sábado, 14 de noviembre de 2015

LA ADOPCIÓN DE NIÑOS POR HOMOSEXUALES, UN EXPERIMENTO SOCIAL - Entre la sabiduría y la fuerza del poder



Las parejas homosexuales podrán tener hijos. No es un milagro de la naturaleza, tampoco una proeza de la ciencia en la que dos óvulos o dos espermatozoides originen una nueva vida. Es apenas el fallo de una corte con pies de barro1.
El problema no es que los niños se vuelvan homosexuales, aunque un ambiente propicio pueda favorecer, en quien tiene la predisposición, el desarrollo de esta condición; ni que Dios vaya a condenar a los gais y a sus defensores -si acaso una sonrisa ha de despertar en el Todopoderoso la torpeza humana-, sino que una criatura que por naturaleza tiene derecho a papá y mamá  deba someterse, sin haberlo consentido, a un entorno familiar extraño para satisfacer el capricho de unos adultos que anteponen su interés al bienestar de los infantes. . 
¿Será que quienes hoy celebran el fallo de la Corte hubiesen querido por padres a dos mujeres o a dos hombres? ¿Qué sustento moral tiene que obliguemos a otros a consentir lo que para nosotros mismos no admitimos? Viciado proceder que hizo carrera con la despenalización del aborto, en el que se cercena la vida desde el vientre por el querer de quienes no vieron su vida intrauterina amenazada. ¡Qué extravío! ¡Qué obstinación! Ese es el ser humano: egoísta y sórdido, indolente, indiferente. En quien el bien es un capricho utilitario; y por el interés egoísta de una minoría un niño bien puede ser sacrificado.
Realmente la adopción por homosexuales implica un asunto de profundo discernimiento ético que los peticionarios con apreciación sesgada por el interés particular no pueden resolver, pero sí, y en forma impecable, deberían hacerlo los magistrados de una corte, en quienes deben concurrir la imparcialidad y los atributos morales e intelectuales que demandan sus transcendentales decisiones. Han sido, sin embargo, los miembros de esta corte –salvo dos salvamentos de voto- demasiado corrientes, con pensamiento de poca hondura y a la moda –que siente que debe colmar a la minoría con privilegios- que hasta ha tenido que recurrir a los sofismas
La adopción no puede tener otra finalidad que la protección del niño. Luego priman los derechos del niño sobre los gustos de una minoría. Para acomodar su fallo a tan indiscutible axioma, la Corte deduce que impedir que un menor tenga una familia fundándose en la orientación sexual de una persona restringe de forma inaceptable los derechos del niño. El argumento a la luz de la lógica es sofisma, a la de la moral es un engaño. ¿Subestiman los magistrados de la Corte la inteligencia de quienes los juzgamos? Porque por poderosos que sean y a la altura de la divinidad de crean han de saber que son objeto del juicio moral, más íntegro, escrupuloso y exigente. Igual podrían argumentar que tomar en cuenta la capacidad mental o la calidad moral del adoptante restringe el derecho del expósito, y admitirían la adopción por retrasados mentales y bribones.
Desde luego que toda limitación reduce el potencial de adoptantes, pero si de la salvaguarda del menor se trata tienen que existir impedimentos. De hecho sobran hogares heterosexuales para recibir a las criaturas. No son los gais el único recurso. Y hay que tener presente que el proceso parte de una demanda para que los homosexuales puedan adoptar, nunca de que se esté violando a los niños el derecho de adopción. Luego intencionalmente confundieron las premisas para llegar a una conclusión improcedente. No es por el derecho de los niños a un hogar que parejas homosexuales deben adoptar.
Tampoco se trata de considerar perverso el cuidado de un niño por un homosexual, de sobra la historia nos muestra, de ellos, una multitud virtuosa. Pero la adopción implica más que cuidado: es la crianza en un entorno de franca intimidad homosexual. Entonces, no tergiversemos la esencia de la naturaleza pretendiendo que dos individuos del mismo sexo representen a papá y mamá.
Defender los derechos de los niños no es atentar contra los de los homosexuales. Y en este caso, por involucrar terceros –los menores- es válida la intervención de la sociedad. En otras circunstancias probablemente no proceda la injerencia. Tienen ellos todo el derecho a la vida privada, a ser felices a puerta cerrada, sin hacer público lo íntimo, sin escandalizar ni desafiar; tal como debe ser el comportamiento de todo ser humano, independientemente de su inclinación sexual.
La adopción como experimento
Cuando miles de millones de seres humanos en toda la historia de la especie han tenido padre y madre resulta extraño que tratemos de imponer la idea, en su reemplazo, de dos padres o dos madres. Y llevarlo a la práctica, independientemente de los adjetivos con que se califique el hecho, es un experimento. Lejos estamos de poder demostrar con honestidad que la orientación sexual de los padres no incide negativamente en el desarrollo de los hijos, como se ha afirmado. Con unas cuantas observaciones del ínfimo porcentaje de niños expuestos a este ambiente, frente a los miles de millones que constituyen la humanidad actual, no se puede lograr una conclusión si atenuantes; más cuando son los parcializados partidarios de la adopción por homosexuales los que presentan los halagadores resultados. Ha de saberse que sus contradictores también sustentan con estudios -con resultados adversos- su oposición a la adopción. Luego no existe por el momento un estudio suficientemente amplio y riguroso que nos conduzca a inobjetables conclusiones. Por el momento no hay más que manipulación de la verdad. En consecuencia, el fallo ha dado vía libre, irresponsablemente, sin las debidas consideraciones bioéticas, a un experimento. Y no son los jueces, sino los bioeticistas y los comités de bioética los que autorizan las investigaciones.
Estoy convencido de que verdaderos expertos en el tema no fueron consultados. Tampoco los niños, porque ¿qué puede importar al adulto omnisciente el concepto de un menor? Menos importante, aun, tomar su parecer cuando se pretende disponer de él como un objeto.
Hubiera sido bueno saber que piensan los niños de la adopción por gais, porque su parecer puede ser, por la similitud con la población que se verá afectada, predictivo de la reacción de los niños que adopten los homosexuales. Como de la reacción de la población infantil ante niños de hogares tan disímiles. Pensemos que por más adopciones de este tipo que se lleven a cabo los hijos de parejas gais siempre representarán lo irregular –una pequeñísima minoría atípica- frente a los hogares estándares. ¿Será que acallaremos a los niños para que su ingenio candoroso y franco no incomode con sus comentarios? ¿Les impondremos leyes contra la discriminación como las mordazas con que hoy se coarta la libertad de expresión de los adultos?
Ha dado la corte el banderazo para un experimento social sin garantías. Sin seguridad para los sujetos objeto de investigación y obviando todo consentimiento. Sin considerar si el ensayo es realmente necesario y benéfico para la sociedad, sin la certeza de que no causará perjuicio mental o emocional, sin tomar precauciones ante un posible daño, sin tomar en cuenta la libertad del afectado para abandonar la prueba, sin advertir las restricciones que imperan en la investigación con seres vulnerables. En fin, violando todos los postulados éticos.
Se aprovecha la falta de acudientes para disponer de los niños a su arbitrio. ¿Darían los padres biológicos autorización para este tipo de adopciones? Dar un hijo en adopción no siempre entraña desinterés, por el contrario, muchas veces constituye un sacrificio en espera, para el vástago, de un mejor futuro. ¿Pero será el que les augura la Corte un mejor futuro?
Un Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) indiferente
¿Quién es en este caso el defensor y representante de los niños? No lo es el ICBF, que se ha manifestado con competencia, pero sin conocimiento; y que sin investigar y reflexionar seriamente el tema emite opiniones ligeras. Argumentar la discriminación sexual de los posibles padres, por ejemplo, es exabrupto. Es la naturaleza, sencillamente, la que los discrimina: ni con Corte de por medio, los homosexuales concebirán hijos. Que intenten engendrar dos mujeres o dos hombres a ver si lo consiguen.

¿Si la adopción tradicional es muchas veces percibida como estigma, cómo se sentirán los adoptados por homosexuales? ¿Les impondrán a niños mayores, con capacidad de razonar, padres homosexuales en contra de su voluntad, con el fingido pretexto de su protección?

He revisado un documento de 44 páginas2 en el que el ICBF da concepto “científico” sobre estas adopciones. Muestra, realmente, un sesgo hacia ellas, reuniendo exclusivamente conceptos y publicaciones favorables a la adopción por parejas del mismo sexo, y omitiendo la literatura con conclusiones opuestas. El manejo poco riguroso y parcializado de la información resta crédito a una conclusión científica.
Es tan notorio el interés en demostrar la bondad de tales adopciones que se excede en resaltar cualidades de los homosexuales y en señalar flaquezas de los heterosexuales, llevando al lector a concluir que el hogar tradicional es un peligro. Sorprendentemente descubre que solo el  2.7% de los indiciados por delitos sexuales son homosexuales mientras la mayoría de los agresores son heterosexuales. El incauto descubrirá más integridad en los primeros. Treta estadística, sencillamente. Ese es el porcentaje esperado de gais violadores en una población –la homosexual- tan reducida. De que de parejas heterosexuales nazcan los homosexuales ni Simón el Bobito se hubiera sorprendido. ¿De qué otra forma se puede obtener un óvulo y un espermatozoide?
La alusión que el documento hace a centenares de artículos no basta. En todo trabajo serio las referencias, para el debido análisis, son obligatorias. Sin dominar el tema del nivel de evidencia y grado de recomendación, el concepto del ICBF apenas se detiene en una entrevista con el psicólogo David Brondzinsky, autoridad en adopciones. Lastimosamente las opiniones de expertos solo ocupan el último lugar en la escala de evidencia. Positivo sí es que recomiende que los niños sean escuchados. ¿Serán oídos?
Epílogo
Resulta inevitable preguntarse hasta dónde el criterio de unos pocos con poder puede decidir asuntos fundamentales, sobre todo cuando va en contra del parecer mayoritario; más en estos tiempos marcados por el sesgo que solo busca empoderar a la minoría por su sola inferioridad numérica. Parece civilizado y sabio el acuerdo tácito social que pone en manos de instituciones pulcras el arbitraje de las diferencias. ¿Pero podrán tener carácter de veredicto final las decisiones que se toman sin esmero moral ni lucidez intelectual, por desidia, por ineptitud, o porque sencillamente no se busca el bien superlativo? 
Es triste ver que la ensalzada democracia, fundada en el poder del pueblo, termina a veces en instituciones dictatoriales que sojuzgan a los ciudadanos de donde emana su poder. Es entonces cuando uno piensa que es imperativo que el constituyente primario las refunde.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.
1. El 4 de noviembre del 2015 se conoció la decisión de la Corte Constitucional de Colombia de permitir la adopción de niños por parejas del mismo sexo.
2. “Concepto de carácter científico relacionado con los efectos que para el desarrollo integral de una niña, un niño o un adolescente podría tener el hecho de ser adoptado por una pareja del mismo sexo” (http://www.icbf.gov.co/portal/page/portal/IntranetICBF/organigrama/oficinas/asesora_juridica/Control%20Constitucional/Docs.%20intervenci%C3%B3n%20ante%20la%20corte/Rad.%20No.%20S-2014-230523-0101%20octubre%2024%20de%202014.pdf)

miércoles, 12 de agosto de 2015

ENTRE LA PLUMA Y EL ESCALPELO - UN GINECÓLOGO EMBEBIDO EN LAS LETRAS*



Médicos escritores han sido más que los que imaginamos. Probablemente la mayoría han pasado desapercibidos. Ni el paciente supo de las ocupaciones literarias, ni el lector de las actividades médicas. Acaso porque sobresalieron tanto sus letras que para su gloria solo se tuvo noticia de la actividad literaria, o porque el ejercicio médico fue tan notorio que el producto de su pluma pasó prácticamente inadvertido. También, no pocas veces, la literatura ha resultado una actividad solitaria y casi clandestina.

Del largo listado de médicos escritores solo aludiré a unos pocos, cuya mención podrá sorprender, dando validez a mis afirmaciones. Médicos escritores fueron el francés François Rabelais (1494 -1553), el ruso Antón Chéjov (1860-1904), el escocés Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), los españoles Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), Pío Baroja (1872-1956), Gregorio Marañón (1887 -1960) y Pedro Laín Entralgo (1908-2001). Y entre nosotros César Uribe Piedrahita (1897-1951), Alfonso Bonilla Naar (1916-1978), Fernando Serpa Flórez (1928-2001), Manuel Zapata Olivella (1920-2004), y es Juan Mendoza Vega, actual presidente de la Academia Nacional de Medicina.

Mi vocación de la niñez a nuestros días
La vena literaria de mi padre me deslumbró siempre, y desde mi niñez quise emularla. Los centros literarios que se llevaban a cabo en el colegio el último día de la semana fueron mi tribuna. A veces me seducía la melodía de los versos, otras veces inflamaba mi pluma la imperiosidad de una crítica. Cincuenta años después descubro que sigo siendo el mismo, el arrobado con la literatura, con un blog bautizado Prosa y Poesía, y el exaltado con los sucesos diarios, que no puede dejar de opinar, con el blog titulado Reflexión y Crítica. Entre tanto, la atracción que ejerció la medicina desde mis años escolares me ha conducido por la ginecología, por la laparoscopia, por la colposcopia, y como actividad  médico filosófica por la bioética.

El médico bioeticista Pedro Sarmiento escribía en el prólogo de mi novela Seguiré viviendo que yo era médico por accidente, señalando la literatura como mi verdadera vocación. Debo decir al respecto que me siento por igual escritor que médico. Y que prevalece mi actividad médica solamente porque de ella derivo mi sustento. Con la literatura probablemente no habría sobrevivido. No soy mercantilista y no me imagino cobrando a mis lectores, no cuando siento que me honran cuando leen mis libros.

Extraña fascinación la mía. Escribo por necesidad, por la imperiosa necesidad de dejar un testimonio bien escrito  de mi relación intelectual o afectiva con el mundo.  Sin la constancia de mi pluma consideraría una invención, una mentira, mi paso por la tierra. Narcisista, quizá, disfruto leerme, pero poco pretencioso no demando lectores. De todas maneras siempre encuentro un receptor que se sintoniza con mi pensamiento.

La medicina no despertó, pero si estimuló mi pluma. Mi afición por las letras antecedió mi gusto por la medicina y me ha acompañado siempre. En Cartas a una amante, su protagonista –mi alter ego- lo proclama: “Mi oficio es escribir. No me concibo sin papel ni pluma, sin pensamientos, sin sentimientos, ni opiniones. La injusticia me inflama y únicamente escribiendo mi exaltación  se calma, el amor me conmueve hasta transformar las palabras en delicados mimos, la tristeza me arrebata el aliento, pero no le quita energía a mis palabras”.

Me agrada escribir lo que siento que puede degustar la razón o el sentimiento.  Lo dulce o tierno que embriaga el corazón, o lo reflexivo o polémico que inflama el entendimiento o enciende el debate. Hay en el fondo de todo un ejercicio filosófico, al punto que más que la trama, en mis novelas importan los asuntos filosóficos. Alguna vez alguien que hacía un análisis de Seguiré viviendo me contestó ante mi explicación de que no era una novela de acción, que sí lo era: “es de acción mental”, afirmó rotundo.    

Los motivos del médico escritor
Cada ser es un mundo ancho y profundo. Difícil pensar que los motivos que me animan a escribir sean los mismos que otros médicos han tenido, ni siquiera podría decir que la visión profesional que compartimos tenga una influencia similar en nuestras incursiones literarias. En mi caso, la práctica de la medicina me ha abierto las ventanas a un mundo que anhelo mostrar a mis lectores. Una novela sobre un moribundo, ya publicada, y dos en plena producción, representan en mi haber la conjunción entre la medicina y la literatura. Un libro sobre la historia de las enfermedades infecciosas y un ensayo sobre la deshumanización de la salud constituyen otras expresiones de mi temeridad con la pluma.

Esa pluma me ha servido para criticar, para ensalzar, para especular, para proponer, para imaginar, para desafiar, para bromear, para soñar. De pronto para hacer justicia por mi cuenta, como lo expresa por mí el protagonista de Seguiré viviendo: “para someter al que somete, condenar al que se niega a perdonar, herir al que hiere, torturar al que tortura, esclavizar al que esclaviza, para brindar satisfacción a los hombres maltratados; y casi nunca para satisfacer agravios personales”.

Motivos de inspiración
Me inspiran a inscribir el amor, las frustraciones, la tristeza, la injusticia, el indescriptible paraíso del amor correspondido como la ausencia insondable del desamor, la noche ansiada y soñadora, o la llena de sombras y agonía. La libertad, la muerte, la mujer, la infidelidad, la bondad y la perversidad del hombre. Mi pluma se anima con la ciencia y con la historia, y se expresa en multitud de géneros, más que por aptitud, por necesidad del pensamiento. De ahí que ronde la epístola, como el artículo científico, el texto crítico como el poema, el ensayo como la novela o el cuento.

Son temas reiterados en mis textos el instinto, la infidelidad, los celos, los amantes, el comportamiento sexual, el matrimonio, los hijos, la infancia, la mujer, la naturaleza humana, la ternura, el odio, la irresponsabilidad, el bien y el pecado, la injusticia, la autoridad, la delincuencia, el trabajo, la productividad desenfrenada, la deshumanización, la sociedad, el capital, las ideologías políticas, el puritanismo, los fundamentalismos, la muerte y la espiritualidad.

Los estados de ánimo modulan mi razón y la inclinación de mis escritos. Voy de la resignación al envalentonamiento, del dolor a la dicha, de la templanza a la pasión, del acatamiento a la rebeldía, de la indulgencia al castigo. Vaivenes propios de la naturaleza humana que propician la comunión o generan la ruptura entre quien lee y quien escribe.

Relación entre el autor y el personaje
El protagonista puede resultar un buen recurso para que el escritor exprese lo que piensa, para que lo atenúe o lo resalte, lo vuelva interesante y lo sumerja en una trama exquisita. No disfruto, sin embargo, que el personaje enmascare el pensamiento del autor. Me confieso protagonista de mis obras. En lo intelectual el protagonista y el autor se identifican. No pocas veces, debo confesar, he sentido celos de que el protagonista termine adueñándose de mis ideas y el lector le atribuya al personaje y no al autor la paternidad del pensamiento. En nadie como en mí el autor habla a través de sus personajes.

Mi cosecha literaria
Epistolario periodístico y otros escritos es resultado primordialmente de la crítica directa, explícita, incluso beligerante, al mundo que me tocó vivir. Como médico inevitablemente dedico algunas cartas al juicio de nuestro sistema de salud. Otras veces la opinión la formulo a través de un personaje, es lo que ocurre en mis novelas (Cartas a una amante, Seguiré viviendo y dos en elaboración).

En mis poemarios (Del amor de la razón y los sentidos, Poemas de amor y ausencia, Intermezzo poético y Este no es mi mundo) el estímulo para escribir proviene del amor en todas sus expresiones (del pasional al filial y al patrio), de la nostalgia, la muerte, de la naturaleza, las angustias existenciales, la maldad y la sandez humana. 

La atracción por la historia también espolea mi pluma. Así nació Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas, sobre las conquistas en el conocimiento de las infecciones.

Cartas a una amante es una novela epistolar que teje una historia de amor a través de cartas y con el propósito de presentar mis reflexiones sobre la vida de pareja.

En Seguiré viviendo, a través de un moribundo que  enfrenta su final con ánimo hedonista, especulo sobre la muerte y reflexiono sobre la sociedad y el mundo.

Que en un médico escritor no sirva la pluma para expresar sus preocupaciones y sus angustias y lo que su ojo crítico percibe en el ejercicio de su profesión sería inconcebible. Epistolario periodístico ya albergaba algunos pensamientos, pero como obra totalmente dedicada a la profesión surgió La deshumanización en la salud, consideraciones de un protagonista, ensayo en el que tras treinta años de ejercicio profesional me deslumbro con el progreso de la ciencia y me desencanto con la pérdida de la humanidad.

La influencia del médico en el escritor y del escritor en el médico 
El buen médico es profundo conocedor del ser humano, conoce sus desdichas físicas y afectivas, sus sentimientos y debilidades, sus fortalezas y flaquezas morales, y llega hasta a ver con indulgencia sus descarríos, interpretándolos como consecuencia de la enfermedad, más que como resultado de su perversión. A mí, además, la gineco-obstetricia me abrió un nuevo frente de reflexión: la alegría de perpetuar la vida, y la ternura reflejada en la dicha de la madre y en el milagro del hijo.

El médico conoce las tribulaciones de la pobreza, y sin importar la clase social de la que provengan sus pacientes, de todos conoce el dolor, la angustia y la desdicha. Esto, aunado a todas sus vivencias, hace que no falten motivos para inspirar al médico que tenga la vocación de escribir. De otra parte considero que el  médico inmerso en el arte y la literatura, el médico humanista, tiene más motivos que exalten su sensibilidad y más satisfacciones con el ejercicio de su profesión, aunque, también, más motivos para que lo atormente la angustia que produce la búsqueda de la perfección. 

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.

1. Escrito para la tertulia “Tienes la palabra”, para un foro sobre las motivaciones del médico escritor.