Un desfile en traje de baño de niñas menores de 12 años,
durante el desarrollo de Miss Tanguita
en Barbosa, Santander, escandalizó a Colombia.
Después de tantos años de convivir con el reinado algún
malicioso desveló un abuso, casi que una trata de menores consentida por los
padres. Una humanidad con poco seso le hizo el coro y el suceso se volvió
noticia. Y la sociedad, que es maliciosa, comenzó a dudar de que los padres sean
los naturales protectores de sus hijos. Investigaciones penales anunció la
Fiscalía y pérdida de la patria potestad el Instituto Colombiano de Bienestar
Familiar, en auténtico circo de la satanización de autoridades que no controlan
los verdaderos males.
Pero en un país que lo trasgrede todo, que no se moviliza
contra los crímenes más escalofriantes, la causa resulta nada coherente y poco
convincente.
El concurso será superfluo, banal –y la banalidad es el
sello de la época- pero no llego a imaginar que pervertido.
Casos como estos parten de ese pensar mal, cada vez más
arraigado, propio de nuestra idiosincrasia. Del producto de la propia malicia
que en los demás detectan quienes la proyectan. Porque suele ser la malicia un
mal interior que más que en los demás anida en quienes la perciben. Producto han
de ser, también, de un actuar impulsivo y sin análisis.
Es propio de los niños imitar a los adultos: Aún guardo la
foto de mis seis años con disfraz de médico. Y veo la de otros infantes con muñeco
en brazos simulando ser padres de un bebé de caucho. Hasta de policías y
ladrones han jugado por siglos los pequeños sin que indefectiblemente se
vuelvan delincuentes. El juego, esta vez, era ser modelo. Es la lúdica infantil
que la picardía del adulto desdibuja.
De todo puede ocurrir en torno a Miss Tanguita si, como
dicen, hay en juego oscuras pretensiones de acusadores y culpados. Yo creo en la ingenuidad de los
padres que llevaron a sus hijas al concurso. Pensar que ellos prostituyen a sus
hijas es un descomunal dislate.
La respuesta no es doblegarse ante los fundamentalistas que
también en esta patria están brotando, puritanos que hace tiempo perdieron su
pureza. Es prudente una reflexión sin fanatismo. Creo, por ejemplo, que la mano
del adulto en el concurso vuelve serio lo que debería ser juego. Si es de
niñas, que sean ellas, bajo la supervisión de sus padres, las que lo organicen.
Nada como la espontánea organización por las pequeñas para hacer del reinado
algo realmente infantil y trasparente, alejándolo de ajenos intereses.
La reacción es toda una inocentada, propia para el 28 de
diciembre, pero ocurrió en enero. Una tormenta en un vaso de agua que refleja
la superficialidad del pensamiento.
Superficialidad que es cotidiana entre las multitudes y de
la que no se salvan las personalidades. Un buen ejemplo, de moda en estos días,
es la identificación exorbitante con la víctima: es ser la víctima.
“Je suis Charlie Hebdo”, grita la multitud contra el
abominable atentado al semanario parisino1. Yo me uno al rechazo
contra esos engendros del mal que en su imbecilidad creen que Dios acepta el
crimen como demostración de fe, pero no so soy Charlie, porque mi pensamiento –además
alejado de la izquierda- no es el suyo; porque un ser humano puede ser parecido
a otro, pero nunca idéntico. Yo soy yo, Charlie es Charlie. Y sigo siendo con
el semanario igual de solidario. Más que ser Charlie: ¡Estamos con Charlie!
Y otra ligereza mental de un mundo con ligerezas a granel corre
por cuenta de una acción buena de nuestra policía; y no por liviandad suya,
sino de quienes la juzgaron.
Para una ciudad, como Bogotá, con las vías destrozadas por
la desidia de su administración, todo arreglo debería recibirse con agrado. Sin
embargo, una imagen de unos policías arreglando la tronera de una calle no fue
unánimemente festejada. Desdeñando el beneficio patente de la acción, no faltó
quien en vez de agradecerla se quejara, y tildara de indigna la acción cívica
de los policías. Acaso más encomiable le parezca verlos a la caza indolente de
inexistentes infracciones para llenar con comparendos las arcas de la
Secretaria de la Movilidad.
A diario y en todas partes brotan los ejemplos de los
errores de expresión y de interpretación. Todos cometemos ligerezas producto de
la impulsividad, el dogmatismo, el sesgo ideológico, el desconocimiento o la
ingenuidad, que un poco de reflexión podría remediar haciéndonos atinados. Y
podría reducir las controversias y las contiendas al llevar mediante el uso de
la razón a similares conclusiones. La convivencia sería más amena. Entonces sí
tendría sentido considerar al ser humano una criatura inteligente.
LUIS MARÍA MURILLO
SARMIENTO MD.
1 El 7 de enero del 2015 dos fundamentalistas musulmanes
ingresaron a la sede del semanario armados con fusiles y asesinaron a varios de
los periodistas en venganza por las caricaturas satíricas publicadas contra
Mahoma y el islam.
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