martes, 2 de septiembre de 2014

EL HIPERTROFIADO DERECHO DE LAS MINORÍAS

Con la complicidad de leyes y fallos judiciales las mayorías terminarán siendo oprimidas por las minorías, y los incluidos por los discriminados; proceso regresivo, absurdo, y contrario a las conquistas de la democracia. Pero nada extraño en todo caso: El hombre común no busca el equilibrio, la equidad y la justicia que pregona, sino el predominio de sus intereses. Por ello hoy en Sudáfrica son los blancos los que padecen la discriminación; o en Colombia son los hombres los que mueren ante la indiferencia de las feministas, que solo condenan los homicidios de mujeres, cuando son nueve veces más los hombres que son asesinados. Tal vez si la humanidad tuviera que luchar contra otra especie se uniría, de lo contrario, está condenada a solo defender el interés de sus fracciones. 

Los signos que advertimos son clara manifestación de que la dictadura de las minorías ha comenzado, y de que los tenidos por discriminados intimidan. Y lo hacen con la complicidad de no pocos legisladores y magistrados pusilánimes, y con el apoyo de la masa, que es ingenua o poco reflexiona.

La minoría suele ser reducida en número, pero desmedida en apetitos. Todas anhelan preponderancia sobra la mayoría. A ese paso la excepción resultará más deseable que la regla. 

Veamos por ejemplo la homosexualidad. No es normal, pero tampoco es un pecado. La persecución, la ejecución, la tortura y la humillación que en el pasado sus afectados padecieron, con toda razón son hoy inadmisibles. Sin embargo, no parece justo que a la tolerancia de la sociedad con los homosexuales ellos respondan con impertinencia y con comportamientos que convierten el recato en insolencia, cual si nos reprocharan la normalidad a los heterosexuales. Sus derechos no son ilimitados, y reclamar igualdad resulta difícil basándose en tan protuberantes diferencias. A puerta cerrada deben ser libres de hacer cuanto les plazca. Que les formalicen su contrato de convivencia y les den los privilegios que reclaman, en nada me molesta. Pero sí me resulta entre extravagante y divertido el terco empecinamiento de posar de matrimonio; y francamente grave, su obstinación en la adopción de niños. 

Lo natural es que un hijo tenga padre y madre, que a la vez sean de diferente género y se complementen. Su formación indudablemente lo demanda. Dos padres o dos madres son un inaceptable despropósito. Por más que tergiversemos el concepto tenemos que admitir que dos hombres o dos mujeres definitivamente no procrean: son las leyes naturales más poderosas y más sabias que las míseras mortales… por más que una corte “omnipotente” lo pretenda. 

Los hijos son un fin, no son un medio. El objetivo de la adopción no es complacer a unos adultos, sino garantizarle a los pequeño sus derechos. Someter a un niño al cuidado de dos padres o dos madres, negándoles la presencia de la figura parental del otro sexo es un absurdo. Muchos adultos afirmarán que jamás hubieran aceptado un hogar en tales condiciones, ¿qué hace suponer que el niño dado en adopción a una pareja homosexual sí deba hacerlo? Ante la duda la abstención es un criterio sabio. Lo más natural es lo que debe al niño proveerse, no la opción experimental y por capricho, en la que no hay más que ligeras conjeturas. 

Tal tipo de adopciones es un experimento que viola autonomías. La del niño que no puede expresarse, pero que debe interpretarse y decidirse a la luz de lo natural, lo habitual y lo probado, y no bajo el criterio de lo extraño, irregular e improvisado -no es el niño un conejillo de indias-; y la de los padres biológicos -ellos más “dueños”, que los extraños, de esa vida- cuya determinación se ignora negligentemente. 

En otro ejemplo de esta dictadura que postulo, traigo el caso de las negritudes. Recientemente en Cali un aviso dio para el linchamiento moral, que también hubiera sido físico, del autor de ese clasificado. Buscaba el desafortunado médico una colega joven de piel blanca. El personero, una organización antirracista –esto es, que practica la discriminación de otra manera- y muchos irascibles afectados pidieron la suspensión de la licencia profesional del implicado, la expulsión de la clínica en la que laboraba, amén de infinidad de agravios y amenazas. El autor del clasificado, amedrentado y humillado por la turba, no tuvo otra opción que doblegarse y ofrecer disculpas. 

Yo me pregunto de qué discriminación se estaba hablando. Porque buscar colega femenina discrimina al hombre, y pretenderla joven le niega la oportunidad a los maduros. Pero ni hombres ni profesionales viejos protestaron. ¿De dónde tanta exasperación de los negros y quienes los defienden? Si un médico negro el clasificado hubiera demandado, los no negros no hubieran protestado. En cambio intuyo que si se hubiera buscado hombre y no mujer, las feministas se habrían abalanzado. 

Estamos llegando a un estado extremo de irracionalidad en los conceptos. Una cosa es el respeto hacia a aquellos con quienes diferimos, otra, en nuestro entorno privado tener que soportarlos. ¿Si alguien busca pareja y la demanda blanca comete un exabrupto? ¿Deben aplicarle las leyes contra la discriminación? “No” es la respuesta de un juicio ponderado. Pero habría que ver la reacción de un enjambre hipersensible y quisquilloso. Si voy a compartir un consultorio debo hacerlo con quien mejor me siento. No pueden aplicarme normas que rigen para los sitios públicos. Yo, espontáneamente siento aprecio por los negros –no digo afrodescendientes, porque si África es la cuna de la humanidad afrodescendientes somos todos- pero debo entender que no todo el mundo les tenga simpatía. La simpatía como el amor y todo sentimiento, es ajeno al querer de las personas. Y por ello no se está agraviando a nadie. 

En materia de discriminación y minorías más que el derecho, que ya ha hecho lo debido, deben intervenir el buen juicio, la urbanidad y la moral. El respeto debe marcar la pauta. La mayoría no debe ser soberbia con quien se encuentra en desventaja, y la minoría debe respetar para que la respeten.

Luis María Murillo Sarmiento M.D.

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