Para ser magistrado se necesita más que los votos que aseguren una elección.
Se necesita idoneidad. Un magistrado por la responsabilidad de sus fallos debe
estar en la cúspide del entendimiento, de la honestidad, del sano juicio y la
sabiduría. Cuando las decisiones judiciales son resultado de la defensa ciega
de un principio malentendido, se conjetura que el fiel de la balanza está
sesgado y que la venda que cubre los ojos de la justicia no simboliza su
imparcialidad sino la ceguera del entendimiento.
El magistrado debe cuidar el bienestar de la sociedad como los médicos
cuidamos la salud de nuestros pacientes. Ellos y nosotros debemos ser
previsivos: advertir las dolencias por venir y evitar que nuestras conductas
causen daño a quienes deben ser objeto de nuestro cuidado. ¿Si responde un
médico por un medicamento mal formulado, no debe responder un magistrado por un
fallo que afecte el sano desarrollo de la sociedad?
Pues el fallo que permite el consumo de alcohol y drogas en espacio público,
en defensa del libre desarrollo de la personalidad, uno de los tantos
desaciertos de la Corte Constitucional, ha de tener repercusión en el futuro de
la sociedad. En defensa de un malentendido derecho a la libertad, los siete magistrados
que lo votaron favorablemente, por desconocimiento del principio de precaución serán
en el futuro los responsables del mal rumbo que tomen los pasos de nuestros
infantes.
Para nuestros niños será natural, gracias al fallo, ver el espacio público
invadido por adictos, y desapercibidamente podrán adquirir comportamientos indeseables
-consumir alcohol y drogas no son conductas deseables, sino tragedias, para el
consumidor y su familia- cuando la edad les permita replicar el ejemplo de los
consumidores. Habrá obrado, entonces, la costumbre en favor del vicio. Como
hubiera obrado a favor de la virtud. Simple conocimiento de la mente humana: el
hábito forma hombres de bien o criminales. Todo depende de lo que convirtamos
en rutina. El país se degrada porque la costumbre de la corrupción nos habituó
a convivir con ella, hoy se acepta y es patrón de comportamiento social.
Poco saben los magistrados de los dilemas éticos. Se debe defender el libre
desarrollo de la personalidad, pero no necesariamente cuando ese principio riñe
con la beneficencia. El libre desarrollo de la personalidad no es un absoluto
que pueda suprimir otros principios y valores. Las cortes no fueron concebidas
para defender con obstinación unos determinados principios sino para evaluar la
conveniencia y las consecuencias de su aplicación. Cada fallo debe ser el
resultado de un profundo examen que vaya más allá de la mediática publicidad de
sus decisiones.
Muchos colombianos celebran la fortuna de contar con una corte tan “liberal”,
quién sabe si mañana sean las víctimas del libertinaje consecuente.
Otro sería el futuro de la humanidad -porque el fenómeno es mundial- si a
los jueces se les enseñará a tomar decisiones con el miramiento metodológico de
quienes trabajamos con la ética. Bien se ha dicho que el derecho es una ética
de mínimos, pero en el sentido de que no puede imponer las encumbras exigencias
de la ética, no en el de que sus fallos sean paupérrimos.
Luis María Murillo Sarmiento MD.
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