sábado, 27 de octubre de 2012

CIMIENTOS PARA UN MUNDO QUE TRASCIENDA


Palabras de Luis María Murillo Sarmiento al recibir el Lauro de Oro
en el XIX Récord Nacional e Internacional de Poesía
de la Fundación Algo por Colombia.
Paraninfo Academia Colombiana de la Lengua
Bogotá D.C. Octubre 23 del 2012

El destino, al que el hombre culpa de sus males, y al que la prosperidad Implora, ha sido sin demandarle nada conmigo generoso. Gracias Agustina Ospina*, gracias Silvio Vásquez**, por tanta magnanimidad conmigo. Mi gratitud es inmensa, su manifestación rebasa mis palabras.

Hoy he venido a este augusto recinto de la Academia Colombiana de la Lengua, a recibir un laurel que muchos más que yo lo merecían. Lo saben desde su eternidad serena las glorias de la literatura universal que hoy desde su pedestal en este paraninfo me acompañan. También mis personajes en reverencia se hincan ante los protagonistas -más reales que quienes los crearon- de esta ““Apoteosis de la lengua castellana”, admirable mural de Luis Alberto Acuña.

Es humilde mi pluma, solitaria y tímida. Perseverante desde los años escolares, contendiente obstinada del escalpelo que brinda mi sustento. Se ha ido apoderando de mí, sin darme cuenta, pero sin pretensión alguna. Como una chifladura que se filtra camuflada en mis epístolas, en textos salpicados de crítica y de historia, en ensayos, en poemas y novelas, que se llevan mis horas en el inefable intento de escribirlas.

Obras sencillas para una audiencia casera y reducida,  conato literario que de pronto se han visto sorprendido con un enaltecimiento que traduce más la magnanimidad de quienes los prodigan que la calidad del autor que los recibe. De ello soy consciente, y aunque mi talla diste de la gloria que debería a mi patria, prometo en la medida de mis capacidades hacer algo por la literatura y ‘Algo por Colombia’.    

Algo en un mundo que demanda más luz en sus tinieblas.

Deslumbrado por lo material veo al inquilino de estos tiempos, aferrado a lo terrenal y limitado. Sin tiempo para vivir en la lucha constante por los bienes.

Al mundo predominantemente material y utilitario, contrapongo la dicha de otro forjado en lo intangible. En la contemplación filosófica del mundo, en el goce estético, en el amor, en la entrega generosa.

Un mundo que trascienda nuestro ciclo fugaz y restringido. Que se encumbre en la búsqueda de la felicidad, que indague en el sentido de la vida, en la sublime finalidad de la existencia. Que tienda a la inalcanzable perfección sin abatirse. Que dé a la muerte trascendencia, cual si fuera un nuevo nacimiento en que la parca no burle nuestro esfuerzo.

Lo material con lo corporal termina, lo espiritual sobrevive en la memoria de quienes nos recuerdan, en la mente de quienes sin haber vivido nuestro tiempo nos conozcan, quizás, tal vez, en una inmortalidad que en otra vida nos prolongue.

El arte expresa la espiritualidad del hombre. La creación denota una conexión con el espíritu, una sensibilidad que capta el valor de lo ignorado, que interpreta el valor del sentimiento, que busca la entraña, la esencia, la sustancia; que se sumerge en la intimidad del hombre transformando una llamarada genial en una manifestación estética que despierta la benignidad de otros espíritus.

Sí, el arte se hermana con los mejores sentimientos, el arte despierta inclinaciones humanísticas, y el humanismo hace mejor al hombre: lo modera en sus excesos materiales, lo ennoblece a la par con sus valores.

El arte es el abono a la semilla: a través de las letras podemos edificar los ciudadanos del mañana. No sólo despertarles sus talentos, sino poner cimientos para una humanidad virtuosa. La semilla, prodigioso grano, es un fruto que aguarda la cosecha, igual el niño es el embrión del hombre del futuro, la semilla que reaviva la especie, el germen de las generaciones.

A ellos una tradición debemos transmitirles, una huella tenemos que mostrarles, un riesgo tenemos que advertirles… un camino tenemos que indicarles.

Antecedí tus pasos, afirmo rotundo en un poema:

… porque antes que tú,
conocí yo el sol, la luna y las estrellas,
las olas del mar, las congojas, las sombras…
la perfidia humana.

Antecesor soy de tus yerros,
precursor incluso de tus faltas;
conozco el futuro de tu vida,
porque ya lo recorrió mi planta:
mis noches son tus días,
mi omega tu alfa.

Antecesor soy de tu suerte,
atalayador de tus riegos y venturas.
Soy la vanguardia de tus pasos,
la avanzada de tu mundo inexplorado.

Antecesor soy de tu historia
-un ciclo que siempre se repite-
memoria y moraleja dispuesta a tu enseñanza.


Al encuentro con la juventud he ido, asumiendo una cruzada que Agustina Ospina y Joseph Berolo comenzaron. Una expedición por claustros escolares y salones, en compañía de bardos y declamadores que proclaman lo bueno, lo útil, lo justo y lo bello, y lo siembren en el corazón de los infantes.
Una tarea no exenta de bemoles.

Trifulca, algarabía, desorden enmarcan el encuentro de las generaciones. Criaturas que no atienden, poetas que lanzan estérilmente al aire sus poemas, profesores que demandan silencio y  anuncian puniciones. Como al comienzo de los tiempos todo es caos. Allende, como en el devenir del universo, el producto será maravilloso.

El saludo, la inquietud y la pregunta surgen con el tiempo. Aprende a trabajar el escritor con el relajo, a inmiscuirse en el corrillo como uno más de los perturbadores. La gritería, a sus espaldas, de pronto se silencia, aún aturde, pero el preceptor embebido en esa tertulia improvisada no la escucha. De corrillo en corrillo el ejercicio se prolonga. La simpatía germina, no hay fisuras, ya se estiman el escritor y el estudiante. Ahora escuchan, ahora analizan y debaten. Ahora hilvanan los muchachos en un papel sus frases: oraciones erráticas algunas, de quienes no esperan más que cumplir con la tarea; otras profundas, otras agudas, cargadas de emoción e ingenio. Algunas develan la intimidad o dejan al descubierto los problemas: catarsis infantil.

El alma en unos versos se revela. Al compás de un poema declamado brota inesperada una lágrima furtiva. “Se me aguaron los ojos”, proclama una estudiante. Y otra, como de la chistera de un mago saca de su maleta sus recónditas y tímidas cuartillas. Ha encontrado en la tertulia el ambiente cómplice alentador para su don secreto.

Brotarán, seguramente, de este jardín de vocaciones escondidas escritores y poetas, espíritus que cultiven el arte y lo engrandezcan, pero ante todo tendrá que florecer  el germen de bondad si ha sido buena nuestra empresa. Que no se den necesariamente malabares con la pluma, pero sí, para siempre, de por vida, expresiones de humanidad y de ternura.  

Abonemos el campo, cuidemos la semilla, que a nuestra sombra el árbol crezca recto, proyectando sus brazos a los cielos. A ese reino que aguarda nuestro espíritu al final de todas las faenas. 

* Presidente Fundación Literaria Algo por Colombia
** Vicepresidente de la misma fundación.

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