Qué vergonzoso espectáculo
dan al mundo las instituciones colombianas. No hay poder que no nos avergüence.
Concebidas como modelo de idoneidad y competencia han terminado ejercidas por
individuos que les restan majestad.
Inmoralidad, ignorancia,
indignidad, incompetencia, se entronizan hoy en las entidades públicas, y hasta
la prepotencia y los egos dan al traste con la unidad y engranaje que demandan
las instituciones.
Alguna vez el parlamento fue
asiento de magníficos oradores y de hombres que parecían de bien. Hoy el
Congreso es el órgano del poder más desprestigiado. Hay en nuestros
legisladores ignorancia, pobreza intelectual, pero también malsanos intereses.
Para ser congresistas, diputado o concejal no se precisan doctrinas, plataformas,
ni programas, basta tener dinero para seducir a los votantes. Y son los
corruptos los que más disponen de él a manos llenas. Al poder se llega con
dinero y con el poder se hace fortuna mal habida. ¡Poder y dinero, qué llave
más perversa! Ni uno ni la otra son en esencia malos, en la moral reside su
destino. Pero la ética, otrora eficaz freno a la depredación, naufraga.
La elección de los
representantes del poder ejecutivo no mejoró la democracia, terminó asentando, en
cambio, a la cabeza de los municipios y los departamentos a muchos especímenes
de la peor ralea. Previsible era: el pueblo, majestuoso dictador de los
sistemas democráticos, es atolondrado. Con frecuencia elige mal, por ignorancia,
por indiferencia, o presa de la amenaza o de la dádiva.
La justicia, como el error, humana,
al menos mostraba hasta no hace mucho tiempo sabiduría en sus instancias encumbradas.
Las cortes eran admirables, se percibía lúcido su discernimiento y verticales
sus fallos. Hoy su juicio ha sufrido una
transmutación deplorable. ¡Hizo metástasis la política en el órgano que parecía
más saludable!
El juicio admirable de los
magistrados de antaño, recto, ecuánime y reflexivo, ceñido a lo correcto y a lo
justo, se percibe transmutado por la decisión segada y por el fallo
parcializado, al servicio de la política y las ideologías. Emana cierto olor a
clientelismo. Se siente cierta tendencia a la izquierda, que dejará a Colombia esperando
eternamente el juicio contra los políticos que se aliaron con las Farc, mientras
se sigue viendo la cacería de brujas contra la parapolítica, contra los militares y contra todo aquel que en
estado de indefensión tuvo que recurrir
a movimientos de autodefensa para sobrevivir a la embestida guerrillera,
en ausencia de un estado capaz de proteger la vida y los bienes de las víctimas
de la subversión.
No muestra el Estado unidad,
sus instituciones rivalizan cual quintacolumnistas que lo debilitan. El
presidente Santos busca complacer, es su talante, hoy acrecentado en vísperas
de su reelección. Entre tanto el Fiscal1 y la Contralora2
viven en pugna; y en su soberbia, el
primero, desconoce los fallos del Procurador3. En atolondrado
proceder aquel asume una defensa que no le corresponde contra un disciplinado4.
Que al Fiscal su ideología lo separe de las creencias del Procurador y lo
aproxime a las del disciplinado no justifica el desconocimiento del deber de respetar
las decisiones tomadas en ejercicio del mandato de la Constitución y de las
leyes.
Asumir cual defensor del
alcalde Gustavo Petro y allanar instalaciones de la Procuraduría es busca elementos
para protegerlo es un funesto precedente. El ejercicio de las altas dignidades
del Estado exige despojarse de gustos e intereses personales y olvidarse de
representarse a sí mismo: solo se representa la dignidad del cargo. No debe el
Fiscal actuar como el señor Montealegre, simpatizante de Gustavo Petro y adversario
del Procurador, sino como el Fiscal General que respeta inalterable el
ordenamiento jurídico de la Nación.
Si la cima desde lo alto se advierte
mórbida, la base, de sus males contagiada, no puede lucir más saludable.
Pero seamos justos, hasta lo
malo, por generalizado que parezca tiene sus excepciones, y a los funcionarios
probos, que también existen, en esta líneas les rindo mi homenaje.
LUIS
MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.
1.
Luis Eduardo Montealegre Lynett
2. Sandra Morelli Rico
3. Alejandro Ordóñez Maldonado
4. El alcalde de Bogotá, Gustavo Petro
Urrego
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