martes, 8 de abril de 2008

¿LEY CONTRA LA INFIDELIDAD? ¡UN ESPERPENTO!

Un proyecto de ley que tiene tanto de serio como de gracioso acaba de presentar al Congreso un senador colombiano que con él se volverá famoso. Y sería sólo gracioso si no fuese porque se entromete en la vida privada de los colombianos, un fuero que habitualmente es inviolable.

Pretende el curioso senador Edgar Espíndola legislar sobre la infidelidad y sancionarla. Peligrosa intromisión por la que pueden colarse nuevas leyes que terminen por quitar toda su libertad al ciudadano.

¿Qué hay tras del proyecto de ley del senador Espíndola? ¿Búsqueda de notoriedad? ¿Un proyecto fundamentalista de corte musulmán? ¿La imposición de una teocracia? ¿La manifestación –Dios no lo quiera- de una enfermedad mental o de una neoplasia cerebral del proponente?

Arduas batallas libró el hombre hasta conquistar su autonomía, hasta volver a ser en el siglo XX dueño de sí mismo, para no defender con ahínco su conquista. ¡Proscrita del mundo ha de quedar la Inquisición por siempre! Yo me pregunto: ¿Será práctico –lo moral y lo legal es otro cuento- legislar contra la infidelidad, cuando hasta los que la niegan son culpables? ¿Habrá pensado autoflagelarse con su ley el proponente, o tiene acaso la certeza de que no será traicionado por su instinto? ¿Será verdad que quien más proclama la virtud menos la tiene? De convertirse en norma el esperpento, propondría para salvar del castigo a los infieles un artículo en esa ley que también prohibiera el matrimonio, como fuente que es de la infidelidad, y responsable sin atenuantes de las insatisfacciones y el hastío que se ven obligados los cónyuges a remediar en otros brazos.

Pero reflexionando con menos ardor y más sosiego, comenzaré por afirmar que las promesas de amor son insensatas, que los juramentos de fidelidad no tienen validez alguna, que se hacen ante los altares por costumbre; y con sinceridad y sin que norma alguna lo demande, cuando el dictado momentáneo del corazón lo ordena. En esas condiciones nadie suele ser perjuro, porque cuando jura está convencido de su juramento bajo el efecto sicotizante del amor, que pasa por alto el instinto polígamo de la especie humana. Cuando se recupera la cordura queda sin efecto la promesa. ¿Merece sanción legal esa conducta? No –es mi parecer– tomando la tradición jurídica como sustento. Nunca una incapacidad mental temporal o permanente responde ante la ley. Y quien jura por amor de hecho no se encuentra en sus cabales.

No es ideal la infidelidad, pero estamos erróneamente tachándola de falta, todo por desconocer la naturaleza humana, que responde a leyes escritas en los genes. Leyes que sobrepasan la especulación del hombre que pretende interpretar a Dios poniendo en sus labios todo tipo de prohibiciones y mandatos. Enfrentamiento entre la realidad y la suposición dogmática que lleva al quebrantamiento clandestino de las normas hasta por los “virtuosos” que públicamente las defienden.

El Estado y las leyes son hasta cierto punto necesarios, pero en sus excesos atentan contra el hombre. Resulta absurdo que toda actividad humana deba ser normada cuando el libre albedrío es inmanente al hombre, y sus decisiones tienen un marco más exigente que la ley: la conciencia – concepción interior del bien y el mal– y a la que corresponden las decisiones sobre los comportamientos más íntimos del individuo.

El hombre puede comprometer un bien, un patrimonio, responder por una manutención o unos cuidados, pero no podrá jamás ante una ley comprometer sus sentimientos, porque paradójicamente aunque los sienta no le pertenecen, son caprichosos: el amor no se somete a reglas. Sólo el clímax del enamoramiento obra el milagro de la fidelidad –espontáneo y sin esfuerzo-. Pero ese amor, es por desgracia, un sentimiento pasajero. Ley, moral o religión no contienen los llamados del corazón y de la carne, apenas los retrasan.

Lejos está el proyecto de arreglar los hogares con normas punitivas, más probablemente se convertirá en otro motivo para que las parejas evadan el matrimonio, una institución que para no pocos se encuentra en decadencia.

La fidelidad tendrá que seguir siendo una buena intención al comienzo de una aventura con final impredecible. Un propósito honesto que no debe quebrarse por un malintencionado proceder, sino por la fuerza suprema de las circunstancias. La fidelidad es como la religión creencia, quienes en ella crean que la profesen, quienes en ella crean que la practiquen, pero sin imponer a los demás sus dogmas.


Luis María Murillo Sarmiento

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Desde luego que sólo presentar la idea ya muestra el intelecto de algunos diputados que intentan ser gobernantes.

Un saludo, sólo para que veas que he pasado.

Maramín

Anónimo dijo...

En las cosas del amor, nunca digas nunca y nunca digas siempre. Esas dos palabras nunca existen para siempre. Me parece que me volveré adicta a tu blog, si me lo permites.

Algunos talentos salidos del corazón lastimosamente son desconocidos. Es una pena que se pierdan ya no en el papel... sino en el ciberespacio.

un abrazo