No sé si plantear el tema desluzca mis columnas, pero la razón me obliga a abordar una controversia colmada de argumentaciones necias y reacciones timoratas. Claro que la reacción del senador suena ofensiva, pero las imágenes que suscitan en la imaginación tales uniones no son menos desagradables. Y asquearse también es un derecho.
Con todo y haberse excedido en su declaración, Roberto Gerlein
no se equivoca: el sexo es grotesco, y sin importar el género de quienes lo
practican. Otra cosa es que por su profusión de excitación y de placer se le
perdone todo. Y que hasta se lo encumbre como expresión sublime del amor para
pasar el rubor que de otra forma a muchos causaría. Porque sexo y amor no son
una unidad como se piensa, material el uno, espiritual el otro, pueden ir
inclusive en contravía, y además, porque el que llamamos amor en las parejas de
todo está impregnado menos de las virtudes de ese sentimiento. El enamoramiento,
que es una condición sicótica, es a diferencia del verdadero amor, interesado,
egoísta, esclavista y destructivo. Si no es mío, que no sea de nadie, o lo
prefiero a muerto, repiten los amantes.
Mucho va de un semblante angelical al aspecto de unos
genitales, mucho de la caricia delicada a la frenética agitación de un coito. ¿Habrá
quien desprevenidamente descubra ternura en un acto que en apariencia más tiene
de violento? Solo el arte y la literatura lo engalanan, al fin al cabo en eso
reside su virtud, en trasformar el mundo.
¿Qué no es bello cuando lo toca la pluma encantada del poeta?
Llamemos a las cosas por su nombre, dejémonos de tantos
eufemismos. Reconozcamos que nos fascina el placer que proporciona el sexo,
así, llanamente, sin maquillaje alguno, sin adornarlo de las virtudes que no tiene.
Que es ordinario pero lo reclamamos como derecho inalienable, que es grotesco y
sucio pero nos apasiona. Tan grotesco que sólo lo hace estético la belleza de
sus protagonistas, por eso se tolera más el sexo lésbico que “el catre
compartido por varones”, que a pesar de la tolerancia resulta repulsivo. ¿Y
sucio? Desde luego, no por vergonzoso -aunque se utilice para avergonzar a las
personas- sino porque la higiene así lo expone: es contaminante y fuente de
enfermedades trasmisibles, al punto que los médicos consideramos saludable el
uso del condón.
La función sexual es simple instinto. Ni glorifica, ni
envilece y es la expresión más animal del hombre.
Pasarán los siglos y no cambiará el comportamiento sexual
de los humanos por más tratados de moral que se promulguen –solo una
transmutación genética conseguiría el milagro-, justamente por su carácter
instintivo y natural, y porque circunscrito al mundo íntimo y privado –como
debe ser- no tiene quien lo cohíba y quien lo juzgue.
No me incumbe lo que hagan los homosexuales en su
privacidad, ni me pongo a imaginar una intimidad que me repugna, respeto su
particular naturaleza y no comparto algunas de las prerrogativas sociales que
persiguen. Y aunque procuro ver con ojos desapasionados -quizás más bien por
ello-, temo que su actitud provocadora e irascible como respuesta podrá
engendrar violencia. Hoy todo desacuerdo con ellos se condena. Se le da
carácter de delito a la homofobia, sin distinguir entre la aversión y la
agresión. A las fobias y a los sentimientos no hay ley que los acalle. La
verdadera violencia contra todo ser pacífico sí debe reprimirse.
Apreciando desde mi gradería el espectáculo circense que
pasa por mi lado solo pienso en la falta de juicio con que se razona, en la irascibilidad
con que se reacciona, en la trascendencia que se da a lo que no la tiene, en la
doble moral que se practica, en la falta de carácter y en la incapacidad de
llamar a las cosas por su nombre, que no en esta materia, sino en todas, personifica
al hombre.
Luis María Murillo Sarmiento MD.
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