Con jocosidad o en tono serio se ha comentado el ‘desaguisado’
que ubica a Colombia en el primer puesto del escalafón mundial de la felicidad.
Un imposible concluyen los supuestos entendidos dada la infinidad de problemas
que afronta el colombiano. Guerrilla, narcotráfico, violencia, desastres
naturales, pobreza, desempleo, no dan, según su percepción, para que alguien
pueda ser feliz en esta tierra. Y debo agregar yo, que también, un rotundo
pesimismo, pues como no solemos hacer valoraciones imparciales el inventario
nunca toma en cuenta los progresos del país en tantos frentes.
Para los nacionales Colombia es sencillamente pobre y
atrasada así los indicadores nos ubiquen como la cuarta economía de América
Latina apenas por debajo de Brasil México y Argentina (a la que hemos llegado a
pisarle los talones), y la sexta de todo el continente.
“Venimos de un país pequeño”, resaltaba al enfrentar en
un mundial al equipo de Corea del Norte una jugadora de fútbol colombiana, sin
imaginar que Colombia con 1141748 kilómetros cuadrados es el vigésimo sexto (26º) país en extensión
sobre el planeta y Corea del Norte con 129540 kilómetros cuadrados apenas el
nonagésimo noveno (99º), y que la pequeña patria que ella imaginaba tenía un PIB
nominal de 365 mil millones de dólares, 12 veces superior al terruño de sus
oponentes. Pero “venían de un país pequeño”, y con esa modestia no pudieron
conseguir más que un empate.
Hay definitivamente discrepancia enorme entre la realidad
y lo que de ella se percibe, y entre los motivos objetivos de desilusión y el
sentimiento que al final aflora. ¿Será que por costumbre ensombrecemos la
realidad los colombianos a sabiendas de
que vivimos en un mundo mejor que aquel que desacreditamos? Difícil poder
ponerlo en duda. Es cierto en muchos casos. El colombiano por naturaleza es
quejumbroso. Se queja, pero es indudable que su queja no siempre lo convence.
Es un lamento de labios para afuera. En su interior sabe que se encuentra en
mejor condición de la que expresa; o más interesante aún, si existe motivo real
de descontento se conduele, pero suele ser indiferente a su lamento; se queja y
acto seguido ríe, cual si el chaparrón de las penas se precipitara sin mojarlo.
Definitivamente el pesimismo o el entorno adverso con el sentimiento de
felicidad no riñen.
Felicidad e infelicidad hacen parte del mundo subjetivo
del hombre, que es verídico -porque así lo percibe- solo para quien lo lleva
dentro. Absurdo, si se quiere, para quien desde fuera lo percibe, pero no
sujeto por ello a descalificación alguna. Ese es su mundo y ese su sentimiento,
luego nadie más idóneo que su dueño para calificarlo. Por consiguiente si
alguien dice que es feliz hay que creerle. No podemos obligar a ser feliz a
alguien atiborrándolo de fortuna, ni infeliz colmándolo de desventuras: hay
quienes felicidad han encontrado en el martirio. Lo que hace feliz a un hombre
puede hacer a otro desdichado. Bástenos pensar que el sacrificio, habitualmente
sinónimo de infelicidad, adquiere connotación laudable y jubilosa cuando se
materializa en la felicidad del ser amado.
Descubro en la felicidad un estado de bienestar interior,
de satisfacción consigo mismo, por lo que no depende tanto del mundo externo
como del interno. De ahí la paradoja de que en medio de la adversidad se pueda
ser dichoso. Ese carácter subjetivo de la felicidad es primordial para que la
vida del hombre no sea una cadena perpetua de desilusiones. Para que se pueda
sentir satisfacción con poco, dado que la abundancia es por lo general esquiva.
Considero que la felicidad mide la capacidad de
adaptación de la persona, ello me explica que se puede ser feliz en la
adversidad e infeliz en la fortuna, y que el amargado y el rencoroso -expresiones
de desadaptación- no sean felices por más bendiciones que el mundo les depare.
Solemos considerar la felicidad como una consecuencia de
sucesos, de motivos que la avivan o la frenan, pero tal vez no sea inexacto percibirla
también como un mecanismo de defensa para sobreponerse al trauma continuo de la
vida; una resiliencia en la que entre más feliz más se defiende el individuo del
ambiente hostil y más goza con lo bueno que el mundo le depara.
Si así lo consentimos, tendremos que admitir que la
felicidad está equitativamente repartida y no es un privilegio como la fortuna,
pues por desheredada que parezca la persona puede acceder a ella. Basta que
haga de su mundo interior un paraíso, así parezca un sicótico a la vista de
quienes lo contemplan. Más prodigios hace la imaginación que la riqueza
¡Si el loco es feliz qué importa la cordura! Ser feliz es
el empeño de todo ser humano.
¡Si un pueblo dice ser feliz que no se lo convenza de
otra cosa!
LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.
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