A las
manos del carismático pontífice que nos visita han debido llegar los escritos
de diversos autores de la Tertulia Acorpolista*: idealismo poético, angustia por
la incertidumbre y pensamientos reflexivos sobre la paz que se confunden en un
libro de 154 páginas, “La paz está en camino”, publicado con ocasión de la
visita del pastor universal.
Con
asombro un día encontré mi pensamiento incluido en el proyecto, y agradecido di
el visto bueno para que pretéritas palabras líricas y pasadas opiniones sobre
el proceso de paz brotadas de mi pluma terminaran en el mensaje al papa.
Escucho
los pensamientos bondadosos expresados por Francisco con dulzura y siento, como
pecador, la necesidad de contrastarlos con los míos. Creo que los versos en que
invoco la paz y en que me entristezco con la mortandad absurda y fratricida se
armonizan con su sentimiento, ¿pero qué hay de mi prosa que se exalta y que
juzgan con dureza los acuerdos que ofrecen la paz estable y duradera?
La
magnanimidad del sucesor de san Pedro me sonroja, al punto de tener que releer todos
los escritos que sobre el proceso de paz he publicado. Al final el corazón hace
una pausa y la razón retorna al análisis imperturbable de los argumentos. Me
tranquilizo. Solo el devenir dirá si mis temores son justificados.
No soy
enemigo de la paz, porque la ansío. Porque me ilusiono cuando, el material de
guerra de las Farc, me dicen que será fundido; porque me alegra verlos lucir su
traje de civil en vez del odioso camuflado; porque me complace verlos en vida
de familia en zonas veredales; porque me regocija que la gente no escuche en el
campo el traqueteo de sus fusiles, ni en las ciudades el estruendo de sus
bombas. Pero me aterro cuando sus jefes a la sombra de la generosidad de los
acuerdos dan señas de persistir en un modelo que no es otro que el ignominioso de
Cuba y Venezuela. Cuando veo que la magnanimidad con un agresor despiadado va
más allá de la rebaja de la pena y el perdón, y demanda la reforma de la
Constitución para satisfacerlo.
¿Si el
corazón auténticamente arrepentido -me pregunto- sufre, magnifica su falta,
implora el perdón y anhela resarcir al agredido, por qué las Farc ocultan los
bienes de la reparación y se señalan víctimas?
¿Por qué quien ofreció el perdón a las víctimas al firmar el primer
acuerdo de paz -en vez de suplicarlo-, insiste al lanzar su movimiento, en
extender sus manos “en señal de perdón”, cuando solo los violentados pueden
perdonar?
Conozco
el contenido del acuerdo, que casi nadie leyó por soso o por pereza; tiene la impronta
de las Farc y sus ansias comunistas.
Quien
deteste vivir en opresión debe saber que el comunismo es totalitario. ¿Y si a
la dicha de una paz transitoria sigue la instalación progresiva de una
dictadura cuál habrá sido, entonces, la victoria? Las condiciones están dadas: no hay poder en
Colombia que no se haya sido corrompido. Hasta los magistrados de las altas
cortes delinquen como cualquier bandido. Cualquier populista de izquierda con
carisma, que ofrezca solucionar los males -aunque no lo pretenda, ni lo
intente-, tendrá de la masa el voto asegurado, y las Farc, que políticamente en
este instante no significan nada, entonces podrán ascender al poder por puertas
o resquicios que un gobernante con tal particularidad les abra.
Si
ellos exigen leyes que prohíban el paramilitarismo, como si alguna vez nuestra
normatividad lo hubiera permitido, nosotros exijamos que constitucionalmente quede
blindada nuestra democracia. Que se la acate, que nadie, ni nunca, pueda
coartar la libertad, que nadie deje de ser libre por expresar su pensamiento, que
la pluralidad política se mantenga, que se respete siempre la propiedad
privada.
Si
tales garantías me dan las Farc y las leyes y reformas constitucionales
derivadas del acuerdo me sereno; ni en cuenta tomo el pago de la reparación que
ante el desinterés de las Farc saldrá de mi bolsillo, ni la tristeza de ver
gente de bien tras de las rejas, cuando los culpables de los peores crímenes se
libran de la cárcel. Y probablemente lo haga la mayoría de los que critican el
acuerdo, porque los enemigos de la paz... no existen.
Luis
María Murillo Sarmiento MD.
* Tertulia de Acorpol (Asociación Colombiana
de Oficiales en Retiro de la Policía Nacional)
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