domingo, 12 de diciembre de 2010

WIKILEAKS* Y LA INMORALIDAD DE LOS QUE ESPÍAN Y LOS ESPIADOS

¿La justicia a quién debe servir? ¿A la sociedad o a los bribones? ¿A quién debe rodear de garantías? ¿A las personas de bien o a los hampones?
La deducción es obvia, no sin embargo para los jueces que en Colombia nos asombran con sus desconcertantes fallos. Un juez de menores de Bucaramanga -¡de menores, óigase el dislate! – acaba de conceder la libertad a ’Chucho’, el más importante guerrillero tras de rejas, con argumentos nimios que pierden valor ante la peligrosidad del reo. Más no es sólo este caso: la lista de disparates de quienes administran justicia resulta interminable.
Que dejen en libertad a criminales, no por no ser culpables, sino por haber sido capturados en allanamientos a horas en que dizque no estaban permitidos los registros, liberarlos porque la detención se dio sin la presencia de un funcionario que debía ser espectador de la captura, anular un juicio porque la prueba que demuestra el dolo fue obtenida engañando al delincuente, deja traslucir, con los criminales, una magnanimidad inadmisible.
¿Es acaso la administración de justicia un juego para ellos? ¿Se están vendiendo a los facinerosos? ¿La cobardía los hinca ante los malhechores? ¿Por interpretaciones obsesivas de las normas admiten los resquicios que esgrimen mañosos defensores?
Con fallos extraviados la justicia en Colombia va perdiendo su razón de ser. Porque la protección del ciudadano y la acción contra la impunidad son los pilares en que asienta su existencia. Actuar de tal manera no sólo deja de lado, sino invierte el objetivo: se favorece al delincuente y se pone en riesgo al ciudadano.
Cuando lo bueno, lo necesario o lo oportuno se pierde por el efecto de la forma, se extravía el camino. En la forma reside lo superfluo; en el fondo, la esencia de los actos. ¿No será que apegados a la forma los jueces prevarican? Si no legalmente, sí desde la perspectiva ética, porque en conciencia saben que están faltando a la verdad y a sus funciones.
No debe haber inmunidad ante el delito, no debe haber prerrogativas para que el delincuente escape, no debe haber concesiones que oculten fechorías. La comisión de la falta es la única verdad inexorable. Y el conocimiento de la verdad es el objetivo primordial de la justicia. Si una cámara oculta grabó sin autorización al delincuente, la prueba no puede invalidarse. Rechazar la prueba es negar la realidad; negar la realidad, torcer el fiel de la justicia.
Los fallos deben basarse en la verdad sin importar la forma en que se adquiriera la evidencia. Si grave falta en su consecución hubiera, no puede haber motivo para favorecer al delincuente –razón de Perogrullo-. Por mucho debe ser, si acaso, motivo de amonestación de quien aporta la evidencia.
La eficacia de la justicia sólo se alcanza mediante el discernimiento lúcido, la probidad y la aplicación efectiva del derecho. Sin pragmatismo los fallos son inocuos. Debe entender el juez que prevalecen los derechos de la sociedad amenazada sobre los del delincuente que los atropella, que en la resolución de los dilemas el mal menor es siempre tolerable.
El respeto de los derechos del criminal es cuestionable. No son tantos como sus defensores anhelaran. Cuando uno viola un derecho, tácita e inobjetablemente está renunciando a que se lo respeten. Y en últimas, así como prima el bien colectivo sobre el particular, priman los derechos de las víctimas sobre los de los victimarios. Ante la peligrosidad delincuente sus privilegios resultan secundarios.
El panorama es sombrío: la delincuencia asedia, la autoridad se rezaga frente al auge del delito, y sus pocos logros se desvanecen con los fallos judiciales. Si no rectifica la justicia su andar, la sociedad intimidada tendrá que elegir entre claudicar ante los criminales o hacer justicia por su propia mano. No lejos estamos de que en la sociedad inerme surjan ‘grupos de limpieza’ para sembrar el horror entre los delincuentes – con víctimas inocentes, como siempre-, como lo hicieron los paramilitares ante el empoderamiento de la subversión y la mirada negligente del Estado. Y por necesidad tendríamos que aceptarlos.

Luis María Murillo Sarmiento M.D.

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