Las contiendas electorales tienen un entendible contenido beligerante,
al punto que llamarlas contiendas no resulta desacertado. El poder que se
persigue explica claramente la mortificación que produce el adversario. Los
errores del uno se convierten en la fortaleza del otro, más que las propias
cualidades y aciertos, tal vez, porque en ausencia de verdaderos estadistas
estos atributos resultan irrisorios. A cambio, la promesa incumplible que
resulta grata al odio de cautos electores resulta una estrategia productiva.
Este modelo traduce pobreza y apatía, y produciría desazón en un
electorado pensante e ilustrado, pero los últimos sucesos de la campaña
presidencial colombiana indican que es aquel un mal menor frente al juego sucio
del que se está convirtiendo en campeón inalcanzable el Pacto Histórico. Y más
grave que el mismo hecho de que un movimiento político actúe de esa manera, es
que a sabiendas, sus propios seguidores lo consientan, porque la deducción
elemental es que también son inmorales.
Cuando la estrategia de campaña es sembrar malintencionados rumores para
enlodar al adversario, jugar con la honra, aprovecharse de la buena fe del
elector, mentir con flagrancia, no desautorizar y alentar, por el contrario,
las conductas violentas y terroristas de su base extremista, para atemorizar
al electorado que no respalde al candidato, para incendiar el país si el
veredicto de las urnas es adverso, y un sin fin de conductas que día a día
salen a la luz pública y que a más de amorales colindan con el crimen, advierto
claramente el fondo dentro de un oscuro y profundo abismo en la política de
nuestra patria. ¿Tan bajo hemos caído?
Un axioma moral señala que el fin no justifica los medios, no se pasa
por encima de todo por conseguir un objetivo. “No todo vale”, como un candidato
colombiano afirmó en pasadas elecciones. Es el peligro de valerse de todas las
formas de lucha en las que la moral siempre es damnificada.
Preguntó a los seguidores de Gustavo Petro: ¿Destapada esta olla podrida
aún lo siguen respaldando? Entonces, cuestiono su conciencia. ¿Conocido el
comportamiento doloso del Pacto Histórico ponen en él su vida y su futuro?,
entonces deploro su candor.
Si ocho millones y medio de seguidores de Gustavo Petro aceptan la
bajeza moral del Pacto Histórico, el país no debe esperar un cambio que lo
dignifique. No cuando tantos colombianos están demostrando la poca importancia
que le dan a lo correcto.
Luis María Murillo Sarmiento MD