viernes, 4 de enero de 2008

LA EUTANASIA

Tantos como los adelantos científicos y tecnológicos, son los progresos en el campo de la ética, de la medicina hipocrática a nuestros días. Si bien la máxima latina primum non nocere (ante todo no hacer daño), se mantiene desde entonces incólume como pilar fundamental del ejercicio médico, la concepción paternalista, que en la relación médico-paciente prevaleció por siglos, se ha finalmente derrumbado. No es más el paciente el pasivo objeto de la terapéutica.

Con la introducción del principio de autonomía se reconoce al enfermo la facultad para decidir libremente sobre su salud y se le acepta en últimas como dueño de su propia vida; libre para aceptar o rechazar el tratamiento que pese al bien perseguido no podrá ser impuesto por la fuerza.

El concepto de la Corte Constitucional de Colombia* sobre la eutanasia, es realmente la noción más amplia de ese principio de autonomía, que podría llevar a resolver en lo legal una controversia que persistirá en lo moral hasta el final de los tiempos, sin vencedores ni vencidos desde el punto de vista dialéctico, pero con la posibilidad de mostrar en su aplicación el efecto de unos peligrosos excesos.

Aun la vida percibida como dádiva divina, y ha de serlo por la maravillosa perfección de lo creado, es un don que como toda ofrenda pertenece a quien con ella fue favorecido. Lícito entonces que el hombre en terminal e irremediable sufrimiento pueda disponer de su existencia, y ha de ser el reconocimiento a esa voluntad el único criterio que fundamente la eutanasia, no la percepción subjetiva de quien piadosamente quiera cercenar la vida del enfermo. Así lo interpretó la Corte, y la ponencia no es como hay quien lo perciba, una órden perentoria para extinguir la vida de cuanto paciente crea el médico sin remedio.

Debemos aceptar la bondad de cuantos de una u otra forma pretenden aliviar al enfermo terminal, pero el caso particular de la eutanasia plantea al médico las más preocupantes consideraciones y suscita para muchos el más grave enfrentamiento de los principios éticos de autonomía y de no maleficencia, que no puede resolverse sin que alguno sea gravemente quebrantado. Dilema que además plantea un reiterado interrogante ¿debe el médico renunciar a sus principios en favor de los principos del paciente?, ¿deben primar los del profesional que no acepta la eutanasia o los del enfermo que la solicita?, ¿los del médico que no acepta que su paciente muera por falta de una transfusión, o los del testigo de Jehová que prefiere morir antes que exponerse a ella?

En esta discusión interminable, es por fortuna claro para muchos médicos, incluído quien estas líneas escribe, que aunque el enfermo sea dueño de su vida, no debe pretender que un tercero ejecute su letal designio, y que la dignidad humana y el profundo sentimiento de preservar la existencia, encuentran el equilibrio ideal cuando el médico sin intervenir activamente en acortarla, libra al enfermo irrecuperable y en trance de agonía de todo esfuerzo que prolongue en vano el sufrimiento.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico")

* El criterio de la Corte emitido en la última década del siglo pasado, vuelve a revivir con el proyecto de ley que ha sido motivo de discusión en el 2007 en el Congreso de Colombia

1 comentario:

Anónimo dijo...

Algunas veces me he preguntado: si la vida es una dádiva divina y el hombre no tiene derecho a cortarla, porque si tiene el derecho a prolongarla?