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martes, 31 de mayo de 2022

CONSIDERACIONES ÉTICAS EN TORNO A LA MUERTE CEREBRAL Y LOS TRASPLANTES

La muerte encefálica se ha considerado la muerte del individuo, pues este suceso conlleva el deterioro posterior y cese de las demás funciones del organismo. Aunque susceptible de criterios filosóficos, inclusive teológicos, han predominado, por entendibles razones, los criterios biológicos en la determinación de la muerte, y particularmente de la muerte cerebral y encefálica.

En cuanto a terminología, es más correcto el uso de muerte encefálica que de muerte cerebral, dado que el concepto de muerte encefálica corresponde al cese irreversible de las funciones de los hemisferios cerebrales, el tallo encefálico y el cerebelo. Sin daño irreversible del tallo encefálico puede persistir la vida en inconsciencia como en el estado vegetativo persistente.

La posibilidad de obtener órganos para trasplantes en los casos de muerte cerebral obliga a hacer consideraciones éticas que toman en consideración al paciente con muerte encefálica, al o los donantes y a la familia del fallecido.

En cuanto al primer punto, debe tomarse en cuenta, en primer lugar, el principio de autonomía manifestado previa y expresamente por el paciente, o a través de un documento de voluntades anticipadas. Aplicando el principio de no maleficencia con el moribundo, se debe determinar con exactitud el momento de la muerte, mediante criterios irrefutables para determinar la muerte cerebral o encefálica y dejar plenamente documentada la irreversibilidad de la muerte, de forma de que no se proceda al retiro de componentes anatómicos para trasplante de un ser humano vivo.

En el trasplante no debe primar otro interés que el humanitario, en consecuencia, cualquier conducta que implique otro tipo de usufructo es reprochable.

En cuanto al receptor, debe aplicarse el principio de beneficencia, cristalizado con la preservación adecuada de los órganos a trasplantar, aplicando los protocolos correspondientes, y con la exclusión de componentes enfermos. También debe obrar en favor de los posibles donantes el principio de justicia aplicando criterios de prioridad al momento de la selección de quien debe ser el primer beneficiado. Aunque parece evidente que el donante desea el trasplante, su autonomía debe ser expresada mediante el consentimiento informado.

Respecto a la familia del paciente con muerte cerebral debe entenderse que ejerce el principio de autonomía en representación del fallecido cuando exige que su voluntad, plenamente sustentada, se respete. En el caso de la representación legal de menores de edad puede ejercer este principio dentro de las 8 horas posteriores a la muerte encefálica fijadas por la ley colombiana (1805 del 2016).

Tenidas en cuenta las anteriores observaciones podrá considerarse que la práctica del trasplante cumple con los nobles propósitos que le dieron origen.

Luis María Murillo Sarmiento MD.

BIBLIOGRAFÍA

Grupo de Estudios sobre Muerte Encefálica, de las Sociedades Chilenas de Nefrología y de Trasplante. Muerte encefálica bioética y trasplante de órganos. Rev Méd Chile 2004; 32:109-118.

Ley 1805 del 4 de agosto de 2016 República de Colombia Por medio de la cual se modifican la ley 73 de 1988 y la ley 919 de 2004 en materia de donación de componentes anatómicos y se dictan otras disposiciones.  [Consultado 31 may 2022]. Disponible en: https://docs.google.com/viewerng/viewer?url=https://www.asivamosensalud.org/sites/default/files/la_donacion_de_organos_ahora_es_obligatoria_-_ley_1805_de_2016.pdf

Meléndez-Minobis M, Dujarric Martínez MD, Fariñas-Rodríguez L, Posada-García A, Milán Companioni D.  Implicaciones éticas de la muerte cerebral y los trasplantes de órganos. Rev Cubana Invest Biomed. 2005;24(1):60-8.

Sarmiento PJ. ¿Es la muerte cerebral realmente la muerte del individuo? Análisis de una compleja situación clínico-bioética y de sus consecuencias. Persona y Bioética [Internet]. 2003;7(18):25-46. [Consultado 29 may 2022]. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=83271805


martes, 7 de febrero de 2012

LITERATURA Y ÉTICA

En el lanzamiento de una de mis obras preguntaba, sin dar respuesta, si la literatura era un fin o sólo un medio, y especulando, dejaba la respuesta al auditorio. Hoy, dispuesto a abordar el tema, creo que debo resolverla. Tal vez no parezca difícil la respuesta.

La literatura es, en mi opinión, un fin cuando es la creación en sí misma el objetivo, y un medio cuando sirve de vehículo a otros fines: cuando lleva un mensaje más allá del arte. Y es en este punto en que la distinción de la literatura como fin o como medio se enrarece. La solución conceptualmente fácil, a la cuestión planteada, en la práctica termina complicada.

Pensaría, entonces, que la literatura goza, en forma sui géneris, de la doble condición –un fin y un medio-; y que es más el escritor, que el lector o el crítico, el que resuelve en su caso particular la duda, porque mensaje siempre habrá de descubrirse.

Es el creador, a diferencia del crítico que cree saberlo todo, el que sabe si puso arte a su mensaje, o si buscó un mensaje, como quien busca algún pretexto, que sirviera de armazón para su obra. El pintor puede más fácilmente plasmar sin opinar, retratar sensaciones sin que se comprometa la razón; el escritor habitualmente -¿habrá excepciones?- narra involucrándose, produce ideas, manifiesta intenciones, defiende ideologías.

Y es que la literatura es en últimas lenguaje, y el lenguaje, comunicación. La comunicación es su función por excelencia. Sólo que cuando quien lo utiliza lo engalana y lo convierte en expresión bella y brillante, nace la literatura.
Hasta aquí la relación entre la ética y la literatura no pasa de una disquisición conceptual, quizás inocua, en la práctica, sin mucha trascendencia. Pero otro enfoque está relacionado con la función ética de la literatura, situación en la que se convierte en medio para trasmitir principios y valores, y para defender enfoques relacionados con el bien y el mal, la moral y las costumbres.

No tiene que ser esa obligación de un arte, para ello bastaría el lenguaje corriente simplemente, pero siendo esa función un deber moral del hombre, cuando la asume el escritor resulta forzosamente literaria.

Y como no hay campo humano en que la moral no esté presente, las acciones de los hombres entre alternativas morales se debaten; y la literatura que escenifica esas acciones, lleva implícita la moral en su universo. Puede aparecer como hecho fortuito, inopinado, pero también como tendencia del autor orientada a un fin edificante y formativo. Habrá, desde luego, y por desgracia, autores que hagan apología del vicio y lo perverso.

Los valores en las obras literarias pueden presentarse escuetamente, pero con más frecuencia confundidos con la trama, y particularmente en el caso de la poesía, como sentimientos, más que como argumentación y raciocinio, propios de la obras narrativas.

Más allá, de la defensa o exposición explícita de los principios, hay valores implícitos enaltecidos en los sentimientos que se expresan, o condenas a comportamientos contra los que el escritor nos predispone mediante el manejo de nuestras emociones.

El amor es valor fundamental, y me atrevo a afirmar sin temor a equivocarme que es el más extensamente abordado en la historia de la literatura.

Y resolviendo en mi caso la pregunta, el ejercicio mental y mi creación artística van a la par, para mí, sin lugar a dudas, la literatura ha sido un fin y ha sido un medio.

Luis María Murillo Sarmiento MD