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martes, 31 de mayo de 2022

CONSIDERACIONES ÉTICAS EN TORNO A LA MUERTE CEREBRAL Y LOS TRASPLANTES

La muerte encefálica se ha considerado la muerte del individuo, pues este suceso conlleva el deterioro posterior y cese de las demás funciones del organismo. Aunque susceptible de criterios filosóficos, inclusive teológicos, han predominado, por entendibles razones, los criterios biológicos en la determinación de la muerte, y particularmente de la muerte cerebral y encefálica.

En cuanto a terminología, es más correcto el uso de muerte encefálica que de muerte cerebral, dado que el concepto de muerte encefálica corresponde al cese irreversible de las funciones de los hemisferios cerebrales, el tallo encefálico y el cerebelo. Sin daño irreversible del tallo encefálico puede persistir la vida en inconsciencia como en el estado vegetativo persistente.

La posibilidad de obtener órganos para trasplantes en los casos de muerte cerebral obliga a hacer consideraciones éticas que toman en consideración al paciente con muerte encefálica, al o los donantes y a la familia del fallecido.

En cuanto al primer punto, debe tomarse en cuenta, en primer lugar, el principio de autonomía manifestado previa y expresamente por el paciente, o a través de un documento de voluntades anticipadas. Aplicando el principio de no maleficencia con el moribundo, se debe determinar con exactitud el momento de la muerte, mediante criterios irrefutables para determinar la muerte cerebral o encefálica y dejar plenamente documentada la irreversibilidad de la muerte, de forma de que no se proceda al retiro de componentes anatómicos para trasplante de un ser humano vivo.

En el trasplante no debe primar otro interés que el humanitario, en consecuencia, cualquier conducta que implique otro tipo de usufructo es reprochable.

En cuanto al receptor, debe aplicarse el principio de beneficencia, cristalizado con la preservación adecuada de los órganos a trasplantar, aplicando los protocolos correspondientes, y con la exclusión de componentes enfermos. También debe obrar en favor de los posibles donantes el principio de justicia aplicando criterios de prioridad al momento de la selección de quien debe ser el primer beneficiado. Aunque parece evidente que el donante desea el trasplante, su autonomía debe ser expresada mediante el consentimiento informado.

Respecto a la familia del paciente con muerte cerebral debe entenderse que ejerce el principio de autonomía en representación del fallecido cuando exige que su voluntad, plenamente sustentada, se respete. En el caso de la representación legal de menores de edad puede ejercer este principio dentro de las 8 horas posteriores a la muerte encefálica fijadas por la ley colombiana (1805 del 2016).

Tenidas en cuenta las anteriores observaciones podrá considerarse que la práctica del trasplante cumple con los nobles propósitos que le dieron origen.

Luis María Murillo Sarmiento MD.

BIBLIOGRAFÍA

Grupo de Estudios sobre Muerte Encefálica, de las Sociedades Chilenas de Nefrología y de Trasplante. Muerte encefálica bioética y trasplante de órganos. Rev Méd Chile 2004; 32:109-118.

Ley 1805 del 4 de agosto de 2016 República de Colombia Por medio de la cual se modifican la ley 73 de 1988 y la ley 919 de 2004 en materia de donación de componentes anatómicos y se dictan otras disposiciones.  [Consultado 31 may 2022]. Disponible en: https://docs.google.com/viewerng/viewer?url=https://www.asivamosensalud.org/sites/default/files/la_donacion_de_organos_ahora_es_obligatoria_-_ley_1805_de_2016.pdf

Meléndez-Minobis M, Dujarric Martínez MD, Fariñas-Rodríguez L, Posada-García A, Milán Companioni D.  Implicaciones éticas de la muerte cerebral y los trasplantes de órganos. Rev Cubana Invest Biomed. 2005;24(1):60-8.

Sarmiento PJ. ¿Es la muerte cerebral realmente la muerte del individuo? Análisis de una compleja situación clínico-bioética y de sus consecuencias. Persona y Bioética [Internet]. 2003;7(18):25-46. [Consultado 29 may 2022]. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=83271805


miércoles, 23 de febrero de 2022

LAS DECISIONES DE LA CORTE CONSTITUCIONAL, UNA MANIFESTACIÓN MÁS DE NUESTRA DECADENCIA

Las manifestaciones de desprecio, una constante de nuestro siglo, parecen que son la manera de empoderarse el hombre. Derribar cuanto luce sobre los pedestales hace sentir al hombre poderoso, amo y señor de cuanto a su alrededor ha sido trascendente. Se destruyen valores, porque los valores son los cimientos de la estructura moral que quiere demolerse. En pos del progresismo y la vanguardia el ser humano va construyendo un mundo más precario que en su degradación le pasará factura, cuando ya sea víctima de su propio invento.

Celebran los defensores del aborto un fallo que consagra una vez más la cultura de la muerte, del irrespeto a la vida que un día creímos urdida solamente en mentes criminales pero que hoy y para nuestro asombro se gesta en el juicio de quienes moralmente debieran ser ejemplo. La potestad sobre la vida es un delirio del hombre prepotente que quiere equipararse a Dios, pero cuyo poder exiguo tan solo alcanza para destruir lo que sus ínfulas crear jamás podrían. No alcanzo a comprender que en temas tan complejos y sensibles, la suerte de tantos esté en manos de tan pocos, y tan poco sabios. Un referendo sobre la despenalización del aborto hubiera sido más prudente.

La decisión de los magistrados que impusieron su parecer en la sentencia es de franco desprecio por la especie humana, que contrasta con la protección de la vida animal que en otras ocasiones la Corte ha manifestado.

Hace falta sensibilidad para trascender la frialdad de una norma y adentrarse en el impacto de sus consecuencias. Resultado de la sentencia anterior, C-355, hoy se practican feticidios. Se ha llegado al punto de asesinar in útero fetos de más de 30 semanas y cercanos a su nacimiento para complacer las ansias de exterminio. Que nazcan muertos para que el Estado no tenga que prodigarles los cuidados que les permitiría sobrevivir con ayuda neonatal. ¿Qué clase de moral practican quienes lo realizan? Estamos viviendo la Alemania nazi de Mengele. A ese punto ha llegado la degradación del país estimulada por las decisiones de la Corte: liberal hasta sumir a la sociedad en la anarquía.

 En los aspectos médicos no voy a detenerme, suficientemente han sido puestos en evidencia por mis colegas los errores. pero sí sorprende que los magistrados pretendan saber más de medicina que los médicos. Resulta inadmisible que el médico, que por tradición cuida la vida, resulte graduado por la corte de homicida.

Luís María Murillo Sarmiento MD.

martes, 21 de noviembre de 2017

DE LOS ESCÁNDALOS DE HOLLYWOOD Y LA CORRUPCIÓN DE LA SOCIEDAD ENTERA

De nuevo el mundo se rasga las vestiduras por un escándalo sexual. Muchas veces lo ha hecho para enmascarar su hipocresía, como protagonista de hechos peores que ocurren en su intimidad. Esta vez, a más de la doblez de los allegados del protagonista, que ahora lo repudian, está la indignación de la multitud que juzga con aparente ingenuidad la vieja costumbre de los favores sexuales a cambio de la fama.
Casi un centenar de actrices en busca de la gloria terminaron siendo víctimas de Harvey Weinstein, el productor que podía hacerles realidad los sueños.
La indignación, en este caso, más que juicio ponderado es arrebato. Un dictamen sesgado que pierde de vista la mitad de los hechos.
Que el productor haya aprovechado su poder, como tantos machos sin escrúpulos, para conseguir lo que cualquier hombre honrado procura de una mujer con respeto, maneras amables y galantería, es indudablemente condenable. ¿Pero esas revelaciones tardías de las víctimas -los casos datan de 1980- no resultan sospechas? Si a cambio de la fama se oculta la agresión sexual, la culpa con el abusador es compartida.
A diferencia de quien reducida por la fuerza invencible del agresor se resigna al atropello sin obtener nada a cambio, en este caso la concesión o el ocultamiento del supuesto abuso iba en pos de un beneficio. Por eso la denuncia resulta extemporánea. Primero había que esperar el resultado de la acción pecaminosa.  
Lo que dos seres humanos trancen en su intimidad sexual no es de mi incumbencia, ni de la de nadie. Que mientras no se cause daño, la gente sea dichosos con la libre expresión de sus instintos. Pero qué triste es que el sexo, que tiene otra finalidad, se haya convertido en moneda con la que se tranzan acciones criminales. Hoy se soborna con favores carnales, no solo con dinero. El sexo compra influencias, paga servicios, se ofrece, se exige, se comercia, se tranza en las altas esferas sociales, se negocia entre los delincuentes, sirve de puente entre el bien y el mal, es el incentivo por el que el hombre honrado se tuerce. Es, en fin, una magnífica carnada.
Por eso, quedarse solamente con la idea de que Weinstein es un “depredador sexual” es hacer una interpretación ligera del asunto. Es no ahondar en la degradación del comportamiento social y en el campo de las trasgresiones que pacta el hombre para satisfacer sus intereses.
Todo hace parte del espíritu corrupto del ser humano, en que por igual son culpables quien ofrece como quien recibe. Luego no es inocencia dejarse sobornar. Inocencia es resistir, inocencia es denunciar.  Pero hoy, corrompidas hasta las altas cortes, los involucrados buscan pretextos para demostrar que son honrados. En una tergiversación amañada de las responsabilidades. Se proclaman inocentes porque siempre el otro fue el culpable. La falta, aducen, es de quien instiga. ¡Falacia! La falta es también de quien accede.
El ser honrado es recto. Siempre se mantiene erguido, impávido ante la tentación por fuerte que resulte.

Luis María Murillo Sarmiento MD. 

sábado, 14 de octubre de 2017

MI ÍNFIMO SER, MI MUNDO INFINITO

Tan infinita es la creación que hasta la Tierra que me parece inmensa no alcanza a percibirse en la enormidad del universo. La Tierra es nada en la grandiosidad, y yo soy la nada de la nada. Y, sin embargo, en mi ser inapreciable el universo cabe. Cosas del Creador que domina lo infinito, que da infinidad a todo lo creado: al macrocosmos y al microcosmos. Que hace caber lo gigante en lo minúsculo.
No soy yo y el efímero instante, no soy yo y la aparente brevedad de mi vida, no soy yo y el estrecho lugar que me envuelve. Existe dentro de mí un mundo espacioso y profundo de sentimientos, pensamientos y sucesos infinitos: un universo entero.
No estoy circunscrito al tamaño inapreciable de mi ser, no existo en virtud de la cantidad de seres que me adviertan. Existo por mí y para mí, tejiendo un entramado que con la lucidez de mi razón y la fuerza de mi voluntad llegará a ser laudable o reprochable.
Mi historia es más que mi diario, es la de mis padres, la de mis abuelos, la de quienes me antecedieron y sembraron en mí sus recuerdos; la de mis hijos, la de mis nietos, la de otros seres que llegarán para trazar, sin querer, mi futuro. Será el devenir en otro mundo sin la carga pesada de mi cuerpo.
Soy la imaginación que no deja de zurcir pensamientos. Que reflexiona, concibe y discierne. Que fabrica ilusiones, y tal cantidad de nociones produce, que si materiales, necesitaría un lugar inmenso para conservarlas. Pero en la mente infinita de mi ser limitado se guardan.
Soy un gigantesco manojo de afectos: de felicidad, de angustia, de dolor, de sueños y preocupaciones. El mundo es enorme, mi ventura pequeña para que lo inquiete. Y aunque lo externo se vista de sombras, mi cielo se tiñe de azul, y refulge. Es mi subjetividad, a la que la mano divina ha encargado mi dicha.
Soy más que yo mismo, soy todos mis seres que en un mundo tenso yo amo y me quieren. La familia pequeña y extensa, los amigos que alegran mi esquina, las personas que luchan conmigo persiguiendo los mismos principios, las que respaldan las mismas ideas y se regocijan con mis ideales, las almas, en fin, que confiadas caminan conmigo.
Soy más que mi ser, mi mundo interior lo desborda. Un buen artista a pesar del detalle en la multitud como un punto me hubiera plasmado. Si acaso la cara, en un pincelazo burdo, hubiera pintado.
Del pincel prodigioso del Creador agradezco el detalle, el mundo admirable y sin límite, interno y externo, en el que yo existo.     
Me asombra el cuidado con que fui concebido, la prodigiosa conexión entre el todo y la nada, esa evolución admirable y constante, que sumido en la ciencia no admito fortuita. Más que la fe, es la razón la que admite que alguien muy grande inició lo creado.
Gracias Señor. La magnificencia de la creación me extasía, la grandeza de mi mundo interior me deslumbra, comprender la causalidad y la finalidad me ilusiona. Veo la bondad tras la humareda de las conflagraciones que los hombres encienden, entonces, la infinita gratitud que te debo en mí surge.  


Luis María Murillo Sarmiento MD.

lunes, 18 de abril de 2016

EL IDEALISMO CUATRO SIGLOS DESPUÉS DEL QUIJOTE

Aunque tiende el mundo a descarrilarse por el peso de la masa que marcha por inercia o en contravía de lo edificante y lo exquisito, existen siempre soñadores que se imponen la responsabilidad de hacer de la humana una especie preeminente. Soñadores que encumbran lo bello, románticos que exaltan el amor, filántropos que enaltecen la bondad, creadores que elevan la ciencia, quijotes de lanza en ristre y armadura espiritual dispuestos a las causas nobles. Luchadores a los que la adversidad, aunque triunfe, nunca los derrota.  
Siempre habrá hombres que sueñen por los conformes con su realidad precaria y por los resignados a su módica verdad; siempre habrá hombres que conciban mundos ideales pensando en los demás. Seres para los que el propio interés es secundario y su ambición, entrega generosa; representantes del idealismo auténtico, aquel que no forja universos personales sino mundos en los que toda la humanidad tiene cabida. Idealista no es quien simplemente sueña, sino quien involucra a la naturaleza y a sus semejantes en sus sueños.
Sueña el loco, con la razón perdida; sueña el ingenuo, con su alma limpia y engañada; sueña el hombre lúcido y virtuoso con la fuerza de su argumentación inquebrantable. Todos la realidad transmutan, pero serán idealistas solo en la medida en que conciban una realidad magnificente.
Cuanto más material el mundo, más necesita de idealistas. No para arrasar lo material: para perfeccionarlo. Porque lo material no necesariamente se opone a lo sublime. No es materialista el científico que explora el universo para enriquecer el conocimiento de los hombres, ni el investigador que lucha contra las enfermedades para erradicar el sufrimiento, ni el justo que aspira a que lo material alcance para todos y no existan más pobres en la Tierra. El sueño, el medio y el fin enaltecen o rebajan las aspiraciones materiales. Serán, a diferencia de aquellos, materialistas sin grandeza, incluso miserables, los que buscan el conocimiento con ánimo usurero y los que hablan de justicia social sembrando encono y guerra. Se es idealista en la medida en que se sueña en lo material con fines nobles.
De los protagonistas inmortales de Cervantes, Quijote y Sancho no encarnan personajes antagónicos; no es el linaje, sino el ánimo, la bondad de espíritu la que da sustento a su hidalguía. Ambos, entonces, son hidalgos, cuyas diferencias se complementan y se integran. Igual, la humanidad no debe verse dividida entre sanchos y quijotes, sino perfeccionada por idealistas y materialistas que practiquen la bondad. Solo el bien y el mal son una división inconciliable.
Ver feliz al mundo es el ideal sublime, y la felicidad trasciende lo tangible. El Homo sapiens, sin embargo, acaso por falta de modelos -es un imitador impenitente-, ha ido anclando la fuente de su felicidad a lo corpóreo, olvidando su condición superior que le abre las puertas a las dichas trascendentes del espíritu, que residen en lo mental, en lo moral, en lo cultural, en lo afectivo y en lo religioso, desde luego. Acciones, principios, valores que engrandecen al ser humano y lo trascienden tras su muerte. ¿Podría ser, acaso, otro su legado?
El mundo en su decadencia está necesitando idealistas que lo encumbren, seres que con sus sueños perfeccionistas lo lideren. Ya no románticos de buenos sentimientos a los que todo se le va en deseos, sino adalides capaces de convertir en existencia real las utopías. Soñadores cuerdos, humanistas dotados de razón iluminada, de discernimiento claro, de sabiduría y de buen juicio moral en busca del bien universal. Ansiosos de contagiar su aliento a la multitud reacia que en su inercia se resiste a lo sublima, porque convertir un ideal en realidad demanda esfuerzo. La masa para lo intelectual es perezosa.
Se necesitan quijotes, en la más alta acepción de la palabra, que conduzcan a sus sanchos, y que encaminen a los descarriados por la noble senda del fiel escudero. 
LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD. 

miércoles, 12 de agosto de 2015

ENTRE LA PLUMA Y EL ESCALPELO - UN GINECÓLOGO EMBEBIDO EN LAS LETRAS*



Médicos escritores han sido más que los que imaginamos. Probablemente la mayoría han pasado desapercibidos. Ni el paciente supo de las ocupaciones literarias, ni el lector de las actividades médicas. Acaso porque sobresalieron tanto sus letras que para su gloria solo se tuvo noticia de la actividad literaria, o porque el ejercicio médico fue tan notorio que el producto de su pluma pasó prácticamente inadvertido. También, no pocas veces, la literatura ha resultado una actividad solitaria y casi clandestina.

Del largo listado de médicos escritores solo aludiré a unos pocos, cuya mención podrá sorprender, dando validez a mis afirmaciones. Médicos escritores fueron el francés François Rabelais (1494 -1553), el ruso Antón Chéjov (1860-1904), el escocés Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), los españoles Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), Pío Baroja (1872-1956), Gregorio Marañón (1887 -1960) y Pedro Laín Entralgo (1908-2001). Y entre nosotros César Uribe Piedrahita (1897-1951), Alfonso Bonilla Naar (1916-1978), Fernando Serpa Flórez (1928-2001), Manuel Zapata Olivella (1920-2004), y es Juan Mendoza Vega, actual presidente de la Academia Nacional de Medicina.

Mi vocación de la niñez a nuestros días
La vena literaria de mi padre me deslumbró siempre, y desde mi niñez quise emularla. Los centros literarios que se llevaban a cabo en el colegio el último día de la semana fueron mi tribuna. A veces me seducía la melodía de los versos, otras veces inflamaba mi pluma la imperiosidad de una crítica. Cincuenta años después descubro que sigo siendo el mismo, el arrobado con la literatura, con un blog bautizado Prosa y Poesía, y el exaltado con los sucesos diarios, que no puede dejar de opinar, con el blog titulado Reflexión y Crítica. Entre tanto, la atracción que ejerció la medicina desde mis años escolares me ha conducido por la ginecología, por la laparoscopia, por la colposcopia, y como actividad  médico filosófica por la bioética.

El médico bioeticista Pedro Sarmiento escribía en el prólogo de mi novela Seguiré viviendo que yo era médico por accidente, señalando la literatura como mi verdadera vocación. Debo decir al respecto que me siento por igual escritor que médico. Y que prevalece mi actividad médica solamente porque de ella derivo mi sustento. Con la literatura probablemente no habría sobrevivido. No soy mercantilista y no me imagino cobrando a mis lectores, no cuando siento que me honran cuando leen mis libros.

Extraña fascinación la mía. Escribo por necesidad, por la imperiosa necesidad de dejar un testimonio bien escrito  de mi relación intelectual o afectiva con el mundo.  Sin la constancia de mi pluma consideraría una invención, una mentira, mi paso por la tierra. Narcisista, quizá, disfruto leerme, pero poco pretencioso no demando lectores. De todas maneras siempre encuentro un receptor que se sintoniza con mi pensamiento.

La medicina no despertó, pero si estimuló mi pluma. Mi afición por las letras antecedió mi gusto por la medicina y me ha acompañado siempre. En Cartas a una amante, su protagonista –mi alter ego- lo proclama: “Mi oficio es escribir. No me concibo sin papel ni pluma, sin pensamientos, sin sentimientos, ni opiniones. La injusticia me inflama y únicamente escribiendo mi exaltación  se calma, el amor me conmueve hasta transformar las palabras en delicados mimos, la tristeza me arrebata el aliento, pero no le quita energía a mis palabras”.

Me agrada escribir lo que siento que puede degustar la razón o el sentimiento.  Lo dulce o tierno que embriaga el corazón, o lo reflexivo o polémico que inflama el entendimiento o enciende el debate. Hay en el fondo de todo un ejercicio filosófico, al punto que más que la trama, en mis novelas importan los asuntos filosóficos. Alguna vez alguien que hacía un análisis de Seguiré viviendo me contestó ante mi explicación de que no era una novela de acción, que sí lo era: “es de acción mental”, afirmó rotundo.    

Los motivos del médico escritor
Cada ser es un mundo ancho y profundo. Difícil pensar que los motivos que me animan a escribir sean los mismos que otros médicos han tenido, ni siquiera podría decir que la visión profesional que compartimos tenga una influencia similar en nuestras incursiones literarias. En mi caso, la práctica de la medicina me ha abierto las ventanas a un mundo que anhelo mostrar a mis lectores. Una novela sobre un moribundo, ya publicada, y dos en plena producción, representan en mi haber la conjunción entre la medicina y la literatura. Un libro sobre la historia de las enfermedades infecciosas y un ensayo sobre la deshumanización de la salud constituyen otras expresiones de mi temeridad con la pluma.

Esa pluma me ha servido para criticar, para ensalzar, para especular, para proponer, para imaginar, para desafiar, para bromear, para soñar. De pronto para hacer justicia por mi cuenta, como lo expresa por mí el protagonista de Seguiré viviendo: “para someter al que somete, condenar al que se niega a perdonar, herir al que hiere, torturar al que tortura, esclavizar al que esclaviza, para brindar satisfacción a los hombres maltratados; y casi nunca para satisfacer agravios personales”.

Motivos de inspiración
Me inspiran a inscribir el amor, las frustraciones, la tristeza, la injusticia, el indescriptible paraíso del amor correspondido como la ausencia insondable del desamor, la noche ansiada y soñadora, o la llena de sombras y agonía. La libertad, la muerte, la mujer, la infidelidad, la bondad y la perversidad del hombre. Mi pluma se anima con la ciencia y con la historia, y se expresa en multitud de géneros, más que por aptitud, por necesidad del pensamiento. De ahí que ronde la epístola, como el artículo científico, el texto crítico como el poema, el ensayo como la novela o el cuento.

Son temas reiterados en mis textos el instinto, la infidelidad, los celos, los amantes, el comportamiento sexual, el matrimonio, los hijos, la infancia, la mujer, la naturaleza humana, la ternura, el odio, la irresponsabilidad, el bien y el pecado, la injusticia, la autoridad, la delincuencia, el trabajo, la productividad desenfrenada, la deshumanización, la sociedad, el capital, las ideologías políticas, el puritanismo, los fundamentalismos, la muerte y la espiritualidad.

Los estados de ánimo modulan mi razón y la inclinación de mis escritos. Voy de la resignación al envalentonamiento, del dolor a la dicha, de la templanza a la pasión, del acatamiento a la rebeldía, de la indulgencia al castigo. Vaivenes propios de la naturaleza humana que propician la comunión o generan la ruptura entre quien lee y quien escribe.

Relación entre el autor y el personaje
El protagonista puede resultar un buen recurso para que el escritor exprese lo que piensa, para que lo atenúe o lo resalte, lo vuelva interesante y lo sumerja en una trama exquisita. No disfruto, sin embargo, que el personaje enmascare el pensamiento del autor. Me confieso protagonista de mis obras. En lo intelectual el protagonista y el autor se identifican. No pocas veces, debo confesar, he sentido celos de que el protagonista termine adueñándose de mis ideas y el lector le atribuya al personaje y no al autor la paternidad del pensamiento. En nadie como en mí el autor habla a través de sus personajes.

Mi cosecha literaria
Epistolario periodístico y otros escritos es resultado primordialmente de la crítica directa, explícita, incluso beligerante, al mundo que me tocó vivir. Como médico inevitablemente dedico algunas cartas al juicio de nuestro sistema de salud. Otras veces la opinión la formulo a través de un personaje, es lo que ocurre en mis novelas (Cartas a una amante, Seguiré viviendo y dos en elaboración).

En mis poemarios (Del amor de la razón y los sentidos, Poemas de amor y ausencia, Intermezzo poético y Este no es mi mundo) el estímulo para escribir proviene del amor en todas sus expresiones (del pasional al filial y al patrio), de la nostalgia, la muerte, de la naturaleza, las angustias existenciales, la maldad y la sandez humana. 

La atracción por la historia también espolea mi pluma. Así nació Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas, sobre las conquistas en el conocimiento de las infecciones.

Cartas a una amante es una novela epistolar que teje una historia de amor a través de cartas y con el propósito de presentar mis reflexiones sobre la vida de pareja.

En Seguiré viviendo, a través de un moribundo que  enfrenta su final con ánimo hedonista, especulo sobre la muerte y reflexiono sobre la sociedad y el mundo.

Que en un médico escritor no sirva la pluma para expresar sus preocupaciones y sus angustias y lo que su ojo crítico percibe en el ejercicio de su profesión sería inconcebible. Epistolario periodístico ya albergaba algunos pensamientos, pero como obra totalmente dedicada a la profesión surgió La deshumanización en la salud, consideraciones de un protagonista, ensayo en el que tras treinta años de ejercicio profesional me deslumbro con el progreso de la ciencia y me desencanto con la pérdida de la humanidad.

La influencia del médico en el escritor y del escritor en el médico 
El buen médico es profundo conocedor del ser humano, conoce sus desdichas físicas y afectivas, sus sentimientos y debilidades, sus fortalezas y flaquezas morales, y llega hasta a ver con indulgencia sus descarríos, interpretándolos como consecuencia de la enfermedad, más que como resultado de su perversión. A mí, además, la gineco-obstetricia me abrió un nuevo frente de reflexión: la alegría de perpetuar la vida, y la ternura reflejada en la dicha de la madre y en el milagro del hijo.

El médico conoce las tribulaciones de la pobreza, y sin importar la clase social de la que provengan sus pacientes, de todos conoce el dolor, la angustia y la desdicha. Esto, aunado a todas sus vivencias, hace que no falten motivos para inspirar al médico que tenga la vocación de escribir. De otra parte considero que el  médico inmerso en el arte y la literatura, el médico humanista, tiene más motivos que exalten su sensibilidad y más satisfacciones con el ejercicio de su profesión, aunque, también, más motivos para que lo atormente la angustia que produce la búsqueda de la perfección. 

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.

1. Escrito para la tertulia “Tienes la palabra”, para un foro sobre las motivaciones del médico escritor.  

domingo, 23 de octubre de 2011

EL FUTURO DEL IDIOMA, ENTRE LA RESIGNACIÓN Y LA ESPERANZA

No es hoy nuestro idioma la misma lengua que nació en Castilla. De los Cartularios de Valpuesta(1) a nuestros días aquel lenguaje ‘prosaico’, aquella lengua frente al latín vulgar, adquirió hidalguía, inundó el mundo con la aurora de sus letras y millones de seres hablaron español en el planeta.
Y esa lengua se tornó distinta, no sólo por su ensalzamiento, sino por la indefectible transfiguración de sus palabras.
El castellano medieval a nuestros oídos nos resulta extraño. La avanzada de nuestros ‘chateadores’ resulta extravagante. Tal vez la más bella expresión del castellano sea para nosotros, hijos del siglo XX, la preciada expresión de nuestro tiempo.
Debo confesar que me horrorizan los diálogos del ciberespacio, las conversaciones en la web con la mutilación de las palabras, los vocablos desgarbados, la fusión chocante de los términos, las expresiones chabacanas, los usos equívocos de las palabras, las locuciones ajenas, la antipática aglutinación de caracteres, los incomprensibles neologismos, y la ausencia de los puntos, las tildes y las comas, entre otros tantos males.
Está en riesgo la vida del idioma, digo en mi desesperanza. Me pregunto, entonces, si ante la avalancha carece de sentido nuestro esfuerzo. Si de algo vale nuestra misión de soñadores. Y en medio de la nostalgia un sí rotundo emerge, entonces, en mis cavilaciones.
Para nuestra congoja, bien para nuestro regocijo, es el idioma una expresión viva y dinámica.
Dejamos atrás el facer(2), el dexaron(3), al ansi(4), el vassalo(5), la eglesia(6), la mugier(7), los fijos(8); y el osava(9) y el havemos(10) con la aparente ortografía de un niño de primaria. No escribiríamos en el presente nuestras obras con aquéllas expresiones, pero con deleite leemos a quienes con ellas las crearon, descubrimos en ellas hermosura. Sencillamente no caerán los escritores de sus pedestales por más que se transforme nuestra lengua. Anejos conservarán su gloria.
Los de hoy somos los autores responsables de este instante, de un ciclo en un largo devenir. Los hijos del chat innovarán la lengua pero seguramente no renunciarán a la expresión de sus abuelos. La grandeza del idioma es la antología de todos sus momentos. Cada época es dueña de su estética, porque la belleza sucumbe a las costumbres.
La ortografía, la sintaxis, la gramática cederán al uso y se trasformarán, pero ese idioma en permanente evolución seguirá siendo nuestro castellano. El de ayer, el de hoy y el que se hablará mañana; el que ha sido testigo de todas las vanguardias. Porque es el heredero de las mismas raíces, de la misma historia y de las mismas glorias.
No nos pertenece el porvenir, nuestro compromiso es el presente. Leguemos al idioma nuestro mejor esfuerzo, a las generaciones venideras, nuestro ejemplo y la más estética expresión de nuestro tiempo.

Luis María Murillo Sarmiento M.D.
Miembro Fundador Naciones Unidas de las Letras
1. Documentos de siglo XII y copia de otros más antiguos del siglo IX, son hasta ahora el primer testimonio escrito un dialecto romance hipánico con palabras propias del castellano.
2. Hacer
3. Dejaron
4. Así
5. Vasallo
6. Iglesia
7. Mujer
8. Hijos
9. Osaba
10. Hemos

martes, 16 de agosto de 2011

UNA MIRADA MÁS OBJETIVA A LA CONSTITUCIÓN COLOMBIANA DE 1991

La conmemoración del vigésimo aniversario de la Constitución de 1991 ha exaltado los recuerdos de quienes vivimos la hechura de la nueva Carta: ver la confección de una Constitución no es favor que conceda a todas las generaciones el destino.

¡Cuántos testigos del suceso han muerto desde entonces! ¡Cuántos colombianos han visto la luz bajo la nueva norma! Aquéllos se llevaron el recuerdo de un suceso captado con sus propios ojos, éstos tendrán el conocimiento de lo que nosotros, subjetivos o imparciales, les contemos. Y en la embriaguez de la celebración, estamos narrando más con el corazón que con exactitud la historia.

Tal parece, con la alucinada apología de nuestra Constitución, que una Norma de Normas jamás hubiese existido en nuestra patria. ¡Ni sin igual, ni la primera! Dirá el tiempo que una más, que recogió de las pasadas sus aciertos, y que un día fue por fin sustituida. Ese es el acontecer inevitable de la Historia.

Que por fin se permitió el pluralismo político y la democracia participativa, se garantizó la libertad religiosa, fueron tenidas en cuenta las minorías, se reconoció a la mujer, se contemplaron los derechos fundamentales, se tuvo en cuenta lo social y se garantizaron las libertades individuales. Con estas y afirmaciones semejantes se argumenta que el mundo cambió, que otro sol nos ilumina y otro destino nos aguarda, porque el 4 de julio de 1991*, nació una nueva patria. ¿Cuánta emotividad y cuánta realidad sustenta el argumento? ¿No serán más las coincidencias que las diferencias entre la Constitución antigua y la ‘lozana’?

Reconozco en la nueva aciertos y cierta novedad, pero también advierto que la mayor parte de cuanto consagra, Constituciones más antiguas de Colombia también lo consagraban. Con mi aseveración la percepción de su virtud no cambia, pero sí la integridad con que debe presentarse nuestra Historia Patria.

Sin el concurso de la analogía resulta inverosímil un concepto imparcial de la Constitución examinada. La evolución de nuestra constitucionalidad muestra una fuerza vital que transforma nuestras Cartas. No han sido estáticas nuestras Constituciones y siempre algún legado han dejado a las que las subrogaron.

Por ello la de 1991 conjuga lo nuevo con lo añejo: aunque se redactó en estilo fresco, mantuvo trascripciones viejas; creó y modificó, pero mantuvo la mayoría de las instituciones; especificó nuevos derechos, pero salvaguardó los hasta entonces conquistados; refrendó principios y enfatizó otros nuevos. Más que crear, reorganizó y actualizó las normas.

Probablemente una reforma constitucional habría bastado. Para Estados Unidos en 224 años una sola Carta ha sido suficiente.


LA CARTA DEL 86, NI ESTÁTICA NI CADUCA
Centralista, católica, empeñada en la unidad nacional en un país sometido a sucesivas guerras, la Constitución subrogada fue promulgada el 7 de agosto de 1886.

En noviembre de 1894 comenzaron sus reformas. Sesenta y siete tuvo hasta la última, en 1986. La que consagró las consultas populares y la elección de alcaldes por el voto directo de los ciudadanos. Dos de sus reformas, la de 1977 y la de 1979, fueron inexequibles.

Y hasta reformas hubo a lo modificado, porque enmiendas sufrieron las enmiendas. Bástenos como demostración, la substitución de la reforma de 1921 por la enmienda de 1932, abolida a su vez por la reforma de 1936, que también derogó parte de la reforma de 1910. Sobrada razón tenga, entonces, al afirmar que nuestras Constituciones son colchas de retazos. Una treintena de remiendos tiene ya la del 91.
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La Constitución de 1886, en consecuencia, no era al momento de su substitución la promulgada en el siglo XIX. Tenía ya un aire liberal, un ropaje social y una apariencia popular en virtud de sus reformas. Luego no podría tildarse de caduca. Ni marchita era una Carta con tantas transformaciones, ni errónea otra -la del 91- que en sólo veinte años ya ha modificado 54 artículos.


ENTRE LA SUBSTITUCIÓN Y LA REFORMA
Se intuiría que cambios radicales a la mayoría de las normas fundamentales que rigen el Estado demandan la substitución de una Constitución, y que modificaciones de menor envergadura sólo justifican la reforma. Pero ésta es una apreciación conceptual no refrenda por la praxis.

Las numerosas y extensas reformas que sufrió la Carta de 1886 probablemente representen mayor cambio que su substitución por la Constitución de 1991. Si algo es cierto, es que el texto suscrito en 1886 no era el mismo que nos regía en los agónicos días de nuestra penúltima Constitución, en 1991.

Bástenos entrever los importantes cambios que debió introducir una reforma de 22 títulos y 69 artículos, amén de otros transitorios. Tal fue el Acto Legislativo Nº 3 del 31 de octubre de 1910, primera reforma amplia, que ya había sido precedida por 24 breves. Y no fue la única transformación extensa. De semejante magnitud fueron el Acto Legislativo Nº 1, del 5 de agosto de 1936 con 35 artículos que derogaron 33 de la Constitución vigente y le modificaron 4; el Acto Legislativo Nº 1 del 16 de febrero de 1945, con 21 títulos, 95 artículos y varias disposiciones transitorias, que derogó 17 artículos de la Carta Magna, amén de otros reformados o substituidos; el Acto Legislativo Nº 2 del 24 de agosto de 1954 con 24 artículos; el Acto Legislativo Nº 2 del 24 de agosto de 1954 con 14 artículos; el Acto Legislativo Nº 1 del 11 de diciembre de 1968 con 77 artículos; y el Acto Legislativo Nº 1 del 4 de diciembre de 1979 con 65 artículos -única reforma de las mencionadas que fue declarada inexequible-.

De tal recuento se colige que la fecha de expedición no devela la actualidad de una Constitución. Su nombre no alude más que a la fecha de su nacimiento. Puede haber Cartas longevas pero modernas. Naciones que van a la vanguardia tienen constituciones viejas. La de Estados Unidos (1787), por ejemplo, se precia de ser la más antigua. Y apenas ha sido sometida a 27 enmiendas.

Si para remozarse no es imprescindible derogar la Ley Fundamental, tal vez exista en la derogatoria más que el cometido práctico: un sentimiento inconsciente de romper con el pasado. La sensación de un nuevo nacimiento, de un renacer inmaculado -auténtica quimera-.

LA CONSTITUCIÓN DE 1991: COSECHA DE CONQUISTAS PRECEDENTES
No sucumbió con la Constitución de 1991 todo el espíritu de la Constitución de Núñez**. Hay en sus artículos trascripciones textuales de la Carta del 86, y si incluimos sus reformas, la Norma de 1991 es heredera de su predecesora, se asemeja a ella como el hijo al padre: no idéntica, pero sí una expresión evolutiva, renovada.

Pero cuanto se especula de la Nueva Carta intenta erróneamente romper con el pasado, distorsionando, además, la percepción de lo que era el país en los tiempos en que fue concebida por la Asamblea Nacional Constituyente. Cada materia, cada artículo, si vamos a ser fieles a la historia, merece realmente un comentario aclaratorio. Trabajo arduo y extenso que no abordaré más que en la medida en que tenga que ilustrarlo.

La del 86, con sus reformas, terminó siendo una fuente importante de derechos. La que la sucedió consagra conquistas similares y derechos semejantes, Y los nuevos que se advierten no son más que el paso inevitable en la evolución que mostraban las reformas constitucionales de la Carta precedente.

La reforma de 1936, tan progresista, en la mejor acepción de la palabra, se había adelantado a la Constitución actual estableciendo como gratuita la enseñanza primaria; consagrando la protección de los derechos de los trabajadores, instituyendo su derecho a la huelga y erigiendo el trabajo como una obligación social protegido especialmente por el Estado. Tal reforma estableció deberes sociales a los particulares y al Estado, imponiendo a las autoridades la obligación de asegurar su cumplimiento. Se aludió a la función social de la propiedad señalando que: “se reconoce la propiedad privada pero con una función social sujeta a obligaciones”. A su vez, consagró en su artículo 16 que: “la asistencia pública es función del Estado. Se deberá prestar a quien careciendo de medios de subsistencia y de derecho para exigirla de otras personas, estén físicamente incapacitadas para trabajar”. Setenta y cinco años después muchos colombianos piensan que fue un logro de la constitución expedida en 1991.

La exaltación que se hace de la consagración de la libertad y la igualdad religiosa en la Constitución de 1991 hace pensar que antaño religiones diferentes a la católica estaban censuradas, y que sólo desde su promulgación se dio la libertad de cultos. Tal percepción es infundada. La de 1886 en su artículo 40 también la consagraba. Lo que sí ocurre es que La Nueva Carta, más laica y sin fervor católico, omitió aquéllo de que la religión Católica, Apostólica y Romana es la de la Nación. Punto de vista neutral que no cambia la preponderancia de aquélla religión, que se sustenta, no por privilegios, sino por ser la profesada mayoritariamente.

En tales circunstancias la novedosa holgura religiosa que se recalca de la Constitución de 1991 es inexacta, es en realidad la continuidad de una libertad de culto que existía de antaño y que brindaba a las asociaciones religiosas, ya en el siglo XIX, la protección de la ley (Artículo 47 de la Constitución de 1886).

Y multitud de iglesias antecedieron en Colombia a la Constitución de 1991. La Iglesia Bautista, por ejemplo, asentó en San Andrés en 1845, y muchas iglesias protestantes se radicaron en Cali, Cúcuta y la Costa Atlántica en las primeras décadas del siglo XX.

En 1991 al declararse la igualdad de las confesiones existentes, lo que se hizo fue apuntalar la extinción de todo privilegio a la Iglesia Católica. Privilegios que en su mayoría había perdido en la reforma de 1936, cuando se derogaron las normas de 1886 que pusieron la educación pública en sus manos y que prohibieron gravar los bienes de la Iglesia. En tales términos, la celebración de la libertad y de la igualdad religiosa con la promulgación de la nueva Constitución no es tanto el regocijo por una conquista de derechos, sino el festejo -extemporáneo- por la abolición absoluta de unas prerrogativas.

La elección popular ha sido una conquista progresiva -no intempestiva- de nuestra democracia. A la elección popular apenas aportó la nueva Constitución la de gobernadores, llevada a cabo por primera vez a cabo el 27 de octubre de 1991. Las demás ya hacían parte de la Constitución substituida. La elección del Presidente, en un comienzo a cargo de las Asambleas Electorales, se hizo por el voto directo de los ciudadanos tras la reforma constitucional de junio de 1910; la de alcaldes se introdujo en la última de sus enmiendas, la de 1986, y se hizo práctica en las elecciones de 1988.

En materia de pluralismo político es necesario advertir que partidos diferentes al liberal y al conservador existieron antes de la Constitución del 91. Uno de ellos, la Anapo, por poco se hace al poder en 1970. Para muchos, su candidato presidencial, Gustavo Rojas Pinilla, fue el auténtico triunfador en la contienda. Y si nos sumergimos más en el pasado, encontramos que el Partido Comunista Colombiano, fundado en 1930, tuvo candidato presidencial en muchas elecciones. Eutiquio Timoté, indígena, luego representante de una minoría, fue el candidato del Partido Comunista que enfrentó la candidatura presidencial de Alfonso López Pumarejo en 1934.

Y los numerosos congresistas, diputados, alcaldes y concejales elegidos por la Unión Patriótica son prueba del pluralismo que antecedió a la Nueva Carta. Otra cosa fue que miles de sus militantes cayeron asesinados como consecuencia de la intemperancia y de las confusas relaciones de ese partido con la guerrilla colombiana.

El derecho de petición, que se hizo popular tras la aprobación de la nueva Constitución, no es sin embargo novedoso, con idéntica redacción lo consagraba el texto original de la Constitución de Núñez, en 1886. La libertad de conciencia también estaba en su artículo 53 asegurada. Hoy es el artículo 18 de la nueva Carta.

La inclusión de la mujer tampoco fue un remedio de la nueva Norma; apenas afianzó las conquistas constitucionales de mediados del siglo precedente. No se les reconocía en 1886 a las mujeres el derecho al voto, menos la calidad de ciudadanos.

El acto legislativo de 1936, reformatorio de la Constitución, las habilitó para desempeñar empleos, aún aquéllos con autoridad anexa. Fue así como en 1955 por primera vez una mujer, Josefina Valencia, fue nombrada gobernadora. Un año después fue también la primera mujer con el cargo de ministra.

En 1954 con la exclusiva intención de otorgarles el derecho del sufragio se hizo otra reforma. Y el primero de diciembre de 1957 se las convocó a votar un plebiscito que en uno de sus artículos les reconoció los mismos derechos políticos de los varones. En consecuencia, en 1958 por primera vez en Colombia una mujer, Esmeralda Arboleda, fue elegida senadora. En 1961 fue también Ministra de Comunicaciones.

La Constitución de 1991, que no podía cambiar esa tendencia, afianzó los reconocimientos, incorporando la adecuada participación de la mujer en la administración pública. Además enfatizó el rechazo a toda discriminación y acentuó la protección a la mujer embarazada y a la mujer cabeza de familia.

Las minorías no estuvieron ausentes en la Constitución de 1886. La reforma de 1968, por ejemplo, estableció que debían tener participación en las mesas directivas de las corporaciones de elección popular. Y la de 1991, tan preocupada por el tema, tampoco resultó tan vanguardista. Tendrá que reformarse, por ejemplo, para que los homosexuales puedan constituir familia. Ésta se instituye “por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio”, reza el artículo 42 de nuestra Ley fundamental.

Sorprende que hasta la condena de la esclavitud haya sido exaltada como propia de la nueva Carta Recordemos, entonces, que el artículo 22 de la Constitución de 1886 ya la reprobaba: “No habrá esclavos en Colombia”, más aún: “el que, siendo esclavo, pise territorio de la República, quedará libre”. Y tampoco fue conquista de esa Carta, porque la abolición de la esclavitud en Colombia data de 1851. La Constitución de 1991, que escasamente refuerza el concepto, incorpora como novedad la prohibición de la trata de personas.

La pena de muerte prohibida en la Carta del 91, tiene una historia de ires y venires. Fue abolida por la Constitución de 1863, restablecida por la del 86 y vuelta a suprimir por el Acto legislativo Nº 3 del 31 de octubre de 1910, que además la sustituyó por una pena de prisión de 20 años. Lo que la Constitución de 1991 innova en la materia, es la condena de la desaparición forzada. Delito execrable, cometido más por las bandas criminales que por los agentes del Estado.

No desapareció en la práctica el Estado de Sitio de la Carta precedente. Ahora -cuestión de la semántica- le tenemos un nombre diferente. Tampoco fue el coco que popularizaron con desinformación y efervescencia. No fue omnímodo, sí iterativo y casi permanente.

Se transformó en la Carta Política del 91 en el Estado de Conmoción Interior, uno de los estados de excepción por ella contemplados. El Estado de Sitio apenas permitía suspender temporalmente las leyes incompatibles con el estado de excepción -igual que hoy-. Y como ahora, hacía al Presidente responsable de los abusos cometidos con sus facultades. Entonces tenía el control de la Corte Suprema y del Congreso. Hoy la Corte Constitucional ejerce los controles. También fue limitado en su vigencia: a tres períodos de 90 días lo restringió la nueva Carta.

El viejo Estado de Sitio fue tan ‘aplastante y terrorífico’ que resultó incapaz de someter a los movimientos subversivos. Ya sin él, que paradoja, vino a hacerlo un presidente decidido.

LO NUEVO DE LA NUEVA CARTA
Deben reconocerse como novedades en la Constitución del 91 la Fiscalía General, la Contaduría General de la Nación, la Defensoría del Pueblo, la Corte Constitucional, el Consejo Superior de la Judicatura, el libre desarrollo de la personalidad, la democracia participativa y la tutela.

En cierta medida lo es la Policía Nacional, ¡quien lo creyera! Demostración de que una institución esencial podía existir sin estar definida en la Ley Fundamental. Sin marco constitucional la Policía fue fundada en 1891. En años posteriores sólo una alusión casi casual se hace a la Policía Nacional en la reforma del 45. La Constitución de 1991 es finalmente la que la define. No para crearla -ya era centenaria-, forzosamente para reconocerla.

La administración de la justicia se vio aparentemente enriquecida con nuevas instituciones, pero paradójicamente la prodigalidad terminó en enfrentamientos. ‘Choque de trenes’, los medios los tildaron.

Más paradójico aún, la tutela, el más reconocido de los bienes la Constitución, se convirtió en el principal motivo de discordia. La revisión de tutelas contra sentencias de otras cortes por la Corte Constitucional -guarda de la supremacía de nuestra Carta- llevó a choques que no se conocían cuando sólo existían Consejo de Estado y Corte Suprema de Justicia en la Constitución pasada.

El Consejo Superior de la Judicatura, aunque nuevo en la vida nacional, ya había sido concebido en la reforma constitucional de 1979, que fue declarada inexequible. Y si prevalecen los argumentos para suprimirlo en la reforma de la justicia presentada al Congreso por el gobierno actual, habremos de pensar que su creación fue un desacierto.

La democracia participativa se consolida en la nueva Constitución con el plebiscito, el referendo, la consulta popular, el cabildo abierto, la iniciativa legislativa y la revocatoria del mandato. Expresión avanzada y superior de la democracia, no es totalmente nueva en la constitucionalidad colombiana.

El plebiscito ya había sido puesto en práctica en 1957, y las consultas populares existieron en Colombia desde la reforma de 1986. La revocatoria de mandato sí es, en cambio, legado de la nueva Constitución. Novedoso y significativo progreso de la democracia que permite al elector destituir al elegido. Figura improductiva, por desgracia, que no ha servido a los colombianos para deshacerse de ineficientes o indecorosos gobernantes.

El reconocimiento del libre desarrollo de la personalidad es expresión superlativa del respeto a la autonomía del ser humano. Puede obrar en su favor o en contra suya: Para que sientan holgura los espíritus exquisitos que escapan a lugar común… para que se echen a perder las naturalezas disolutas. ¡Pero dueño es el hombre de su propia vida!

La tutela, apenas un mecanismo para hacer expedito y efectivo el reconocimiento de los derechos fundamentales, es hoy por hoy la más popular y reconocida innovación de la Constitución de 1991. Ninguna como ella ha sido tan práctica y tan útil.

Y así como innovó, la Constitución del 91 también regresó ciento cinco años al pasado, para restablecer la figura del Vicepresidente, abolida en la reforma de 1905. Igual, por el antojadizo vaivén de nuestras normas, en 118 años la reelección presidencial existió, fue abolida y ha nuevamente regresado. Caprichos constitucionales por los que también el Consejo de Estado estatuido en la Constitución de Núñez y de Caro, fue abolido por el Acto legislativo No. 10 de 1905, pero restablecido por la reforma de 1914 y heredado por la actual Constitución.

CONSTITUCIÓN DE 1991, UN BALANCE ENTRE PROPICIO E INFRUCTUOSO
La Constitución de 1991 nació de la esperanza. Aún recuerdo la ilusión en medio de las bombas, el entusiasmo en medio del horror del narcotráfico, la fe en medio del asedio subversivo, del exterminio de tantos dirigentes, del sacrifico de autoridades valientes e impolutas.

El sueño en la nueva Constitución surgió de la convicción de que no habría otra fuerza capaz de contener los males.

Ver en la presidencia de la Asamblea Constituyente a Antonio Navarro Wolff y a Álvaro Gómez, encarnación del secuestrador y el secuestrado, del ex guerrillero izquierdista y el hombre de derecha, nos hizo fantasear con la concordia, ignorar incluso que afuera, las Farc y el Eln seguían abriendo fuego y que los narcotraficantes presionaban por dejar en la Constitución su impronta -finalmente consiguieron que la extradición no se incluyera-.

El deslumbramiento con la Constitución actual, en mi criterio, proviene del rumor mediático que hizo ver partida con ella la Historia de Colombia. Y de un ensalzamiento que tiene fundamento más en las motivaciones de la Carta que en sus desenlaces.

No cambio la Constitución la esencia del país a pesar de sus fines bien intencionados. Gracias a la algazara, sin embargo, millones de personas por primera vez supieron qué es y para qué sirve una Constitución, y tuvieron los colombianos una mejor percepción de sus derechos. Pocas, probablemente, han ponderado tanto al ser humano.

Fue como un sueño de hadas, que paulatinamente se fue desvaneciendo. Apenas tres meses después de promulgada, el boom del M-19*** se deshizo: en las primeras elecciones bajo la nueva Carta el movimiento sufrió un estrepitoso descalabro.

Se revocó el Congreso para purificarlo, pero los que lo sucedieron padecieron males peores y mayor vergüenza. El “Proceso 8000” y la “parapolítica” ocurrieron a la vista de la Constitución que nos devolvería el decoro.

Su devoción social tampoco sirvió para aplacar el horror de las acciones subversivas, al fin y al cabo lo social no es más que su pretexto. Vino a ponerlas en retirada la valentía de un mandatario que no sucumbió a la indecisión de quienes lo antecedieron, no era cuestión de Constitución sino de arrojo.

Éticamente Colombia está peor que en los aciagos años de los carteles de Medellín y Cali. La corrupción asedia por todos los costados, se avizora la Patria en el abismo. Y es que la sola Constitución no basta mientras no se transformen las costumbres. Está el país frente al mismo hombre de la Constitución pasada y con los mismos males. Mientras no exista determinación moral no habrá norma que cambie nuestra suerte.

Luis María Murillo Sarmiento M.D.

* Fecha de la promulgación de Constitución Política de Colombia.
** Aunque mencionada como Constitución de Núñez, su inspirador, realmente tuvo la redacción y la impronta de Miguel Antonio Caro. Más aún, no fue sancionada por el presidente Núñez, sino por el designado José María Campo Serrano.
*** Movimiento subversivo que dejó las armas y se constituyó en la Alianza Democrática M-19. Obtuvo en la Asamblea Nacional Constituyente la representación mayoritaria.


Nota: Un simple clic en el computador permitirá al lector consultar los auténticos avances constitucionales y confirmar o rebatir cuanto sostengo. Allí, en el ciberespacio, reposan los textos originales de las Constituciones citadas con todas sus reformas.