De
nuevo el mundo se rasga las vestiduras por un escándalo sexual. Muchas veces lo
ha hecho para enmascarar su hipocresía, como protagonista de hechos peores que
ocurren en su intimidad. Esta vez, a más de la doblez de los allegados del
protagonista, que ahora lo repudian, está la indignación de la multitud que juzga
con aparente ingenuidad la vieja costumbre de los favores sexuales a cambio de
la fama.
Casi
un centenar de actrices en busca de la gloria terminaron siendo víctimas de
Harvey Weinstein, el productor que podía hacerles realidad los sueños.
La
indignación, en este caso, más que juicio ponderado es arrebato. Un dictamen
sesgado que pierde de vista la mitad de los hechos.
Que el
productor haya aprovechado su poder, como tantos machos sin escrúpulos, para
conseguir lo que cualquier hombre honrado procura de una mujer con respeto,
maneras amables y galantería, es indudablemente condenable. ¿Pero esas
revelaciones tardías de las víctimas -los casos datan de 1980- no resultan
sospechas? Si a cambio de la fama se oculta la agresión sexual, la culpa con el
abusador es compartida.
A
diferencia de quien reducida por la fuerza invencible del agresor se resigna al
atropello sin obtener nada a cambio, en este caso la concesión o el
ocultamiento del supuesto abuso iba en pos de un beneficio. Por eso la denuncia
resulta extemporánea. Primero había que esperar el resultado de la acción
pecaminosa.
Lo que
dos seres humanos trancen en su intimidad sexual no es de mi incumbencia, ni de
la de nadie. Que mientras no se cause daño, la gente sea dichosos con la libre
expresión de sus instintos. Pero qué triste es que el sexo, que tiene otra
finalidad, se haya convertido en moneda con la que se tranzan acciones
criminales. Hoy se soborna con favores carnales, no solo con dinero. El sexo compra
influencias, paga servicios, se ofrece, se exige, se comercia, se tranza en las
altas esferas sociales, se negocia entre los delincuentes, sirve de puente
entre el bien y el mal, es el incentivo por el que el hombre honrado se tuerce.
Es, en fin, una magnífica carnada.
Por
eso, quedarse solamente con la idea de que Weinstein es un “depredador sexual”
es hacer una interpretación ligera del asunto. Es no ahondar en la degradación
del comportamiento social y en el campo de las trasgresiones que pacta el
hombre para satisfacer sus intereses.
Todo
hace parte del espíritu corrupto del ser humano, en que por igual son culpables
quien ofrece como quien recibe. Luego no es inocencia dejarse sobornar.
Inocencia es resistir, inocencia es denunciar.
Pero hoy, corrompidas hasta las altas cortes, los involucrados buscan
pretextos para demostrar que son honrados. En una tergiversación amañada de las
responsabilidades. Se proclaman inocentes porque siempre el otro fue el
culpable. La falta, aducen, es de quien instiga. ¡Falacia! La falta es también
de quien accede.
El ser
honrado es recto. Siempre se mantiene erguido, impávido ante la tentación por
fuerte que resulte.
Luis
María Murillo Sarmiento MD.
1 comentario:
Excelente reflexión y critica
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