Palabras de
Luis María Murillo Sarmiento al recibir el Lauro de Oro
en el XIX
Récord Nacional e Internacional de Poesía
de la
Fundación Algo por Colombia.
Paraninfo
Academia Colombiana de la Lengua
Bogotá
D.C. Octubre 23 del 2012
El destino, al que el hombre culpa de sus males, y al que
la prosperidad Implora, ha sido sin demandarle nada conmigo generoso. Gracias
Agustina Ospina*, gracias Silvio Vásquez**, por tanta magnanimidad conmigo. Mi
gratitud es inmensa, su manifestación rebasa mis palabras.
Hoy he venido a este augusto recinto de la Academia
Colombiana de la Lengua, a recibir un laurel que muchos más que yo lo merecían.
Lo saben desde su eternidad serena las glorias de la literatura universal que
hoy desde su pedestal en este paraninfo me acompañan. También mis personajes en
reverencia se hincan ante los protagonistas -más reales que quienes los
crearon- de esta ““Apoteosis de la lengua castellana”, admirable mural de Luis
Alberto Acuña.
Es humilde mi pluma, solitaria y tímida. Perseverante
desde los años escolares, contendiente obstinada del escalpelo que brinda mi
sustento. Se ha ido apoderando de mí, sin darme cuenta, pero sin pretensión
alguna. Como una chifladura que se filtra camuflada en mis epístolas, en textos
salpicados de crítica y de historia, en ensayos, en poemas y novelas, que se
llevan mis horas en el inefable intento de escribirlas.
Obras sencillas para una audiencia casera y reducida, conato literario que de pronto se han visto
sorprendido con un enaltecimiento que traduce más la magnanimidad de quienes
los prodigan que la calidad del autor que los recibe. De ello soy consciente, y
aunque mi talla diste de la gloria que debería a mi patria, prometo en la
medida de mis capacidades hacer algo por la literatura y ‘Algo por Colombia’.
Algo en un mundo que demanda más luz en sus tinieblas.
Deslumbrado por lo material veo al inquilino de estos
tiempos, aferrado a lo terrenal y limitado. Sin tiempo para vivir en la lucha
constante por los bienes.
Al mundo predominantemente material y utilitario, contrapongo
la dicha de otro forjado en lo intangible. En la contemplación filosófica del
mundo, en el goce estético, en el amor, en la entrega generosa.
Un mundo que trascienda nuestro ciclo fugaz y
restringido. Que se encumbre en la búsqueda de la felicidad, que indague en el
sentido de la vida, en la sublime finalidad de la existencia. Que tienda a la
inalcanzable perfección sin abatirse. Que dé a la muerte trascendencia, cual si
fuera un nuevo nacimiento en que la parca no burle nuestro esfuerzo.
Lo material con lo corporal termina, lo espiritual
sobrevive en la memoria de quienes nos recuerdan, en la mente de quienes sin
haber vivido nuestro tiempo nos conozcan, quizás, tal vez, en una inmortalidad que
en otra vida nos prolongue.
El arte expresa la espiritualidad del hombre. La creación
denota una conexión con el espíritu, una sensibilidad que capta el valor de lo
ignorado, que interpreta el valor del sentimiento, que busca la entraña, la esencia,
la sustancia; que se sumerge en la intimidad del hombre transformando una
llamarada genial en una manifestación estética que despierta la benignidad de otros
espíritus.
Sí, el arte se hermana con los mejores sentimientos, el
arte despierta inclinaciones humanísticas, y el humanismo hace mejor al hombre:
lo modera en sus excesos materiales, lo ennoblece a la par con sus valores.
El arte es el abono a la semilla: a través de las letras podemos
edificar los ciudadanos del mañana. No sólo despertarles sus talentos, sino
poner cimientos para una humanidad virtuosa. La semilla, prodigioso grano, es
un fruto que aguarda la cosecha, igual el niño es el embrión del hombre del
futuro, la semilla que reaviva la especie, el germen de las generaciones.
A ellos una tradición debemos transmitirles, una huella
tenemos que mostrarles, un riesgo tenemos que advertirles… un camino tenemos
que indicarles.
Antecedí tus pasos, afirmo rotundo en un poema:
… porque
antes que tú,
conocí yo
el sol, la luna y las estrellas,
las olas
del mar, las congojas, las sombras…
la
perfidia humana.
Antecesor
soy de tus yerros,
precursor
incluso de tus faltas;
conozco
el futuro de tu vida,
porque ya
lo recorrió mi planta:
mis
noches son tus días,
mi omega
tu alfa.
Antecesor
soy de tu suerte,
atalayador
de tus riegos y venturas.
Soy la
vanguardia de tus pasos,
la
avanzada de tu mundo inexplorado.
Antecesor
soy de tu historia
-un ciclo
que siempre se repite-
memoria y
moraleja dispuesta a tu enseñanza.
Al encuentro con la juventud he ido, asumiendo una
cruzada que Agustina Ospina y Joseph Berolo comenzaron. Una expedición por
claustros escolares y salones, en compañía de bardos y declamadores que proclaman
lo bueno, lo útil, lo justo y lo bello, y lo siembren en el corazón de los infantes.
Una tarea no exenta de bemoles.
Una tarea no exenta de bemoles.
Trifulca, algarabía, desorden enmarcan el encuentro de
las generaciones. Criaturas que no atienden, poetas que lanzan estérilmente al
aire sus poemas, profesores que demandan silencio y anuncian puniciones. Como al comienzo de los
tiempos todo es caos. Allende, como en el devenir del universo, el producto
será maravilloso.
El saludo, la inquietud y la pregunta surgen con el
tiempo. Aprende a trabajar el escritor con el relajo, a inmiscuirse en el
corrillo como uno más de los perturbadores. La gritería, a sus espaldas, de
pronto se silencia, aún aturde, pero el preceptor embebido en esa tertulia
improvisada no la escucha. De corrillo en corrillo el ejercicio se prolonga. La
simpatía germina, no hay fisuras, ya se estiman el escritor y el estudiante. Ahora
escuchan, ahora analizan y debaten. Ahora hilvanan los muchachos en un papel
sus frases: oraciones erráticas algunas, de quienes no esperan más que cumplir
con la tarea; otras profundas, otras agudas, cargadas de emoción e ingenio. Algunas
develan la intimidad o dejan al descubierto los problemas: catarsis infantil.
El alma en unos versos se revela. Al compás de un poema
declamado brota inesperada una lágrima furtiva. “Se me aguaron los ojos”,
proclama una estudiante. Y otra, como de la chistera de un mago saca de su
maleta sus recónditas y tímidas cuartillas. Ha encontrado en la tertulia el
ambiente cómplice alentador para su don secreto.
Brotarán, seguramente, de este jardín de vocaciones
escondidas escritores y poetas, espíritus que cultiven el arte y lo
engrandezcan, pero ante todo tendrá que florecer el germen de bondad si ha sido buena nuestra
empresa. Que no se den necesariamente malabares con la pluma, pero sí, para
siempre, de por vida, expresiones de humanidad y de ternura.
Abonemos el campo, cuidemos la semilla, que a nuestra
sombra el árbol crezca recto, proyectando sus brazos a los cielos. A ese reino
que aguarda nuestro espíritu al final de todas las faenas.
* Presidente Fundación
Literaria Algo por Colombia
** Vicepresidente de la misma fundación.
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