miércoles, 1 de octubre de 2008

EL ASESINATO DE LUIS SANTIAGO*: UN CASO PARA REPENSAR NUESTRA JUSTICIA

Nada agita más la ternura en la entraña humana que la vida frágil e inocente de un infante. Nada mueve más los mejores sentimientos que el amor instintivo por los hijos. Con el asesinato de su propia criatura desborda el criminal los límites de la maldad, rebasando hasta lo que suele ser para los delincuentes –siempre protervos- más sagrado: los niños y los hijos. Con razonable causa, fundada en la indignación y el dolor, pide la ciudadanía cadena perpetua y hasta pena de muerte para el padre homicida.

Ayer la pedíamos para los violadores, antes o después –igual da- para los secuestradores y para los autores de masacres. Y es lógico que los castigos sean ejemplares, pero hay consideraciones que pesan más que la duración de la pena en la aplicación de la justicia, porque administrarla es más que incrementar castigos, y que privar de libertad; es rehabilitar delincuentes, dar garantías a la sociedad y prevenir el delito. Conseguir que se apliquen las leyes y se cumplan las sentencias, porque con impunidad cualquier castigo por tenebroso que parezca es letra muerta. De esta reflexión se concluye que nuestra justicia debe repensarse: su ineficacia es comprobada.

No parece coherente nuestro código penal, ni juiciosas las interpretaciones de los jueces, cuando los peores delitos pueden pagar menos condena que quebrantamientos menores. Cuando el descuartizamiento premeditado y frío de centenares de víctimas hasta ocasionarles la muerte merece sentencias irrisorias que no sobrepasan los 8 años de prisión; mientras un trastornado por una crisis de ansiedad –por ejemplo- se presume peligroso secuestrador merecedor de drástica y prolongada condena.

Es oportuno preguntarse si la justicia sólo debe obrar a partir de la consumación de los delitos con el único ánimo de aplicar sanciones, o si debe encaminarse también a la prevención de los delitos, por caminos alternativos a la disuasión que debieran propiciar las penas.

La personalidad del delincuente no es asunto menor en la determinación de los castigos. Rehabilitar más que vengar demanda el principio de justicia, crear conciencia del daño, arrepentimiento del transgresor, y reparación de la víctima. Pero también aislamiento permanente del antisocial -cadena perpetua- en casos irrecuperables o intratables –sociópatas-, y aplicación de la pena de muerte como último recurso para proteger a la sociedad -nunca para vengar delitos- de peligrosos criminales que ni tras de rejas pueden controlarse.

Definitivamente falta racionalidad en Colombia en la aplicación de la justica; y la reforma propuesta por el gobierno está distante de proveer al país del sistema judicial que a gritos necesita. La justicia modelo debe ser aplicable, verídica, proporcional, creíble, confiable, eficaz, imparcial y preventiva.

Los delincuentes tanto como los delitos deben individualizarse, y en el caso particular que no ocupa, clamo, como todos los colombianos dolidos con la muerte de Santiago, por el más ejemplar de los castigos. Sólo amor se debe a los hijos y a los niños.


• En el municipio de Chía (Cundinamarca – Colombia) un padre pagó por el secuestro y asesinato de su hijo de 11 meses.

Luis María Murillo Sarmiento

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