La bufonada en que convirtió
Gustavo Petro su destitución, para fortuna de Bogotá, ha concluido. Las burlas
a las instituciones y a los fallos quedan por lo pronto en el pasado con la
decisión del presidente Santos1. No faltarán nuevos pícaros que se
valgan, para evadir la justicia, de triquiñuelas semejantes, pero la sensatez
de nuestras altas cortes ha demostrado que el aprovechamiento perverso de los
recursos judiciales no funciona.
De nada valieron los cientos
de tutelas impropias de los defensores del Alcalde, entre las que se contaron
las de ciudadanos que ni siquiera pertenecían a la circunscripción electoral de
Bogotá, y dizque reclamaban el respeto de su voto por Petro; las de
contratistas de su administración, con claro interés en la permanencia en el
cargo del alcalde; ni los fallos de primera instancia de funcionarios con
allegados en dependencias del Distrito; ni las arengas del Alcalde para
incendiar al pueblo, ni sus llamados a movilizarse contra decisiones judiciales
-¡Qué dislate!-, ni la toma de la Plaza de Bolívar por forasteros partidarios
suyos que con sus carpas, su ropa extendida al aire libre, sus ollas y sus
vasijas, y la venta y consumo de alucinógenos dieron el aspecto más deplorable
que haya tenido lugar tan emblemático. Nada valió, al final, dura lex, sed lex2.
Pésimo administrador resultó
el congresista que todo criticaba. Del dicho al hecho, dice el adagio popular,
hay mucho trecho. Y demasiada distancia hubo entre el acusador artero del
Congreso y el alcalde intachable que se esperaba de tanto oírlo denunciar la
paja en ojo ajeno. Pero más que un pésimo administrador Gustavo Petro es una amenaza
para la democracia. Lo destituyen por aquella pero por esta deberíamos
proscribirlo. Nació con talante subversivo, militó por ello en el M-19, físicamente
se desmovilizó, pero espiritualmente sigue siendo el mismo guerrillero. No es
un ‘Pepe’ Mojica, es evidente; es por el contrario, un Hugo Chávez. Ideas,
actitudes y artimañas lo revelan. La sanción impuesta por la Procuraduría lo ha
hecho desnudarse.
Si la estrategia de Petro para
enfrentar la sanción que le impusieron hubiera tenido éxito, habría colapsado el
sistema de justicia. En adelante hubiera bastado a los hampones buscar el
alzamiento de sus seguidores con la certeza de que su voz tendría más peso que
los fallos judiciales. Descabellada estratagema, pero nada extraña en esta orilla: ya recientemente vimos marchas en
México pidiendo la excarcelación del ‘Chapo Guzmán’. Pero la justicia no puede
ser asunto de votos, ni de simpatías, es de justicia. Que los pueblos pidan
cosas absurdas, vaya y venga, pero que los jueces las acepten resulta
inaceptable.
Fue Petro un alcalde terco y
sesgado, pésimo administrador, arbitrario, improvisador, sectario, incapacitado
para gobernar en favor de todos, forjador de odios y empecinado en la lucha de
clases, que fue separado del cargo por administrar mal los recursos de la
ciudad pese a las advertencias de sus asesores. Hasta el momento nadie ha dicho
que haya sido corrupto, pero no serlo no lo exime de castigo. También es una
falta dilapidar los bienes puestos a su cuidado. Y Petro ocasionó, con el
esquema de basura que impuso, detrimento patrimonial a la ciudad. Eso es para
la ley una falta gravísima sancionable con la destitución. Así de simple. Y
deberían venir más fallos, pues en muchos otros campos obró con la misma
ligereza. Luego no ha sido destituido por ateo, ni por izquierdista3,
ni por ser enemigo de la oligarquía, ni como resultado de una persecución, como
tan arteramente lo proclama. Sencillamente se aprovechó de la ingenuidad de sus
seguidores, ajenos al saber jurídico, y al conocimiento de códigos
disciplinarios y a las funciones del Procurador.
En la interpretación amañada
de la realidad, Petro y sus seguidores defienden un mayoría que no les
pertenece. Recapitulemos: el destituido alcalde apenas obtuvo en aquellas
elecciones 723157 votos -32.2%-, cuando
las corrientes que le eran contrarias, que no lo querían a él como alcalde -las
de Enrique Peñalosa, Gina Parody, Carlos Fernando Galán y David Luna- sumaron 1314929, es decir el 58.65% de la
votación. La mayoría pertenece entonces a sus opositores, sin contar que su
mala gestión defraudó a muchos de quienes por él votaron. Ergo las mayoría no está con Petro.
Esa mayoría, no por silente
merece que no se le respete. Que no armemos carpas en la plaza de Bolívar, que
no embadurnemos las paredes con consignas, ni marchemos vociferando por las
calles, puede interpretarse como solidaridad con el destituido. No es
sencillamente nuestro estilo, no tenemos talante de anarquista, ni pensamos que
la fuerza del bárbaro prevalezca sobre la razón; pero compartimos y celebramos
la destitución.
El caso Petro puso, una vez más, al descubierto la debilidad de las instituciones
en Colombia. Indecisas, subjetivas, divididas y desavenidas permitieron que el
disciplinado se las ‘pusiera de ruana’; y permitieron que el epílogo más
absurdo pareciera posible.
Su debilidad, no obstante, obraba
en favor del encausado, razón de más para considerar abusiva la injerencia de
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos4 pretendiendo torcer
a favor del exalcalde un fallo merecido.
Improcedente actitud con un país
con separación de poderes, poderes independientes, y con suficientes instancias
judiciales para asegurar el respeto de derechos y procesos. Si algo sobra en Colombia
son garantías para los infractores, si algo falta, es severidad. El exceso de recursos
y las dilaciones solo conllevan impunidad tras la preclusión de los procesos por
vencimiento de los términos.
Poco conocimiento jurídico
del país parece tener la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Será por
ello que sus decisiones poco me deslumbran. Incautas o sesgadas, parecen
tendenciosas. Las condenas por
Mapiripán5, bien vale recordarlo, resultaron vergonzosas. Obligaron al Estado colombiano
a indemnizar por víctimas que estaban vivas –como ellas mismas confesaron-, en
un fallo claramente manipulado por la izquierda.
Con la destitución, la
aventura petrista no termina. Gustavo Petro no es idealista sino revolucionario,
y los revolucionarios prefieren más matar que morir por sus ideas. A todo
recurrirá, el exguerrillero, para políticamente volver a habilitarse. Recurrirá
a los esguinces de la ley, a lo marginal, a las situaciones de hecho, a la polarización de la población, vaya uno a
saber si de nuevo al monte y a las armas. Procurará someternos a su voluntad
con cuanto medio encuentre. Su licitud es lo de menos.
Si se lo permitimos reeditará
en Colombia las peligrosas andanzas del comandante Chávez, y esta patria en
auge padecerá las miserias que hoy vive Venezuela
LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO
MD.
1 Destituyó al alcalde de Bogotá,
Gustavo Petro, acatando la sanción impuesta por el Procurador General de la
Nación y los fallos de las cortes que reconocieron la legitimidad del mismo.
2 La ley es dura pero es la ley
3 Muchos funcionarios de derecha,
entre ellos del gobierno del expresidente Uribe, también fueron por el mismo
procurador destituidos.
4. La Comisión interamericana de
Derechos Humanos solicitó medidas cautelares para frenar la destitución del
alcalde.
5. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos admitió la demanda por la masacre de Mapiripán que terminó en la condena del Estado colombiano por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por la muerte de 50 personas. Sucesos posteriores demostraron la mala información que tenían la Comisión como la Corte, al punto de que 40 de las víctimas eran falsas.
5. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos admitió la demanda por la masacre de Mapiripán que terminó en la condena del Estado colombiano por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por la muerte de 50 personas. Sucesos posteriores demostraron la mala información que tenían la Comisión como la Corte, al punto de que 40 de las víctimas eran falsas.
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