Navidad es tiempo propicio para el concierto de las letras, para que
aflore la magia de la palabra. Y la magia capaz de convertirla en lienzo, capaz
de volverla melodía, capaz de transformarla en cine, y en toda manifestación
capaz de estimular en forma exquisita los sentidos. Porque esa facultad de la
expresión que tiene el hombre, que por corriente e innata no suele ser
reconocida, es un don admirable en seres superiores, que la convierten en
creación magnífica.
En ellos la palabra se compenetra con el arte, se vuelve pincel, se
vuelve pluma; se vuelve canto, se vuelve melodía. Se funde con la razón y se
torna en saber, se amalgama con el buen gusto y deviene en solemnidad y
elocuencia.
La palabra es el vehículo del pensamiento y de los sentimientos. Expone
las razones de la mente humana, los móviles del corazón y trasciende a las
alturas del espíritu. Fría, pero racional, tiene la fuerza de la convicción;
apasionada y vehemente tiene la pujanza de la seducción; amorosa y tierna tiene
el ímpetu del afecto; impecable y bienhechora transmite el aliento del
espíritu.
En el tiempo regocijado de la Navidad aflora la palabra para sembrar
fraternidad en los buenos corazones, para cantar a la ternura que el Niño de
Belén inspira, para hacer un alto en la confrontación y dar un respiro al
espíritu arrinconado por los afanes materiales. Se encumbra al Cielo para
convertirse en oración que demanda bendiciones.
Esa es la palabra en su esplendor, en su expresión más bella, porque
también puede ser el instrumento de todo lo brumoso. Tristemente el hombre
necio y vulgar rebaja su estatura, llevándola de la suntuosidad a la bajeza.
Pero no es realmente la palabra la que se degrada. Como cantera dispuesta a la
erección de la obra que anima al constructor, le ofrece material común o
inmejorable, y es la estética de la obra el resultado de un creador mediocre o
refinado.
La palabra seguirá siendo el reflejo del hombre que la usa, luego que
siempre existan hombres exquisitos, y en un mundo sombrío, de tonos desabridos,
se siga escuchando el eco de palabras sublimes que revivan la ilusión a una
humanidad que percibo en franca decadencia.
LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.
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