domingo, 21 de junio de 2009

¡ESCRITORES, A LA DEFENSA DEL IDIOMA! (Feminismo y mal hablar)

Preámbulo.
El Concejo ‘admirable’ de Bogotá, acaba de legislar sobre el idioma. También tiene entre sus delicadísimas misiones sacar a las mascotas de los parques. No sobrarán quienes digan que la Real Academia de la Lengua ha sido suplantada por unos iletrados.
Cosas de la demagogia y la política, y del resentimiento de algunas feministas. Pero no ha sido una ignorante, sino una concejal con formación universitaria en un reconocido establecimiento educativo colombiano, la autora del proyecto. Lo ha denominado “uso del lenguaje con perspectiva de género”.
La concejal Ángela Benedetti Avellaneda –según ella concejala, al parecer le suena más eufónico, o cree que concejal es masculino- busca “que las entidades públicas distritales, en sus documentos oficiales hagan uso de expresiones lingüísticas que incluyan por igual a los géneros masculino y femenino”. Y obliga en su proyecto, que ya tiene calidad de acuerdo, a todos los medios de comunicación públicos como privados. Ni Lucho, un concejal lustrabotas, que por esa condición hizo historia en el cabildo bogotano, se hubiera aventurado tanto.

¿Y los motivos?
No entiendo claramente los motivos de la autora de la norma, los logros académicos me hacen pensar en una persona inteligente, poseedora de un más iluminado pensamiento. Creo que con menos obsesión por la lucha de género habría conseguido un proyecto más brillante y más amable, con enfoque académico y humano, por consiguiente de mejor recibo.

El fundamento
La historia cuenta con un interesante antecedente. La revisión de una vieja ley por la Corte Constitucional colombiana.
Ocurrió en el año 2006, cuando los magistrados, fungiendo de académicos de nuestra lengua, declararon inexequible parte de una norma de 1887 que precisaba las definiciones de palabras de uso frecuente en las leyes, en concordancia con las normas del idioma. Pontificando, para “hacer visible a las mujeres”, declararon no exequible el artículo en que se definían palabras como hombre, mujer, niño, adulto y otras semejantes. Es ese el fallo que da pie a las acciones del concejo.
El cabildo en su decisión aduce discriminación, reclama igualdad real y efectiva, e invoca la protección que debe dar el Estado a marginados y discriminados –que no son propiamente las mujeres, antepuestas al hombre en toda norma colombiana-. Historia conocida de toda política de género: hablar de igualdad, pero hacer prevalecer a las mujeres.

La libertad en el idioma y en las artes
Realmente somos el lenguaje como la concejal afirma. Mal por ella, cuyo hablar, deslucido por su propia norma, nos desencanta de la persona que nos representa en el Concejo. En nada expresa más su libertad el hombre que en el lenguaje que utiliza. Luego no debe ser coaccionado.
Que los defensores de la norma que lo usen a su saber y a su entender, si eso les satisface, así a nosotros nos disguste. Pero que no cometan el exabrupto de volver obligatorio lo que para muchos es un disparate. Es la dictadura de la minoría que coarta a quienes utilizan correctamente las reglas del idioma.
¿Será el próximo paso intervenir las artes? Que desaparezca, por ejemplo, el hombre de afiches, retratos y murales. ¿Se intervendrá la anatomía? Porque el útero y el clítoris, masculinos en género, son órganos típicamente femeninos. ¿Se obligará a designarlos la clítoris y la útero? Al menos éste encuentra en el sinónimo femenino la matriz un sustantivo afortunado.

Apuntes sobre la discriminación y la violencia
La discriminación es un hecho presente desgraciadamente en toda sociedad. Blancos hay que han sido discriminados en comunidades negras, por ejemplo. Y nadie puede negar que haya habido discriminación con la mujer a lo largo de la historia; aunque también han existido sociedades matriarcales.
También es un hecho que la mujer domina al hombre con las irresistibles armas de la seducción y la ternura, no con acuerdos o decretos, no por el uso de la fuerza. La fuerza a diferencia de las buenas maneras, ensombrece la relación y favorece la conjura. Esa es tal vez la génesis de las actitudes feministas, que no pueden enrostrarse a todos los varones, ni alterar la convivencia con los millones de hombres que las queremos, protegemos y admiramos.
Es difícil situar a la mujer en condición de víctima y al hombre en la de victimario, porque la violencia tiene doble vía. La violencia es una perversión latente en todos los humanos. Hasta en la maternidad deja su huella. Por estos días conmueve a Colombia un horrendo crimen: el asesinato de un recién nacido por su madre. Repudiable como el del padre que hace unos meses le quitó la vida a un niño de 11 meses. Ya vemos, también, sicarios infantiles. El crimen de aquella mujer no es un hecho inusitado, los registros forenses colombianos registraron en el 2008 el asesinato de 25 niños por sus madres –y no me refiero a los abortos-.

Feminismo y conocimiento del idioma
Con criterios que han sido discutibles, Arthur Schopenhauer se refirió a los seres de ideas cortas y cabellos largos, y Sigmund Freíd a la envidia del falo, en las mujeres. Sus pensamientos vuelven a la palestra con un viso de verdad que emana del apasionamiento con que ciertas feministas abordan todo cuanto toca con el género.
Desconocer que existe el género no marcado -que por definición no distingue a un sujeto como macho- es ignorar que existen vocablos aplicables a ambos sexos sin modificación alguna. Paciente, detective, comentarista, contratista, por citar algunos. El género no es, además, forzosamente el sexo, por ello es aplicable a individuos como a cosas. Ni todos los sustantivos que terminan en a son femeninos, ni todos los que terminan en o son masculinos.
Pobre conocimiento han de tener del español –o mucha inquina con el hombre- quienes conjuran contra el género común en el idioma. Si los hombres fuéramos presa de la mismas suspicacia, estaríamos exigiendo que los términos taxista, ciclista, dentista, periodista, taxidermista y otros miles se reformaran con un ‘lenguaje incluyente’ para no ser ignorados, o peor aún, para no ser tenidos por mujeres. Y en la majestuosa palabra humanidad sobraría el hombre, dado el género femenino del vocablo.

Los cambios del idioma
La resistencia al cambio, característica de la psicología del hombre, no tiene sentido en un mundo que inevitablemente evoluciona, y no me acojo a ella para oponerme a las corrientes nuevas. Pero lo natural es que en un idioma los cambios los dé el uso y no disposiciones que vienen de lo alto; al punto que las autoridades de un idioma son las últimas que los contemplan, como sometimiento a la costumbre que imponen los parlantes.
“Limpia, fija y da esplendor” reza el lema de la Real Academia Española, y es de eso de lo que realmente se trata. Si obligara, sería una ley, o como en Bogotá, un acuerdo, susceptible de sanciones. En eso reside el exabrupto.

A la defensa del buen gusto.

En esta pugna de géneros (tan absurda como todas las que enfrentan a los sexos), el idioma no tiene que ser sacrificado. No hay en mi intención el deseo de doblegar el exaltado orgullo feminista, pero sí el de dar una batalla por la estética de nuestra lengua. Sin mal gusto también pueden figurar en el idioma. Cuán diferente es decir: “Niños y jóvenes de ambos sexos gozan las rampas con sus patines” –cita textual de Mauricio Pombo impecable columnista colombiano-, que en lenguaje ‘incluyente’ se convertiría en los niños y las niñas, y los y las jóvenes gozan las rampas con sus patines.
¿Serán sordos los oídos feministas a la bella sinfonía de las palabras, que prefieren estas estridencias que dizque las ‘visualizan’? En vez del pleonástico “niñas y niñas” propuesto por las feministas, el uso de la palabra niñez podría enfatizarse. En nada nos inquieta a los hombres el género femenino del vocablo –no somos quisquillosos-. Que igual se use la juventud en vez de recalcar una expresión que mortifica el tímpano: “las jóvenes y los jóvenes”. Y todo en un contexto amable, lejano a la pedantería.
Dice el escritor Oscar Collazos que se podría decir “el caballo y la yegua blancas”, -el caballo y la yegua blancos, es lo que se acepta-. Pienso que sí, y agrego, lo importante no es que domine lo masculino sobre lo femenino, o viceversa, sino que se preserve la belleza del idioma. Y al hacer concordar, en este caso, el género del adjetivo con el del sustantivo precedente, resulta más eufónico. Yo propondría esa norma.
¿Será que las luchadoras del ‘género’ están dispuestas, en su efervescencia, a arrasar con cuanto se cruce en su camino? ¿Será que ven como don Quijote gigantes a enfrentar donde hay sólo molinos? No se trata de responder con igual intransigencia, sino de hacerlas ver que hay opciones para el uso estético de nuestra lengua que dejan satisfechos a todos sus parlantes.
Presidente es, por ejemplo, un sustantivo común en cuanto a género, luego son presidentes hombres como mujeres, pero presidenta, que bien suena, sin imposiciones legales ya es reconocido. Es indudable que se puede llegar al entendimiento si el buen uso del idioma se preserva. Porque el idioma vive en evolución constante y toda flexibilidad es permisible mientras se preserve su belleza.
Debieran así entenderlo todas las mujeres, tan féminas y vanidosas como nuestra lengua. Sin la hermosura del lenguaje la lírica carece de sentido, y son ellas las primeras afectadas. Ellas que suelen ser la inspiración de todo hombre que escribe.

Es inútil enfrentamiento entre los géneros
El desabrido sabor que dejan los asuntos de ‘género’ se compensa cuando apreciamos a millones de mujeres que viven augusto con su mundo, y en armonía con una creación que incluyó al hombre -para disgusto de pocas-, y que entienden la inutilidad de medidas tan pueriles.
No son tantas las mujeres indispuestas con el hombre, así los movimientos de ‘género’ quieran exacerbarlas. Casi todas las que brillan son ajenas a estas naderías. Su superioridad es tan palpable que no necesitan subterfugios para que las reconozcan.
Toda mujer sin méritos -como todo hombre sin merecimientos- por lógicas razones será subordinada. Los méritos obviamente no proceden de los genitales, luego los logros deben darse en consideración a la valía. Más daño le hacen a su género las mujeres que viven en confrontación permanente con el hombre. Las posturas sectarias, la intransigencia y los resentimientos son un petardo a la sana convivencia. Pero viendo la minoría que representan y la armonía en que normalmente se vive, pienso que para esos movimientos será contraproducente el resultado, bien porque a los arrollados se les agote la paciencia, bien porque la cantaleta tenga el fin de todo lo monótono.
Y no será el fin de las conquistas femeninas: la mujer cada vez más independiente y estudiada desplazará inevitablemente al hombre que no le dé la talla. Hombres y mujeres se seguirán amando y al cabo de su romance se seguirán odiando; y nuevos amores vendrán para que el ciclo se repita. Esa es la ley natural indefectible.

La proclama
¡Escritores del mundo hispanohablante, defendamos nuestro idioma! ¡Feministas, serenidad! ¡Acordemos en sana paz los cambios que no menoscaben el esplendor de nuestra lengua!


Luis María Murillo Sarmiento

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