareas por cumplir, una nueva alborada proclama la vida. Que la bondad reine en la nueva jornada.   

Dichosa ha de ser la existencia ante la presencia infinita de Dios, por ello para quienes ya transitan por los destinos de la gloria mi tributo emocionado por la estela de amor que dejan en la tierra, y a quienes aflige el dolor de la separación y la partida que obre el sanador efecto del recuerdo trasformado en entrañable y perdurable compañía. 

Luis María Murillo Sarmiento MD.

EN LOS 40 AÑOS DE UNA PROMOCIÓN DE MÉDICOS*

 Raudos 40 años transcurrieron desde aquel feliz instante en que un diploma para poder ejercer la medicina se  nos entrelazó en las manos. Los arrestos de la juventud se juntaron con los sueños, y una senda sugirió para abrirse a nuestro paso, y el andar se hizo camino hasta volver añeja nuestra huella, rancia como el licor bien conservado. Y más años y nuevos sucesos adornarán nuestra existencia, porque aún el porvenir aguarda, pero desde ya gozamos la deliciosa emoción de sentirnos en la cima. En vano no ha pasado el tiempo. Un quehacer humano ha ennoblecido nuestro espíritu, han sido nuestros pacientes la razón de nuestra entrega; se ha enriquecido el intelecto con los nuevos desarrollos de la ciencia, y el espíritu con la sabiduría y la experiencia. Tal vez apenas el cuerpo se resienta, la materia presiente su declive, que más da, si el alma atesora su riqueza. En la eternidad siempre un mejor futuro aguarda.

Gracias al ímpetu de la juventud una época nos tuvo por vanguardia, porque siempre la juventud gracias a su energía es la avanzada. Pero la supremacía no reside en la fuerza sino en la sabiduría, y la vida nos ha colmado de sapiencia. Nos ha constituido en faro que esparce su luz en el camino oscuro. Pero se han transformado el mundo y sus costumbres, lo filosóficamente vanguardista hoy puede hacer lucir la avanzada de ayer como retardataria. No importa, el apego honesto y la defensa de los principios en los que nos formamos son una satisfacción que nos complace.

Nos sentimos hace cuatro décadas parte del mundo más adelantado de la historia humana, cuán lejos estábamos de imaginar el vertiginoso progreso de la ciencia, del que gracias a la medicina hemos podido ser protagonistas.

Ha sido nuestra generación testigo excepcional del devenir humano. Nunca tantos sucesos, ni tan importantes se agolparon en el tiempo. Nunca tantas demostraciones hubo de la superioridad de la imaginación humana, probablemente, tampoco, de la torpeza de mentes menos lúcidas. Solo por ser espectadores, y más afortunadamente protagonistas, de ese acontecer, ha valido la pena nuestro paso por la tierra.

Hoy plenos de satisfacción, con un orgullo sano celebramos. Cuarenta años del ejercicio de una noble profesión bien lo merecen. Pero cuarenta años son el final y no el comienzo de nuestro periplo por el alma mater. Así que volvamos nuestros ojos al pasado al dichoso tiempo en que nos encontramos. Que afloren los recuerdos de los años felices en el Hospital de San José, que reviva la emoción de recorrer su estructura, creación de Pietro Cantini, ahora centenaria; la percepción del espíritu de los fundadores, egregias estampas de la medicina patria que el ingreso a cada pabellón nos recordaban, la memoria de tantos profesores eruditos y sobre todo, esa evocación conmovedora de nuestra relación, del florecimiento de amistades y noviazgos, de compartir aficiones, de asociarnos para estudiar, de disfrutar la vida, de constituir una familia, que sin darnos cuenta, perduró en el tiempo.  

Y en este momento de nostalgias que un instante recoja el sentimiento por quienes ya partieron y en un abrazo que ciña el infinito les hagamos llegar nuestra gratitud por las dichas que nos dieron.

 

Luis María Murillo Sarmiento MD

 

* Promoción 1980 de la Facultad de Medicina de la Universidad del Rosario