martes, 15 de abril de 2008

LA PAZ EN COLOMBIA: SI HAY VOLUNTAD HAY ESPERANZA

No ha sido menos letal el Ejército de Liberación Nacional (ELN) que las Farc para los colombianos. Voladura de oleoductos, toma de poblaciones, secuestros, horror y muerte hacen parte de su lóbrego legado. Tienen quienes en él han militado enorme deuda con la sociedad. Deuda impagable si se tratara de saldar con castigo daños irreversibles. Posible, en la medida en que sus actos tiendan al apaciguamiento y la reconciliación. Por desgracia los subversivos son tozudos; pero hay gestos que aunque aislados alientan la esperanza.

Francisco Galán, guerrillero que tiene por alias ese nombre, fue dirigente importante del grupo que menciono; autor, determinador o cómplice de actos que juzgamos reprobables. Capturado en 1992, estuvo en la cárcel 13 años, tiempo en que ejerció la vocería del grupo armado. Libre desde hace tres, acaba de proclamar su oposición a las hostilidades. Ha dicho que renuncia a la guerra sin abandonar la facción a la que pertenece. Así dicen que se lo expresó al presidente Uribe, a quien visitó en la Casa de Nariño. Por su actitud y la entrevista el ELN le quitó la vocería. ¡Ojalá exista sinceridad en sus palabras! Es muy probable: desde hace ya buen tiempo en su “Casa de Paz” explora con dirigentes políticos, empresarios, diplomáticos y líderes estudiantiles entre otros, salidas al conflicto. ¡Qué la suerte corone sus buenas intenciones!

Yo, reacio como el que más a movimientos revoltosos que frenan el progreso y hacen blanco de su brutalidad al pueblo por el que justifican su existencia, saludo la actitud de “Galán”, y la resalto. A guerrilleros que piden perdón –muchos de las Farc en esa condición hay en las cárceles- a guerrilleros que desisten de sembrar el terror en campos y ciudades, a guerrilleros que trabajan por la paz, es posible estrecharles con sinceridad la mano, y abrirles espacio para una fraterna convivencia. No a aquéllos empeñados en acabar con la Nación por sus mezquinos intereses. En eso consiste la mano extendida y generosa, y el pulso firme –severo e implacable-.

La buena voluntad abre caminos, los gestos sinceros de los alzados en armas consiguen más que el ruido de las balas. Y no es Colombia insensible a sus señales. En un pasado no lejano bajaron los guerrilleros del M-19 del monte a las curules. Llegaron con propuestas que fueron premiadas en las urnas. Antonio Navarro fue copresidente de la Asamblea Nacional Constituyente. Hoy muchos de ese grupo o del EPL son ciudadanos de bien reconocidos. Muchos asientan en el parlamento, en las asambleas y en los concejos, otros tantos ocupan en el Estado cargos de importancia. Alcaldes y gobernadores hay o ha habido con pasado subversivo, hoy se les respeta y se les quiere.

¿Qué esperan para negociar los grupos subversivos? Sin más aporte que el silenciamiento de sus armas y el fin de sus acciones, el gesto les será por el país reconocido.


Luis María Murillo Sarmiento

viernes, 11 de abril de 2008

PARA COLOMBIA ESTADOS UNIDOS DEJÓ DE SER CONFIABLE

Estados Unidos dejó de ser confiable como aliado. A un amigo no se le da con la puerta en las narices. Hizo el presidente norteamericano lo debido: urgir con su ultimátum al congreso norteamericano, para no prolongar más la incertidumbre. La mala voluntad de los demócratas para un tratado de libre comercio con Colombia ya tiene cifras ciertas, sólo 10 demócratas en la Cámara lo apoyan. La solidaridad con el mayor aliado suramericano (acaso el único) es apenas una cruzada de los republicanos. Solamente a ellos les inquietan, por cuestión de ideología, las fuerzas perturbadoras internas de Colombia como las que amenazan desde el vecindario. Con Obama, la nación del norte se preocupará más por restablecer la armonía con los gobiernos de Corea del Sur, Cuba, Irán o Venezuela, que por tener gestos amables con una democracia de tanta tradición como la colombiana.

Al margen de los juicios implacables que lloverán sobre Bush al final de su mandato, justo es reconocer sus gestos de amistad y su preocupación en asuntos de importancia vital para el país. ¡Claro que nos sirvió su ayuda para enfrentar el terrorismo! Salvo un triunfo de McCain en las elecciones de noviembre, habrá terminando la luna de miel entre Estados Unidos y Colombia.

El portazo de los demócratas al congelar la discusión del TLC con su vecino, demuestra la perversidad de la política, y expone el mundo de intereses que mueven las campañas cuando de conquistar votos se trata. Otra hubiera sido la decisión si el tratado hubiera sido fuente de sufragios. Se nos quiso convencer de que su oposición era un asunto filantrópico relacionado con su aflicción por la seguridad de los líderes sindicales colombianos -los que de paso ha de decirse no son víctimas del gobierno sino de una multitud de criminales-, pero al final todos supimos la verdadera causa y los mismos líderes demócratas y sindicales estadounidenses lo expresaron: pese a la modestia de nuestra economía no están dispuestos a competir con nuestros productos ni con nuestra mano de obra, temen sus repercusiones en su desempleo, nunca en el nuestro. Una decisión utilitaria que por supuesto no toma en consideración la amistad ni el sacrificio, porque muchos han sido los muertos en Colombia por una guerra contra un narcotráfico que ellos mismo propician con su consumo desmedido.

Conveniente o no el TLC para Colombia, lo que ofende de Clinton, Obama, Pelosi y quienes los rodean es la mala voluntad hacia una nación amiga y la falta de solidaridad con un gobierno, único hoy en América, que demuestra cordialidad a Estados Unidos, cuando otros de la región muestran los dientes.

No es para quienes hacemos profundamente molestos el reclamo, una declaración de hostilidad hacia un pueblo que seguiremos admirando, hacia una nación que los defensores de la libertad, la democracia, la tecnología, la ciencia y la propiedad privada, esperamos que incólume por siempre se mantenga. Es sí, una ruptura digna con un partido que traicionó nuestra confianza. Y es un llamado a nuestros compatriotas para que adviertan la laxitud y los vaivenes de las relaciones. Nuestra economía que parecía boyante, concentrada particularmente en dos mercados, el venezolano y el norteamericano, hoy con esas naciones no tiene aseguradas estabilidad ni garantías. Por fuerza de las circunstancias Colombia debe diversificar, y abrir sus ojos a nuevos mercados y a otros socios, de pronto en el oriente. Y acaso hasta se junte, vaya uno a saber, con los rivales de su antiguo y poderoso aliado, como pasa con los despechados, cuando el mal comportamiento de un amante manda por reacción al otro a los brazos de su contrincante.


Luis María Murillo Sarmiento

martes, 8 de abril de 2008

¿LEY CONTRA LA INFIDELIDAD? ¡UN ESPERPENTO!

Un proyecto de ley que tiene tanto de serio como de gracioso acaba de presentar al Congreso un senador colombiano que con él se volverá famoso. Y sería sólo gracioso si no fuese porque se entromete en la vida privada de los colombianos, un fuero que habitualmente es inviolable.

Pretende el curioso senador Edgar Espíndola legislar sobre la infidelidad y sancionarla. Peligrosa intromisión por la que pueden colarse nuevas leyes que terminen por quitar toda su libertad al ciudadano.

¿Qué hay tras del proyecto de ley del senador Espíndola? ¿Búsqueda de notoriedad? ¿Un proyecto fundamentalista de corte musulmán? ¿La imposición de una teocracia? ¿La manifestación –Dios no lo quiera- de una enfermedad mental o de una neoplasia cerebral del proponente?

Arduas batallas libró el hombre hasta conquistar su autonomía, hasta volver a ser en el siglo XX dueño de sí mismo, para no defender con ahínco su conquista. ¡Proscrita del mundo ha de quedar la Inquisición por siempre! Yo me pregunto: ¿Será práctico –lo moral y lo legal es otro cuento- legislar contra la infidelidad, cuando hasta los que la niegan son culpables? ¿Habrá pensado autoflagelarse con su ley el proponente, o tiene acaso la certeza de que no será traicionado por su instinto? ¿Será verdad que quien más proclama la virtud menos la tiene? De convertirse en norma el esperpento, propondría para salvar del castigo a los infieles un artículo en esa ley que también prohibiera el matrimonio, como fuente que es de la infidelidad, y responsable sin atenuantes de las insatisfacciones y el hastío que se ven obligados los cónyuges a remediar en otros brazos.

Pero reflexionando con menos ardor y más sosiego, comenzaré por afirmar que las promesas de amor son insensatas, que los juramentos de fidelidad no tienen validez alguna, que se hacen ante los altares por costumbre; y con sinceridad y sin que norma alguna lo demande, cuando el dictado momentáneo del corazón lo ordena. En esas condiciones nadie suele ser perjuro, porque cuando jura está convencido de su juramento bajo el efecto sicotizante del amor, que pasa por alto el instinto polígamo de la especie humana. Cuando se recupera la cordura queda sin efecto la promesa. ¿Merece sanción legal esa conducta? No –es mi parecer– tomando la tradición jurídica como sustento. Nunca una incapacidad mental temporal o permanente responde ante la ley. Y quien jura por amor de hecho no se encuentra en sus cabales.

No es ideal la infidelidad, pero estamos erróneamente tachándola de falta, todo por desconocer la naturaleza humana, que responde a leyes escritas en los genes. Leyes que sobrepasan la especulación del hombre que pretende interpretar a Dios poniendo en sus labios todo tipo de prohibiciones y mandatos. Enfrentamiento entre la realidad y la suposición dogmática que lleva al quebrantamiento clandestino de las normas hasta por los “virtuosos” que públicamente las defienden.

El Estado y las leyes son hasta cierto punto necesarios, pero en sus excesos atentan contra el hombre. Resulta absurdo que toda actividad humana deba ser normada cuando el libre albedrío es inmanente al hombre, y sus decisiones tienen un marco más exigente que la ley: la conciencia – concepción interior del bien y el mal– y a la que corresponden las decisiones sobre los comportamientos más íntimos del individuo.

El hombre puede comprometer un bien, un patrimonio, responder por una manutención o unos cuidados, pero no podrá jamás ante una ley comprometer sus sentimientos, porque paradójicamente aunque los sienta no le pertenecen, son caprichosos: el amor no se somete a reglas. Sólo el clímax del enamoramiento obra el milagro de la fidelidad –espontáneo y sin esfuerzo-. Pero ese amor, es por desgracia, un sentimiento pasajero. Ley, moral o religión no contienen los llamados del corazón y de la carne, apenas los retrasan.

Lejos está el proyecto de arreglar los hogares con normas punitivas, más probablemente se convertirá en otro motivo para que las parejas evadan el matrimonio, una institución que para no pocos se encuentra en decadencia.

La fidelidad tendrá que seguir siendo una buena intención al comienzo de una aventura con final impredecible. Un propósito honesto que no debe quebrarse por un malintencionado proceder, sino por la fuerza suprema de las circunstancias. La fidelidad es como la religión creencia, quienes en ella crean que la profesen, quienes en ella crean que la practiquen, pero sin imponer a los demás sus dogmas.


Luis María Murillo Sarmiento