miércoles, 27 de mayo de 2015

LA MATERNIDAD, MÁS QUE UN DOLOR DE PARTO


Haber asistido por casi siete lustros al milagro de la gestación y el nacimiento consolidó mi fe. El prodigio de la vida demanda la intervención divina. El azar no explica el mundo que yace bajo el microscopio, el que a simple vista perciben los sentidos, ni el descomunal que delata el telescopio.

La vida se da sin mayor intervención del hombre. Sabemos los obstetras que la vida comienza en un descuido, que son más los esfuerzos de la humanidad por impedir la gestación que por consentir el natural florecimiento de la vida. La creación está llamada a perpetuarse a pesar de la intención humana.

Como científico con alma de poeta y como poeta en la ciencia sumergido encuentro una  contradicción interior, que es tanto como la oposición entre el corazón y el raciocinio. La ciencia es objetiva y estricta, la poesía subjetiva y lisonjera. Como poeta ensalzaría a todas las madres y a todos los padres de la tierra, pero la razón me dice que es una ligereza. Por la vida alabo a Dios. ¡Es su proeza! Al humano escasamente le aplaudo que no siegue la vida: en una sociedad que desprecia los embriones y los fetos tenemos que aplaudirlo.

Sin criatura la maternidad no existe. Sin el hermoso y tierno don del crío carece el humano del aliento que impulse su aventura paternal. Cada alabanza a los progenitores debe ser un reconocimiento al fruto que los hizo padres. Y todo buen padre sabe que la misión comienza pero no termina; que carece de límites porque el bienestar del hijo demanda un mundo sin fronteras; un universo de amor y sacrificios; de angustias sin ambición de recompensa.

Celebremos, desde luego, la maternidad; pero no aquella que se acredita con un dolor de parto, sino la que el afecto, los desvelos, el ejemplo y la crianza certifica. Que se avergüencen quienes se graduaron en el alumbramiento, que se envanezcan quienes con las sienes plateadas siguen cumpliendo la tarea.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.

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