sábado, 22 de febrero de 2014

UN DEDO EN LA LLAGA DE NUESTRAS INSTITUCIONES



Qué vergonzoso espectáculo dan al mundo las instituciones colombianas. No hay poder que no nos avergüence. Concebidas como modelo de idoneidad y competencia han terminado ejercidas por individuos que les restan majestad.
Inmoralidad, ignorancia, indignidad, incompetencia, se entronizan hoy en las entidades públicas, y hasta la prepotencia y los egos dan al traste con la unidad y engranaje que demandan las instituciones.
Alguna vez el parlamento fue asiento de magníficos oradores y de hombres que parecían de bien. Hoy el Congreso es el órgano del poder más desprestigiado. Hay en nuestros legisladores ignorancia, pobreza intelectual, pero también malsanos intereses. Para ser congresistas, diputado o concejal no se precisan doctrinas, plataformas, ni programas, basta tener dinero para seducir a los votantes. Y son los corruptos los que más disponen de él a manos llenas. Al poder se llega con dinero y con el poder se hace fortuna mal habida. ¡Poder y dinero, qué llave más perversa! Ni uno ni la otra son en esencia malos, en la moral reside su destino. Pero la ética, otrora eficaz freno a la depredación, naufraga.
La elección de los representantes del poder ejecutivo no mejoró la democracia, terminó asentando, en cambio, a la cabeza de los municipios y los departamentos a muchos especímenes de la peor ralea. Previsible era: el pueblo, majestuoso dictador de los sistemas democráticos, es atolondrado. Con frecuencia elige mal, por ignorancia, por indiferencia, o presa de la amenaza o de la dádiva.
La justicia, como el error, humana, al menos mostraba hasta no hace mucho tiempo sabiduría en sus instancias encumbradas. Las cortes eran admirables, se percibía lúcido su discernimiento y verticales sus fallos.  Hoy su juicio ha sufrido una transmutación deplorable. ¡Hizo metástasis la política en el órgano que parecía más saludable!
El juicio admirable de los magistrados de antaño, recto, ecuánime y reflexivo, ceñido a lo correcto y a lo justo, se percibe transmutado por la decisión segada y por el fallo parcializado, al servicio de la política y las ideologías. Emana cierto olor a clientelismo. Se siente cierta tendencia a la izquierda, que dejará a Colombia esperando eternamente el juicio contra los políticos que se aliaron con las Farc, mientras se sigue viendo la cacería de brujas contra la parapolítica, contra los militares y contra todo aquel que en estado de indefensión tuvo que recurrir  a movimientos de autodefensa para sobrevivir a la embestida guerrillera, en ausencia de un estado capaz de proteger la vida y los bienes de las víctimas de la subversión.
No muestra el Estado unidad, sus instituciones rivalizan cual quintacolumnistas que lo debilitan. El presidente Santos busca complacer, es su talante, hoy acrecentado en vísperas de su reelección. Entre tanto el Fiscal1 y la Contralora2 viven en pugna; y en  su soberbia, el primero, desconoce los fallos del Procurador3. En atolondrado proceder aquel asume una defensa que no le corresponde contra un disciplinado4. Que al Fiscal su ideología lo separe de las creencias del Procurador y lo aproxime a las del disciplinado no justifica el desconocimiento del deber de respetar las decisiones tomadas en ejercicio del mandato de la Constitución y de las leyes.
Asumir cual defensor del alcalde Gustavo Petro y allanar instalaciones de la Procuraduría es busca elementos para protegerlo es un funesto precedente. El ejercicio de las altas dignidades del Estado exige despojarse de gustos e intereses personales y olvidarse de representarse a sí mismo: solo se representa la dignidad del cargo. No debe el Fiscal actuar como el señor Montealegre, simpatizante de Gustavo Petro y adversario del Procurador, sino como el Fiscal General que respeta inalterable el ordenamiento jurídico de la Nación.
Si la cima desde lo alto se advierte mórbida, la base, de sus males contagiada, no puede lucir más saludable.
Pero seamos justos, hasta lo malo, por generalizado que parezca tiene sus excepciones, y a los funcionarios probos, que también existen, en esta líneas les rindo mi homenaje.   

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.


1. Luis Eduardo Montealegre Lynett
2. Sandra Morelli Rico
3. Alejandro Ordóñez Maldonado
4. El alcalde de Bogotá, Gustavo Petro Urrego

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