Nuestro mundo no es propicio
para la expresión de las más altas manifestaciones del espíritu. Nuestro mundo
es primordialmente el dominio de lo material. Los intereses del hombre que lo
puebla rondan lo práctico, lo positivo, lo utilitario y lo corpóreo.
Expuesta la especie sapiens a la extinción y a los rigores de
la naturaleza resulta entendible que emerja bajo estos patrones. Su lucha por la subsistencia es inevitablemente
material e instintiva, pero satisfecha la necesidad primordial sigue uno
percibiendo una proclividad a dominar y poseer que no resulta
imprescindible.
Fortuna y poder afirman al
hombre en el mundo, lo revelan exitoso ante una selección natural que
recompensa a los ‘mejores’, pero remotamente lo descubren como ser superior
capaz de proclamar su espíritu. El hombre corporal es apenas la dimensión más
primitiva de la condición humana. Más que el ser devela el poseer.
Lo elaborado, lo cultivado, lo
irreprochable, lo virtuoso, lo exquisito, en fin, las manifestaciones
intangibles, denotan, en cambio, al hombre trascendente. Descubren el valor del
poseedor y no el de lo poseído. Pero trascender es un proceso selecto, luego resulta
vocación de pocos, y esfuerzo, arduo y apático para la mayoría. Siempre habrá
más materialistas que quijotes
No obstante, encuentro entre
esos dos polos que caracterizan la condición humana un ingrediente natural que
los conecta: el sentimiento. Tan primitivo como el instinto, el sentimiento se
erige, a mi parecer, como la primera manifestación espiritual del hombre. La
inicial, la precursora, la puerta de entrada a
ese algo superior, que denomino espíritu, que pone freno a la ambición
material, que modera los impulsos egoístas y que busca el bien como fin
esencial de la existencia.
El sentimiento al hacer
consciente al hombre de sus dichas y dolores, lo hace sensible, humano, en la
mejor acepción de la palabra, lo relaciona con sus semejantes, lo hace
trascender de su mundo material. Es la antesala a un mundo espiritual sin lindes.
El mundo de los sentimientos
subyace en el poema, luego la poesía traduce el mundo espiritual del hombre. Al
expresar el sentimiento la poesía encumbra al hombre, luego es la poesía más
que una manifestación literaria circunscrita a unos pocos eruditos. La poesía
es una manifestación universal que habita en todo ser que tenga sentimientos. Y
no hay, por perverso, corazón exento de ellos. El hombre puede ser esclavo de
lo material, pero también de los afectos. Tener sentimientos resulta
inevitable.
Aventurándome en mi reflexión
evolutiva afirmaré que existe un sentimiento poético que precede a la poesía
misma, y que existió un momento en la evolución del hombre en que ese
sentimiento incorporó el lenguaje. De esa unión del sentimiento y el lenguaje debió
brotar la poesía. Luego procede la poesía de los mismos albores de la
humanidad. Arriesgada hipótesis, que aunque especula sobre un recóndito pasado no
parece incoherente.
Vistas así las cosas,
encontramos la poesía inmersa en varios escenarios. En forma simplificada, en
uno universal y popular, en uno letrado, y en uno escolar y académico.
Anoto del primero que la poesía
se difunde en boca de la masa, volviendo popular lo culto. Pero además se
enriquece con el sabor del pueblo, con sus giros y vocablos, con sus
costumbres, con el testimonio de su tiempo. La lírica popular, como la copla, por
ejemplo, también se vuelve prueba, evidencia histórica, social y antropológica.
La poesía en este escenario tiene con la multitud su porvenir asegurado.
Cosa distinta ocurre en
nuestro medio con el ambiente escolar, esquivo para ella. Al conocimiento
tangencial de los autores se suma la indiferencia con su obra. Los centros
literarios de antaño, que congregaban a los estudiantes todas las semanas con
las mejores expresiones de su talento retórico, desaparecieron. Los colegios
mandaron al exilio la declamación y los poemas.
Las artes forman la
personalidad, son más que un pasatiempo. Pero hay que experimentarlas para que
forjen el espíritu: la fría información que de ella dan los textos no sirve
para nada. Un mundo en decadencia espiritual no puede seguir pasándolas por
alto.
El futuro de la poesía en
este ambiente dependerá de los ‘sabios’ que rigen las políticas de educación en
los colegios. Por lo pronto es desalentador el panorama, y no por sustracción
de vocaciones. Quienes trabajamos talleres con los niños sabemos que hay
suficiente inspiración para que la literatura, y en particular la poesía,
pervivan.
La
poesía que habita en el más selectos de los mundos, el los estudiosos y los que
la cultivan, tendrá siempre un destino asegurado mientras no sucumba el
escritor a la tentación de la vanidad y el narcisismo. Su universo exclusivo y
circunscrito vuela al infinito. De de sus raíces brota la devoción por los
predecesores, de su cantera emerge la
producción poética en su manifestación más depurada, de sus autores nacen los
versos que consagrará el futuro. Han de ser estos círculos los guardas del
idioma, faro en el sendero oscuro, trayecto y trayectoria, celo que mantenga la flama inextinguible.
A pesar de las nostalgias que
con base en el presente el devenir presagia, debemos admitir que la poesía
sobrevivirá a quienes hoy la cultivamos, porque es una manifestación inagotable
que no sucumbirá mientras subsista el sentimiento, ni fenecerá mientras la lengua
exista.
¡La poesía persistirá
mientras exista el hombre!
LUIS
MARÍA MURILLO SARMIENTO MD
*Palabras
pronunciadas el 18 de septiembre del 2013 en el encuentro preparatorio del XX
Récord Nacional e Internacional de Poesía.
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