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miércoles, 13 de septiembre de 2023

EN LA ENTRAÑA DE UN SER DESPIADADO

 Hay hombres buenos, pero no se puede afirmar que la humanidad sea buena. Los seres humanos buscan sus iguales, por eso el circulo próximo de quienes nos rodean tiene las virtudes que en nuestros semejantes anhelamos. Pero vista la humanidad en la distancia, con la mirada que escruta los rasgos que sobresalen de la especie, la sensación es deplorable. 

Hay en el ser humano una propensión a atormentar, a sembrar angustia, a gozar con la intranquilidad ajena. La inteligencia, que tanto bien pude brindar, también se aplica al mal con el exclusivo deseo de causar daño. La maldad y el mal actuar son contagiosos, y asientan más en ciertos lugares de la tierra. Esta patria atormentada es por desgracia, para el mal, un sitio predilecto, producto de las costumbres relajadas sin autoridad que las contenga.

Roba el ser humano más que por satisfacer necesidades, a sus penurias las supera la codicia; aplica el delito a los beneficios de la tecnología, sabotea redes y sistemas de comunicación con el miserable objetivo de gozar con los estragos que produce; infesta las redes con información que intranquiliza o que atormenta; proclive a lo incorrecto, orondo infringe la ley, y desde luego las reglas de la civilidad; descortés e irreverente, puede por encima de toda consideración moral satisfacer sus pretensiones. Valora su propio sentimiento y el ajeno menosprecia; indiferente o hipócrita defiende lo que a la vez quebranta. Así es el Homo sapiens al vaivén de los malos hábitos y sin normas que lo rijan.

Me ratifico, como algún día lo dije en un poema:

Esa no era la criatura que Dios quiso poner sobre la tierra:

en el soplo creador una mutación se dio en alma,

y un ser cruel, sin bondad ni amor pobló el planeta.

 

Y más me aterro cuando siento mi profesión amenazada. Veo como médico que hasta los cimientos más sólidos pueden ser desmoronados: la vida dejó de ser sagrada.

Una degradación con ropaje progresista conmina al médico a exterminar la vida. Las decisiones jurisprudenciales imponen al médico la obligación de poner término a la existencia de quienes no han nacido y adelantar la muerte a enfermos crónicos y terminales. No nos sentimos cómodos. Tales conductas trasgreden los principios con los que no formamos. Pero la batalla está perdida, la fuerza del hábito, con su práctica repetida en tantas instituciones, ya hace ver normal a los estudiantes de ciencias de la salud tantas afrentas a la vida.

Los magistrados que encumbran la muerte con sus decisiones, imperceptiblemente se han vuelto genocidas. Sobre sus fallos se erige la cultura de muerte, que pasó del autor vulgar a los quirófanos. Que va horadando la sensibilidad del médico y anestesiando el corazón de todos sus discípulos.

Gracias a las sentencias hemos llegado al feticidio, atérrese el lector que no lo imaginaba. Matar un feto viable, con capacidad de vivir fuera del útero, para satisfacer el deseo de una mujer que no anhela ser madre. Se paraliza in útero su corazón para que nazca muerto. Moralmente nada hay de diferente que matarlo tras el nacimiento. Pero las autoridades miopes ante el feticidio obrarían, así fuera con desgano, ante el asesinato de un recién nacido. La conducta es francamente criminal. Quien la realiza, más si hay intereses de por medio, merece el repudio del cuerpo médico. El estado es negligente, antes que proporcionarle cuidados a ese ser humano, entregarlo en adopción y respetarle los derechos que tan incesantemente pregona de los niños, prefiere un asesinato ad portas de nacer.

La humanidad no se da cuenta, pero va en pos de su propia perdición. La indiferencia con la vida y la felicidad ajena es la puerta para la propia desventura.

Luis María Murillo Sarmiento MD.

miércoles, 23 de febrero de 2022

LAS DECISIONES DE LA CORTE CONSTITUCIONAL, UNA MANIFESTACIÓN MÁS DE NUESTRA DECADENCIA

Las manifestaciones de desprecio, una constante de nuestro siglo, parecen que son la manera de empoderarse el hombre. Derribar cuanto luce sobre los pedestales hace sentir al hombre poderoso, amo y señor de cuanto a su alrededor ha sido trascendente. Se destruyen valores, porque los valores son los cimientos de la estructura moral que quiere demolerse. En pos del progresismo y la vanguardia el ser humano va construyendo un mundo más precario que en su degradación le pasará factura, cuando ya sea víctima de su propio invento.

Celebran los defensores del aborto un fallo que consagra una vez más la cultura de la muerte, del irrespeto a la vida que un día creímos urdida solamente en mentes criminales pero que hoy y para nuestro asombro se gesta en el juicio de quienes moralmente debieran ser ejemplo. La potestad sobre la vida es un delirio del hombre prepotente que quiere equipararse a Dios, pero cuyo poder exiguo tan solo alcanza para destruir lo que sus ínfulas crear jamás podrían. No alcanzo a comprender que en temas tan complejos y sensibles, la suerte de tantos esté en manos de tan pocos, y tan poco sabios. Un referendo sobre la despenalización del aborto hubiera sido más prudente.

La decisión de los magistrados que impusieron su parecer en la sentencia es de franco desprecio por la especie humana, que contrasta con la protección de la vida animal que en otras ocasiones la Corte ha manifestado.

Hace falta sensibilidad para trascender la frialdad de una norma y adentrarse en el impacto de sus consecuencias. Resultado de la sentencia anterior, C-355, hoy se practican feticidios. Se ha llegado al punto de asesinar in útero fetos de más de 30 semanas y cercanos a su nacimiento para complacer las ansias de exterminio. Que nazcan muertos para que el Estado no tenga que prodigarles los cuidados que les permitiría sobrevivir con ayuda neonatal. ¿Qué clase de moral practican quienes lo realizan? Estamos viviendo la Alemania nazi de Mengele. A ese punto ha llegado la degradación del país estimulada por las decisiones de la Corte: liberal hasta sumir a la sociedad en la anarquía.

 En los aspectos médicos no voy a detenerme, suficientemente han sido puestos en evidencia por mis colegas los errores. pero sí sorprende que los magistrados pretendan saber más de medicina que los médicos. Resulta inadmisible que el médico, que por tradición cuida la vida, resulte graduado por la corte de homicida.

Luís María Murillo Sarmiento MD.