miércoles, 20 de enero de 2021

EN LOS 40 AÑOS DE UNA PROMOCIÓN DE MÉDICOS*

 Raudos 40 años transcurrieron desde aquel feliz instante en que un diploma para poder ejercer la medicina se  nos entrelazó en las manos. Los arrestos de la juventud se juntaron con los sueños, y una senda sugirió para abrirse a nuestro paso, y el andar se hizo camino hasta volver añeja nuestra huella, rancia como el licor bien conservado. Y más años y nuevos sucesos adornarán nuestra existencia, porque aún el porvenir aguarda, pero desde ya gozamos la deliciosa emoción de sentirnos en la cima. En vano no ha pasado el tiempo. Un quehacer humano ha ennoblecido nuestro espíritu, han sido nuestros pacientes la razón de nuestra entrega; se ha enriquecido el intelecto con los nuevos desarrollos de la ciencia, y el espíritu con la sabiduría y la experiencia. Tal vez apenas el cuerpo se resienta, la materia presiente su declive, que más da, si el alma atesora su riqueza. En la eternidad siempre un mejor futuro aguarda.

Gracias al ímpetu de la juventud una época nos tuvo por vanguardia, porque siempre la juventud gracias a su energía es la avanzada. Pero la supremacía no reside en la fuerza sino en la sabiduría, y la vida nos ha colmado de sapiencia. Nos ha constituido en faro que esparce su luz en el camino oscuro. Pero se han transformado el mundo y sus costumbres, lo filosóficamente vanguardista hoy puede hacer lucir la avanzada de ayer como retardataria. No importa, el apego honesto y la defensa de los principios en los que nos formamos son una satisfacción que nos complace.

Nos sentimos hace cuatro décadas parte del mundo más adelantado de la historia humana, cuán lejos estábamos de imaginar el vertiginoso progreso de la ciencia, del que gracias a la medicina hemos podido ser protagonistas.

Ha sido nuestra generación testigo excepcional del devenir humano. Nunca tantos sucesos, ni tan importantes se agolparon en el tiempo. Nunca tantas demostraciones hubo de la superioridad de la imaginación humana, probablemente, tampoco, de la torpeza de mentes menos lúcidas. Solo por ser espectadores, y más afortunadamente protagonistas, de ese acontecer, ha valido la pena nuestro paso por la tierra.

Hoy plenos de satisfacción, con un orgullo sano celebramos. Cuarenta años del ejercicio de una noble profesión bien lo merecen. Pero cuarenta años son el final y no el comienzo de nuestro periplo por el alma mater. Así que volvamos nuestros ojos al pasado al dichoso tiempo en que nos encontramos. Que afloren los recuerdos de los años felices en el Hospital de San José, que reviva la emoción de recorrer su estructura, creación de Pietro Cantini, ahora centenaria; la percepción del espíritu de los fundadores, egregias estampas de la medicina patria que el ingreso a cada pabellón nos recordaban, la memoria de tantos profesores eruditos y sobre todo, esa evocación conmovedora de nuestra relación, del florecimiento de amistades y noviazgos, de compartir aficiones, de asociarnos para estudiar, de disfrutar la vida, de constituir una familia, que sin darnos cuenta, perduró en el tiempo.  

Y en este momento de nostalgias que un instante recoja el sentimiento por quienes ya partieron y en un abrazo que ciña el infinito les hagamos llegar nuestra gratitud por las dichas que nos dieron.

 

Luis María Murillo Sarmiento MD

 

* Promoción 1980 de la Facultad de Medicina de la Universidad del Rosario

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