lunes, 4 de mayo de 2009

UN SINDICALISMO DESABRIDO

Las manifestaciones desabridas del sindicalismo el primero de mayo en Colombia, deslustradas con acciones vandálicas y consignas que parecen ceñidas al libreto de la subversión, desdicen del que debería ser un movimiento entregado al progreso del país y de sus trabajadores. Anclado en caducos postulados marxistas y en ideas recalcitrantes de izquierda, nuestro sindicalismo parece más devastador que edificante. En pugna permanente con el poder y con el empresario, ya poco congrega a los trabadores que buscan estabilidad y armonía en sus empleos, lejos de la agitación que propugna la lucha de clases y privilegios desbordados e insensatos. La escasa proporción de trabajadores afiliados habla por sí sola.

El mundo no es el que imaginó Marx, ni lo será. Tampoco es el de Lenin y Stalin: sus proyectos fracasaron. Ni la China es la de Mao: el comunismo chino vive las mieles del capitalismo. Irremediablemente, para los tozudos, sin capital no hay crecimiento. La crisis económica actual no lo perturba, apenas lo corrige. Nos enseña que necesita ciertos controles, pues no debe ir al garete.

Mucho historia ha transcurrido desde la explotación inmisericorde de los trabajadores, en que derivó la revolución industrial; desde la revuelta de Haymarket que nos trae el recuerdo de los Mártires de Chicago, sindicalistas ejecutados en esa ciudad en 1887, cuya memoria evocamos desde 1889 todos los primero de mayo, y desde la postulación de la dictadura del proletariado. El mundo es otro y sus admirables progresos afirman el capital como fuente de esos logros.

El capital y la riqueza deben ser para todos la fuente de la prosperidad. Pero ese bienestar no se construye mediante la dialéctica de vencedores y vencidos, de amos y esclavos, de explotadores y explotados, del capital contra el trabajo, de la mutua desconfianza, de la hostilidad perenne. Se edifica sobre la convivencia armónica y el reconocimiento del valor de cada actor del mundo laboral, en el que se comprenda la razón de ser del trabajador y el empresario, como complemento imprescindible uno del otro, y no como contradictores enconados.

Nadie duda la imperfección de los gobiernos, enormes son sus fallas, protuberante puede ser su negligencia, pero no se les puede endilgar todos los males, como los sindicatos suelen pregonarlo. Las arengas contra el capitalismo, contra el libre comercio, contra la inversión foráneo son una retahíla trasnochada que la mayoría de los colombianos recibimos con desdén.

Su perorata cansa porque parece la demanda de unos trabajadores incapaces que demandan privilegios, cuando a su lado cruzan trabajadores exitosos ajenos a prerrogativas sindicales, que salen adelante con su trabajo honesto y esforzado, sin quejas ni pretextos, sin huelgas ni extorsiones.

No se hace empresa fácilmente. El fulgor de las empresas que brillan no debe deslumbrarnos, en la carrera por el éxito muchas fracasaron. Luego hay que mirar con gratitud a quienes invierten su patrimonio en la generación de empleo.
Más vale que la clase sindical se modernice, que le pierda el miedo a la competitividad, que deje de ser el lastre del progreso y comience a mirar con visión empresarial el desarrollo.

¿Y qué se debe pedir a las empresas? Que sean humanas, que recompensen por su productividad a sus trabajadores, que premien su dedicación y su eficiencia y que no dejen de generar empleo.


¡Sindicalistas de Colombia: más inteligencia y visión demandan sus banderas!


Luis María Murillo Sarmiento

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hombre, el que escribió esto ni siquiera bueno hablando verborrea ...